Emma Suárez: "Las mujeres no me convirtieron en un mito sexual, esas etiquetas las inventa el patriarcado"
- La actriz, ganadora de tres Goyas, repasa su trayectoria en El Cultural y analiza sus últimos trabajos en la película 'Desmontando un elefante', donde interpreta a una alcohólica, y en la obra teatral 'El cuarto de atrás'.
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Al otro lado del teléfono, Emma Suárez (Madrid, 1964) encara esta entrevista con la disposición que hubiera prestado a cualquiera de sus papeles en cine, teatro o televisión. La misma entrega, el mismo respeto. Solicita unos segundos para acomodarse e intuimos la naturalidad de sus movimientos. Su versatilidad como actriz —incontables registros a lo largo de su carrera— es perfectamente compatible con ser una mujer sencilla. Nos pone al tanto de los vaivenes cotidianos, de su hijo, que acaba de llegar… Ya está lista. Se toma su tiempo, cavila cada respuesta, aunque conserva esa espontaneidad tan genuina, la misteriosa dulzura con la que sedujo al cine español en películas como La ardilla roja (1993), de Julio Medem, o Besos para todos (2000), de Jaime Chávarri.
Entró en el cine "por casualidad", como ella misma recuerda, pero por la puerta grande. Tenía 14 años cuando compartió reparto con Fernando Rey y Ernesto Alterio, entre otros grandes nombres, en Memorias de Leticia Valle (1979), el trasvase a la gran pantalla de la gran novela de Rosa Chacel. Recibió su primer Goya a la mejor actriz protagonista por El perro del hortelano, de Pilar Miró, una película de 1997. Dos décadas más tarde tuvo lugar la gran noche del doblete: dos goyas, como protagonista y como secundaria, por Julieta, de Pedro Almodóvar, y por La próxima piel, de Isaki Lacuesta e Isa Campo.
Desde entonces está trabajando "más que nunca", confiesa. La actriz protagoniza El cuarto de atrás, la adaptación teatral de la obra de Carmen Martín Gaite, que ya ha arrancado las representaciones y llegará al madrileño Teatro de La Abadía el 27 de febrero. Además, este viernes —10 de enero— llega a las salas de cine Desmontando un elefante, el debut en la dirección de Aitor Echeverría. Suárez encarna a una mujer alcohólica en una película que se ocupa del proceso de desintoxicación con admirable sutileza. Tanto que el espectador no verá una gota de alcohol en todo el metraje. "Hemos ido a centros, hemos hablado con terapeutas, con pacientes, hemos estado en terapias familiares… Hemos trabajado mucho", explica la actriz con el entusiasmo intacto.
Pregunta. Le he escuchado decir, orgullosa, que es una actriz de óperas primas…
Respuesta. [Risas] Bueno, pero es una broma.
P. En todo caso, ¿hay alguna diferencia entre trabajar con Almodóvar o Medem y hacerlo con un director debutante?
R. No te creas. Cuesta mucho hacer una película y cuando por fin consigues la financiación, a lo mejor han pasado cinco, diez o quince años, como ocurre con el caso de Aitor Echeverría. Aunque sea su primera película como director, lleva gestándola desde hace muchos años. Además, todo este tiempo ha trabajado como director de fotografía. Es verdad que, por el hecho de ser una ópera prima, se comparte el entusiasmo y el vértigo de hacer algo por primera vez, pero a la hora de rodar no te encuentras con un novato; es alguien muy preparado.
P. ¿Y el comportamiento de una actriz con su veteranía se vuelve más cómplice que cuando trabaja con directores más consagrados?
R. Bueno, quizás ellos me miran con más admiración y respeto, ¿no? Y quizás escuchan mis propuestas con otra atención. No es que los más consagrados no lo hagan, pero quizás en este caso soy yo la que mira con más admiración y respeto. Pero, por ejemplo, cuando he trabajado con Jaime Chávarri, que además es amigo, no varía tanto la cosa. Es que esto es un trabajo en equipo. Yo soy igual de respetuosa con los veteranos que con los que empiezan, siempre que sienta el deseo de trabajar porque me ha seducido ese guion. El punto de partida es el guion, el primer instrumento con el que te relacionas.
"El alcohol es una droga legal, está completamente normalizada y creo que es algo sobre lo que deberíamos hacer una reflexión"
P. ¿Qué le sedujo de esta película?
R. Me llegó el guion en 2021 y me pareció muy interesante porque abordaba la dependencia y las relaciones familiares, el conflicto que provoca una adicción dentro de una familia, pero también porque hablaba de las dependencias emocionales: el hecho de cuidar de una persona y descuidarse a uno mismo [se refiere al personaje de la hija, interpretada por Natalia de Molina]. Además, el alcoholismo no es un tema del que se suela hablar en las familias, y sin embargo todos conocemos a alguien que ha pasado por esta situación. Por último, el alcohol es una droga legal, está completamente normalizada en nuestra sociedad y creo que es algo sobre lo que deberíamos hacer una reflexión. A mí esta película me ha servido para tomar conciencia, es un cine que me parece necesario.
P. No he encontrado otro papel en el que encarnara a una adicta.
R. La verdad es que no. Hace muchos años hice un personaje en teatro, pero en cine no. Eso me estimulaba, claro, sobre todo porque en las películas que hemos visto sobre las adicciones siempre aparece la sustancia, la típica borrachera o el mono de después. Aquí el punto de vista es muy limpio, me gustaba mucho con qué respeto estaba tratado. Para mí ha sido un viaje en el que no sabía lo que me iba a encontrar. Me daba vértigo porque sabes que vas a bucear en un territorio emocional, en un vacío. Es una responsabilidad.
P. ¿Cómo fue su paso por ese Madrid de los 80 en el que era tan joven? ¿Le dio tiempo a vivirlo tan intensamente como tantos colegas de su profesión?
R. Yo era una adolescente, acababa de empezar a trabajar y a relacionarme con este mundo. Para mí toda esa época está relacionada con el deseo de aprender, con el compromiso, porque no había nadie de mi familia que se dedicara a esto. Sentí la necesidad de dar clases de voz, de baile, de aprender inglés, de comprar libros sobre interpretación… Me gustaba mucho, por ejemplo, ir a los cines Alphaville. Recuerdo una explosión de colores, mucho movimiento en las calles, en la música, en la pintura… En esa época también era muy típico irse a Londres a comprar música. Y recuerdo garitos como El Sol, que era un templo donde solíamos ir.
P. El reverso fueron las adicciones, uno de los elementos cruciales de esta película. ¿Entonces era consciente de esto?
R. Era algo que formaba parte del entorno, pero la conciencia sobre eso viene después, con la información y a raíz de la pérdida de muchas personas como consecuencia de la heroína. No era algo que yo frecuentara, pero estaba ahí. Tú pasabas por la plaza de Chueca, aunque siempre lo intentabas evitar, y podías encontrarte con una jeringuilla. Era habitual cruzarte con yonquis. Pero yo empecé a trabajar muy pronto y asumí responsabilidades siendo muy joven. Salí del instituto y empecé a tener otro tipo de relaciones: conocí a gente muy mayor que se convirtieron en maestros. Con 18 años empiezo en el teatro con Irene Gutiérrez Caba, recuerdo a personas que te cuidaban como Manuel de Blas… Por eso creo que tengo tanto respeto por esa generación de actores.
"José Sacristán es la voz que nos queda de esa generación de maestros que tanto han luchado por los derechos de los actores"
P. Tras la reciente muerte de Marisa Paredes se ha celebrado mucho su compromiso social y su conciencia feminista. ¿Se necesitan referentes como ella para consolidar la sororidad que ahora parece tan necesaria?
R. Bueno, para mí es indispensable. Es que estas mujeres han sido muy fuertes, han luchado mucho por tener un lugar y por mantenerse en pie y desarrollar su vocación. Antes el mundo de la interpretación era muy distinto. Ser actor o actriz ahora es mucho más accesible, está reconocido, mientras que en la generación de Marisa Paredes estaba mal visto. Para mí Juan Diego, Fernán Gómez, Paco Rabal… son auténticos maestros. No hay más que escucharles hablar, han luchado mucho por los derechos de los actores. José Sacristán es la voz que nos queda de esa generación.
P. ¿Cómo está viviendo este aluvión de noticias sobre abusos y agresiones sexuales a mujeres en el mundo del cine?
R. Pues con vergüenza y con indignación. Y con sorpresa, claro.
P. Si le digo "Emma Suárez, mito erótico de los 90", ¿qué piensa? ¿Cómo se llevaba con las etiquetas de este tipo?
R. Pues imagínate, me da la risa. Es que yo no entendía nada. Cuando colocaban esos titulares los periodistas, me indignaba. Yo no era esa persona, me estaban colgando una etiqueta que no tenía nada que ver conmigo. Creo que yo he tratado de estar en un lugar más discreto porque no me gustaba el lugar donde me colocaban los medios. No era la imagen que yo transmitía, pero en las sesiones de fotos se elegía siempre ese perfil, ¿entiendes? No había otro remedio que tomárselo con humor porque había que seguir trabajando.
»De esa época yo recuerdo, incluso fuera de nuestra profesión, situaciones que formaban parte de nuestra realidad: por ejemplo, hombres que iban vestidos con una gabardina y se la abrían para mostrarte su intimidad. Y se normalizaban cosas como que te metieran mano en el Metro. Hay mucha enfermedad que no sé de dónde coño viene.
"He tratado de estar en un lugar más discreto porque no me gustaba el sitio donde me colocaban los medios"
P. Tal vez normalizar ese tipo de etiquetas [mito sexual, mito erótico…] no ha contribuido a detener esas actitudes.
R. Claro que no, pero eso lo ha inventado el patriarcado. A mí las mujeres no me convertían en un mito sexual.
P. En todo caso, a quienes estaban encasilladas en un arquetipo de belleza femenina, ¿les ha costado más ganarse el prestigio, ser respetadas por sus trabajos como actriz?
R. Sí, nos ha costado lidiar con eso. Era una circunstancia que viajaba a tu lado. Por eso personas como Pilar Miró para mí se convierten en referentes y maestras por su honestidad, su integridad, su lucha por su trabajo… Además, creció en un mundo de hombres. Es que en aquella época no había directoras de cine. Solo estaban ella, Cecilia Bartolomé y Josefina Molina. Después aparecen Isabel Coixet, Icíar Bollaín, Chus Gutiérrez… Y ahora no hay más que ver el cine que se está haciendo.
P. Debe sentirse muy satisfecha del momento que atraviesa el cine español, sobre todo más allá de nuestras fronteras. ¿Tiene también la sensación de haber contribuido a su desarrollo y su auge?
R. No soy tan consciente de esto. Lo que sé es que he trabajado mucho, pero en este oficio siempre se tiene la sensación de estar empezando. Aquí no hay garantías de nada. Supongo que tiene que ver también con el hecho artístico, la expresión emocional, el conocimiento del ser humano y, en definitiva, transmitir lo que somos. Somos seres vulnerables. Creo que he hecho buenas películas, he trabajado con buenos directores y he conocido a seres humanos extraordinarios.
P. Pero imagino que no se olvida de esos momentos en los que nadie llama. Creo que también lo ha experimentado.
R. Por supuesto que no lo olvido. Soy muy consciente de que la vida de un actor es un tiovivo, como decía Marisa Paredes. A veces estás arriba, otras abajo, y la mayoría de las veces estás manteniendo el equilibrio. Es que es un trabajo de equilibrista. No solo dependes de ti; dependes de la industria, de que las películas que se vean… Tú puedes haber preparado mucho ese trabajo, pero si la película no tiene una exhibición, olvídate. Es como si no se hubiera hecho. Y eso es muy frustrante.
"En este oficio siempre se tiene la sensación de estar empezando. Aquí no hay garantías de nada, somos seres vulnerables"
P. ¿Con cuáles se le ha quedado esa espina?
R. Pues hay películas muy bonitas en las que he trabajado y casi no se han visto. Por ejemplo, Orquesta Club Virginia, de 1992, con Manuel Iborra.
P. ¿Cómo van las funciones de El cuarto de atrás?
R. Estoy muy contenta de formar parte de esta obra. La ha dirigido Rakel Camacho, una magnífica directora, y la dramaturgia es de María Folguera. Cuando vi esa adaptación, no tuve ninguna duda de que lo tenía que hacer. Fue una de las cosas más bonitas que me pasaron en 2024: trabajar en teatro redescubriendo a Martín Gaite. Cuando te ofrecen un proyecto y te dan la posibilidad de abrir una puerta y encontrarte con un mundo infinito, es una maravilla. El cuarto de atrás me ha dado esa oportunidad. El 11 de enero estamos en Salamanca. Me hace mucha ilusión porque ella era de allí.
P. El teatro ha sido siempre un ancla en su carrera. En las dos décadas que transcurren desde el Goya por El perro del hortelano hasta el año del doblete, trabaja más mucho en las tablas que en el cine.
R. Desde luego. Además, eso no lo dice nadie y no lo entiendo. Estuve haciendo teatro todo ese tiempo: La avería (Blanca Portillo, 2011), Viejos tiempos (Ricardo Moya, 2012), Los hijos de Kennedy (José María Pou, 2013), Deseo (Miguel del Arco, 2013)… Por eso te digo que en este trabajo nunca se sabe. Lo importante es que sigamos haciéndolo.