'Heretic': Hugh Grant se luce haciendo de malo en una fábula sobre las sombras de la religión
- El rey de la comedia romántica se convierte en un psicópata en una película de terror indiscutiblemente entretenida que cuestiona la fe como mecanismo de control.
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Galanes hay de muchas clases y en los años 90 Hugh Grant se convirtió en el “guapo que no va de guapo”. Despistado, intelectual, quintaesencialmente inglés y seductor “sin querer”, Grant triunfó con tres grandes comedias románticas escritas por Richard Curtis: Cuatro bodas y un funeral (Mike Newell, 1994), la película que lo lanzó a la fama con Andie MacDowell como pareja estelar; Notting Hill (Roger Mitchell, 1999), en la que interpreta a un modesto librero de Londres enamorado de una superestrella de cine (Julia Roberts), y Love Actually (2003), dirigida esta vez por el propio Curtis, en la que radiografiaba el estado de la pareja moderna en tiempos de confusión sentimental.
En esas películas, enormes éxitos, poseedoras de verdadera gracia y encanto, el mundo volvía a girar cada vez que Grant sonreía con ese aire de “canallita naïf”, alérgico al compromiso pero dotado de un gran corazón. Rey indiscutible de la comedia romántica, aún reincidió en buenas películas como El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2001) y su secuela o Amor a segunda vista (2002), en la que se reunía con la reina femenina del género, Sandra Bullock.
A sus 64 años —nunca es tarde si la dicha es buena— el actor británico cambia de tercio totalmente con Heretic, en la que que se nota que se lo pasa pipa interpretando al villano de la función. Siempre ha sido muy buen actor, y su retorcido personaje, un señor en apariencia afable y cordial que rápidamente revela a un verdadero monstruo, es lo mejor de una película angustiosa y entretenida con algo de cuento clásico, como Caperucita o Hansel y Gretel, sobre los peligros, ya se sabe, de fiarse de los extraños.
Dos misioneras en apuros
Heretic arranca cuando dos jóvenes misioneras, la hermana Barnes (Sophie Thatcher) y la hermana Paxton (Chloe East) llaman a la puerta del caserón del señor Reed (Grant) para hacer proselitismo. Se están metiendo, claro, en la boca del lobo. El tal Reed resulta excesivamente afable, como espectadores tanta pompa nos hace desconfiar, pero las incautas pican y ya no habrá marcha atrás.
Las películas sobre el juego del gato y el ratón suelen ser gozosas. Ahí están esa maravillosa La huella (Joseph Leo Mankiewicz, 1972), en la que Laurence Olivier y Michael Caine se enredan en un interminable jeroglífico donde el cornudo se venga del seductor; o la fastuosa Seven (David Fincher, 1996), donde el asesino se dedica a darle pistas a la policía y con sus acciones tiene una intención moralizante.
En estas películas, el “malo”, además de malo, quiere dar algún tipo de lección a sus víctimas y las tortura para que les quede más claro. En este caso, el señor Reed, con cínica erudición y sin quitarse nunca la sonrisa propia de la “cordialidad americana”, donde los cajeros de supermercado sonríen a los clientes, quiere violentar las creencias de las misioneras para demostrarles de que en la historia de Jesús, como dirían los políticos españoles, “hay algo de verdad y todo lo demás es falso”, y es una amalgama de viejas leyendas y mitos ancestrales. No solo eso, sobre todo quiere demostrar a las incautas que la religión es un mecanismo de control mental, social y moral.
En Heretic nada es lo que parece. Al principio parece que Barnes (Thatcher) es la fuerte y Paxton (East), la débil. En este juego del gato y el ratón, los papeles se van intercambiando y por el camino también descubriremos algunas debilidades del propio Reed, ese redentor violento de la humanidad.
Alucinación y crisis
Dirigida por Scott Beck y Bryan Woods, conocidos por ser los guionistas de la saga Un lugar tranquilo de John Krasinski, en Heretic es evidente la huella de un clásico contemporáneo del terror como Déjame salir (Jordan Peele, 2017), en la que la hipnosis y la idea de la alucinación tienen un papel primordial. Si en esa inspiradísima película sobre el racismo encubierto de Estados Unidos detrás de sonrisas tan hipócritas como la del señor Reed el inductor alucinógeno se trataba de una sesión de hipnosis, aquí es un pastel de arándanos el catalizador de la pesadilla kafkiana.
A la vez artefacto de diversión con sustos, sangre y secretos en la estela del terror más clásico y con voluntad de trascenderlo, Heretic se inscribe en ese “nuevo cine de terror” en el que se mezcla lo autoral con lo social y psicológico. Tenemos otros ejemplos destacados de ello, como las impresionantes Midsommar (Ari Aster, 2019) o Longlegs (Oz Perkins, 2024).
Heretic es indiscutiblemente entretenida y tiene los suficientes golpes y giros de guion como para mantenernos agarrados a la butaca, pero no acaba de cerrar de manera satisfactoria la “gran metáfora” sobre la religión que quiere plantear.