Sean Penn, en un momento del filme. Al fondo, Tye Sheridan

Sean Penn, en un momento del filme. Al fondo, Tye Sheridan

Cine

'Ciudad de asfalto': la ambulancia al infierno de Sean Penn se pasa de intensa

Publicada

A pesar de que es uno de los trabajos más injustamente olvidados de Martin Scorsese, es inevitable pensar en Al límite (1999) cuando hablamos de cine de ambulancias. El filme, el último escrito por Paul Schrader para el cineasta neoyorquino tras Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980) y La última tentación de Cristo (1988), narra la historia del insomne, depresivo y esquizoide paramédico Frank Pierce, interpretado por el siempre intenso Nicolas Cage.

Se trata de un hombre al que le persiguen las almas de los pacientes a los que no puede salvar en su errancia profesional por las siempre malas calles de Nueva York. Y, como no podía ser de otra manera tratándose del calvinista Schrader y el cristianamente espiritual Scorsese, la película está plagada de referencias religiosas y dilemas éticos y morales, de alucinaciones y violencia.

Es difícil no entender Ciudad de asfalto, la primera película rodada por el cineasta francés Jean-Stéphane Sauvaire (París, 1968) con capital y estrellas de Hollywood, casi como un remake encubierto de Al límite, aunque en realidad tenga su origen en la novela Black Flies de Shannon Burke.

Aquí volvemos a encontrar a un paramédico angustiado que se enfrentará noche tras noche a las emergencias más traumáticas de Nueva York, entre las que encontramos tiroteos, ajustes de cuentas, suicidios, sobredosis… Un mosaico de la degeneración y las bajas pasiones humanas, un infierno que rima con el que vislumbraba Travis Bickle desde su coche en Taxi Driver.

Sauvaire, como ya hicieran el tándem Schrader-Scorsese, recurre a simbología religiosa para dar profundidad al relato, pero está lejos de la sutileza en este apartado, apostando por el exceso y el subrayado. El protagonista se apellida Cross (Cruz en español), tiene como única decoración en el cuchitril en el que vive en Chinatown un cuadro del arcángel Miguel y lleva una chaqueta roja con un dibujo de alas doradas que va desde los hombros a los antebrazos.

No es el único aspecto que resulta un tanto desmesurado en Ciudad de asfalto, un filme en el que apenas nos ofrece un respiro o alivio respecto a la intensidad de lo narrado, en el que la sangre brota a borbotones, en el que todo es miseria, tristeza, pobreza, estrés.

“No se si existe el cielo, pero tengo claro que sí existe el infierno”, dice el personaje interpretado por el boxeador Mike Tyson, un dechado de contención si lo comparamos con el histriónico y lunático desempeño de Michael Pitt, que va camino de convertirse en el Mickey Rourke del siglo XXI.

Pero lo que vertebra la película es la cuestión que separa a los dos personajes principales, el novato Cross (Tye Sheridan) y el veterano al que da vida Sean Penn en su mejor interpretación en años. ¿Pueden estos hombres decidir si alguien merece vivir o morir? En torno a ese mesianismo se dirimen las ambiciones de un filme con mensaje moral en el que, si algo brilla, es el impecable diseño sonoro.