El cine en 2024: la música y el amor sin romanticismo marcan un año con varias perversiones históricas
Tanto Alice Rohrwacher como Isaki lacuesta abogan por desenterrar la memoria viva del arte en un mundo empeñado en momificarlo.
Buena parte del cine que nos ha sorprendido y conquistado este año lo ha hecho desde dos flancos que han encontrado modos bien estimulantes para expresarse: la música y el amor. O el amor por la música.
El haiku de Wim Wenders (Perfect Days) glosando la belleza rutinaria de un limpiador de servicios públicos en Tokio que ama el rock clásico, el musical narco queer de Jacques Audiard (Emilia Pérez) que retrata a México sin los mexicanos; el inesperado viaje al fondo de la demencia en la secuela Joker: Folie a Déux, que en su sedicioso gesto a contracorriente de cualquier expectativa ha catapultado a Todd Phillips a la liga de los grandes autores; o la no menos magnética crónica del alma musical de Los Planetas filmada por Isaki Lacuesta, encontrando en Granada y Nueva York el duende lorquiano que acaso también buscan Javier Macipe en La estrella azul y C. Tangana en La guitarra flamenca de Yerai Cortés. La música desborda el cine.
Una cierta zona de exploración común une a La quimera con Segundo premio, dos películas tan aparentemente distantes entre sí. Sea con los saqueadores de tumbas o con los músicos de Granada, tanto Alice Rohrwacher como Isaki Lacuesta, cineastas extraordinariamente talentosos, abogan por desenterrar la memoria viva del arte en un mundo empeñado en momificarlo y venderlo al mejor postor.
Ambos (re)tratan a sus criaturas desde una posición empática, esencialmente humanista. También Sean Baker, vencedor en Cannes con Anora, aterriza el foco de su anticuento de hadas en el único rastro de ternura de un relato salvajemente cruel bajo su apariencia cómica, hedonista, caótica.
Sobre el amor sin romanticismos, esencialmente fraternal, construyen sus películas Pedro Almodóvar (La habitación de al lado) y Pilar Palomero (Los destellos), quienes junto a Carlos Marques-Marcet con la olvidada Polvo serán (donde amor y música también entran en contacto) retratan un mundo enfermo en conmovedoras historias de naturaleza fantasmagórica en torno a la muerte asistida.
Relaciones de tú a tú, intercambios de deseos y frustraciones, que asimismo operan en el centro del emotivo cuento navideño de Alexander Payne (Los que se quedan), bajo el sello de un facsímil de cine setentero; o en el abrumador naturalismo con el que la debutante Sandra Romero nos habla del amor fraternal (Por donde pasa el silencio), o en la agridulce celebración de una ruptura de Volveréis, con la que Jonás Trueba también conquistó Cannes, o, incluso, en la incómoda amenaza con la que Mar Coll observa los rincones oscuros de la maternidad no deseada (Salve María).
Ritmos, Melodías, tempos y disonancias en epopeyas, también, que se adentran en las propias entrañas de la historia. Javier Rebollo nos traslada a los orígenes del cinematógrafo para explorar sus cualidades mágicas (En la alcoba del Sultán); Bertrand Bonello, con su filme más ambicioso, atraviesa las edades del tiempo en las serendipias de un amor cósmico (La bestia), y Ryusuke Hamaguchi propone en El mal no existe una enigmática parábola sobre las perversiones capitalistas en el medio ambiente.
Y en el centro de las perversiones históricas, volviendo la vista a la barbarie nazi, Jonathan Glazer ha filmado en La zona de interés el envés del horror para mostrarlo más terrorífico que nunca, mientras que Marco pone en escena la “memoria inventada” de ese horror, anticipando en la transgresión moral de Enric Marco el mundo de la desinformación en el que vivimos.