Image: Esa-Pekka Salonen

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Escenarios

Esa-Pekka Salonen

“La crisis actual acabará con el elitismo de los directores”

12 junio, 2009 02:00

Esa-Pekka Salonen. Foto: Clive Barda

En las próximas semanas, Esa-Pekka Salonen pasará el testigo de la Filarmónica de Los Ángeles a Gustavo Dudamel. Hasta entonces, el director y compositor finlandés continuará embarcado en una gira mundial dedicada a Mahler que recala en Madrid hoy y mañana, con sus ambiciosas Sexta y Séptima Sinfonía y Tres piezas para orquesta de Berg.

Al primer impacto, Esa-Pekka Salonen (Helsinki, 1958) remite a otros de sus compatriotas. Gentes de hielo, como la soprano Karita Mattila, el pianista Ralf Gothoni o el conductor de Fórmula 1 Kimi Räikkünen, cuyos gestos se mueven entre el desabrimiento y la solemnidad, como un inmenso iceberg que esconde sus dotes bajo el agua. Así es este compositor y director finlandés, legatario de Boulez, que en los últimos 17 años ha conseguido perfilar, en el Walt Disney Concert Hall de Los ángeles, un boceto animado de orquesta moderna y localista que heredará Gustavo Dudamel la próxima temporada. Hasta que eso ocurra, Salonen repartirá su tiempo entre los festivales de Salzburgo y Lucerna, las BBC Proms y una gira mundial junto a su otra orquesta fetiche, la Philharmonia londinense, dedicada a Mahler. éste y Berg integran el programa con el que se dejará ver hoy y mañana en el Auditorio Nacional de Madrid.

-En las próximas semanas abandonará la Filarmónica de Los ángeles tras 17 años de dedicación. ¿Cómo se siente?
-Satisfecho, agradecido, contento. Ha sido una época maravillosa, personal y musicalmente. Porque lo que dejo en Los ángeles no es sólo un puñado de músicos, también buenos amigos, con los que continuaré trabajando. Y no puedo dormir más tranquilo pensando que un talento vivaz como Dudamel recoge el testigo.

-¿Y qué supondrá para la LA este cambio de temperamento?
-Dudamel es un tipo inteligente, con una buena noción del trabajo en equipo. Saldrá algo muy colectivo, de acuerdo a su Sistema. Y sabrá imprimir a la orquesta ese carácter latino que tanto agradecerá el público de una ciudad de mayoría hispana.

-Comparten, Dudamel como director y usted como compositor, un sentido muy físico de la música.
-Es un aspecto primordial. No puedo componer si no es pensando que el cuerpo y la mente son la misma cosa. Del mismo modo que un instrumento es una extensión del cuerpo y no una máquina que produce notas. Sólo hay que ver a Gustavo dirigiendo para darte cuenta de lo que digo, de que la música no tiene nada que ver con algo automatizado.

-Su otro yo está en la Philharmonia de Londres. ¿Siguen existiendo diferencias palmarias a ambos lados del Atlántico?
-Después de tantos años, estoy en condiciones de afirmar que, al margen de las diferencias coyunturales de cada sitio, los músicos resultan ser sorprendentemente parecidos, con independencia de lo que ponga en su pasaporte. Nos mueven los mismos principios y, de alguna extraña manera, el misterio de la música termina congregando al mismo tipo de gente.

-Sin embargo, cuando aterrizó en Los ángeles le cambió el carácter, y hasta el tempo...
-(Risas) Cuando llegué a California estaba un poco viciado del carácter intelectual europeo. Y esa arrogancia no te sirve de nada fuera. Reaccioné rápido. Me di cuenta de que no debía tratar de exportar un sucedáneo de Darmstadt, ni nada parecido. Por eso más que a algo único del sur de California, aspiré a crear algo típico de la zona.

-Y en el terreno compositivo, ¿es igual de flexible?
-Intento que mis partituras sean lo más perfectas posibles, con perdón de la palabra. Me refiero a que todo esté suficientemente claro y explícito en el papel. Pero sin llegar a la asfixia. No me gusta saturar la partitura. Más bien al contrario, prefiero que mi música pueda suscitar diferentes aproximaciones, de Dudamel a Eschenbach.

-No todos los compositores podrían decir lo mismo...
-Porque no todos componemos igual. Hablando con Boulez sobre esto de la autenticidad, me decía que quizá lo peor que le podría ocurrir es que se tratara de reconstruir, con la técnica actual, la primera interpretación que se hizo de su Le Marteau sans maître. Me lo dijo así, y luego se echó a reír. Supongo que porque, medio siglo después, sigue siendo una de las obras más complejas del catálogo.

-La incipiente escasez de patrocinadores ¿afecta por igual a directores y compositores ?
-Los compositores han sido siempre muy maltratados, sin importar el sentido de la cresta económica. Dicho esto, creo que la crisis actual acabará con el concepto tradicional de director, con su aura elitista.

-¿Así se explica que en los últimos años no se le haya visto demasiado entre bastidores?
-Me ha faltado espacio en la agenda, y digamos que tampoco me siento plenamente cómodo en los grandes teatros de ópera. Me agota el ritmo de los ensayos, la dirección a contrarreloj, sentirme una pieza más de un enorme engranaje, ciertas condiciones de trabajo que no son precisamente sugestivas, el barullo... Le aseguro que me fascina dirigir ópera, ahí está el The House of the Dead de Janácek para la próxima temporada del Met, que luego irá a La Scala. Pero digamos que la disfruto más y mejor en los festivales.

-Cuando le falle Salzburgo, ¿se atreverá a componer alguna?
-Es un proyecto que tengo muy en mente. En cuanto encuentre un rato libre, trabajaré en una ópera basada en The Woman and the Ape de Peter Høeg. Pero de momento, la gira de Mahler y los festivales ocupan todos los claros de mi agenda...

-La última vez que vino a Madrid lo hizo precisamente con la Séptima Sinfonía de Mahler, una de las más difíciles.
-Sin duda la más: por el concepto formal y por lo que respecta a la técnica. La Séptima es como una de esas pinturas de Dalí en la que las proporciones del cuerpo han sido manipuladas. Además, el finale cambia según la perspectiva. En ese sentido, Mahler perseguía un auténtico ideal compositivo, que no llegó a alcanzar del todo. Y, sin embargo, es precisamente esa tentativa de perfección musical, discretamente frustrada, uno de los grandes atractivos de Mahler y otros compositores, como Bruckner. El mismo razonamiento explica que Brahms no termine de interesar demasiado a mi oído.

-Un oído a prueba de rock y de heavy...
-Me gusta mucho Radiohead. Y en mis ratos libres, si la ocasión lo merece, acudo a conciertos de heavy. Qué hay de raro.