¿Quiso Godard enmendar su "marxismo-leninismo" en la última película que no llegó a rodar?
- Dos obras finales se estrenan en cines: Godard se despide con un tráiler experimental y el tributo de Pedro Costa a las víctimas de Cabo Verde.
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Jean-Luc Godard murió hace ya más de dos años, un 13 de septiembre de 2022, en su casa de Rolle, en Suiza, en una de las zonas del mundo con más millonarios por kilómetro cuadrado. Con Godard murió el cineasta pero también una época que representaba, la de la Nouvelle Vague, cuando el cine europeo cambió el cine mundial quitándole el artificio de Hollywood y encontrando poesía, y el propio mito, en la vida real.
En la Nouvelle Vague el director deja de ser un ejecutor en un entramado industrial para alcanzar la altura del novelista, sumo sacerdote de la obra en la que todos los elementos dependen de su "mirada".
En un momento dado, al Godard de las maravillosas Al final de la escapada (1960) o El desprecio (1963) dejó de interesarle el cine más o menos "convencional" para ir avanzando a unas películas cada vez más abstractas y experimentales cuando se integra en el grupo Dziga Vertov en 1967, donde siguiendo un espíritu colectivista e izquierdista, deja de firmar las películas con su nombre durante una década. De esta manera, uno de los máximos artífices del "cine de autor", renegó de esa etiqueta al considerarla "reaccionaria".
Las películas de Dziga Vertov son cine puramente político, "difícil", por momentos genial, por momentos testimonio de lo mejor y lo peor de una época en la que, como sucede ahora con frecuencia, las palabras (revolución, proletariado, colonialismo) acaban adquiriendo un peso excesivamente discursivo convirtiéndose en valores por sí mismos cada vez más alejados de la realidad que se supone que representan.
El hombre inextricable
Godard, ya como viejo refunfuñón, nuca salió del todo de Dziga Vertov y la larga última época de su trayectoria se compone prácticamente en su totalidad de cine experimental en el que indaga una y otra vez en sus dos obsesiones: el propio cine, "le cinéma", y su naturaleza "esencial" por una parte. Por la otra, la forma en que al ser el arte popular de masas dominante, sus propias estructuras profundas reproducen los mimbres del poder dominante. Godard dejó de ser comunista, pero no revolucionario.
El cineasta no pudo rodar su última película pero sí hizo un tráiler, un tráiler largo de 20 minutos, que llega a los cines bajo el título de Tráiler de la película que no existirá jamás: Guerras de broma. Vemos un esbozo de su último proyecto, una adaptación de la novela Falsos pasaportes, ganadora del premio Goncourt en 1937. La escribió Charles Plisnier, un belga trotskista desencantado con la deriva del estalinismo en un sistema totalitario y sangriento. Plisnier acabó su vida siendo un ferviente católico y renegando de su antigua fe.
El propio Gordard vivió con intensidad frenética el mayo del 68 que documento ampliamente en Un film comme les autres (1968) y se convirtió en un ferviente maoísta. En sus películas con Dziga Vertov, con frecuencia, aparecen actores leyendo a cámara pasajes de El libro rojo de Mao.
Guerras de broma es una pieza audiovisual atípica formada por collages con fragmentos de textos y acuarelas, una voz en off que reproduce ideas del propio Godard, sus notas del proyectos o pasajes de la novela de Plisnier sin solución de continuidad. ¿Quiso decir Godard con su última película que se había equivocado al postularse como el primero de los cineastas "marxistas-leninistas"?
Hay sin duda una cierta melancolía, una cierta rendición del cineasta ante la idea de no haber sabido capaz de articular una gramática cinematográfica que de una vez por todas lo pusiera todo patas arriba. Esa búsqueda incesante, sin embargo, ha sido apasionante y aunque Godard no tenga respuestas y de alguna manera admita sus errores, también este "tráiler de una película que no existirá jamás" es símbolo de su grandeza.
Dolor en Cabo Verde
El programa doble, breve, de 30 minutos, se completa con un corto de Pedro Costa, el insigne cineasta portugués que ha llevado el documental social hasta una nueva dimensión artística en grandes obras como En el cuarto de Vanda (2000) o Juventud en marcha (2006).
Las guerras de fuego, con una duración de nueve minutos, divide la pantalla en tres para que veamos, y escuchemos, a las cantantes Elizabeth Pinard, Alice Costa y Karyn Gomes cantar una bella canción de tributo a las víctimas de la erupción de la isla volcánica de Fogo, en Cabo Verde, en 1951. Curiosamente, cantan una canción tradicional ucraniana.
Costa siempre ha estado a medio camino entre el director de cine "convencional" y el videoartista de instalación de museo y este bello cortometraje, que pone los pelos de punta, es una muestra más de su profunda sensibilidad ante el dolor ajeno.