Image: Valeri Gergiev

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Escenarios

Valeri Gergiev

“Me gusta dirigir al límite de lo humano”

30 octubre, 2009 01:00

El director ruso Valeri Gérgiev. Foto: Marco Borggreve

Es el acontecimiento operístico de la temporada. Los Troyanos de Berlioz desembarcan mañana en el Palau de les Arts de Valencia en una superproducción que cuenta con La Fura dels Baus y la batuta poderosa de Gergiev, que ha hablado con El Cultural sobre la monumentalidad de sus proyectos.

Valeri Gergiev (Moscú, 1953) parece encontrarse particularmente cómodo con los proyectos titánicos. Puede con ellos por el talento, el instinto, el oficio, la disciplina y la técnica. Cualidades todas ellas que ahora pone al servicio de Los Troyanos, monumental ópera de Berlioz que el maestro ruso va a oficiar, a lo largo de cinco funciones, desde mañana y hasta el 12 de noviembre, en el Palau de les Arts de Valencia. El acontecimiento se produce cuando Gergiev compagina la titularidad de la London Symphony con las huestes del Mariinsky, sin descuidar el vínculo privilegiado con los filarmónicos vieneses y berlineses. Se desprende de tanto trabajo que el director ha encontrado la llave de la ubicuidad. Como Plácido Domingo.

-¿Es así?
-Plácido es amigo mío y un artista extraordinario. Es verdad que los dos viajamos y trabajamos mucho, pero sin descuidar la calidad. Que es importante. Reconozco que hacemos un gran esfuerzo con el Mariinsky. Hay giras internacionales y una temporada regular en San Petersburgo. Puede hablarse de mucho trabajo, pero no de sobrecarga. Precisamente porque cultivamos un vasto y amplio repertorio.

-¿No piensa entonces que trabaja quizá excesivamente?
-Mi tendencia es dedicarme cada vez más a mis compromisos estables. Hago grandes proyectos tanto con la London Symphony como con el Mariinsky. Por eso procuro ir relativizando las colaboraciones ocasionales.

-Valencia es una excepción.
-Es una excepción porque hacía años que estábamos analizando la posibilidad de dirigir una ópera. Los Troyanos me ha parecido la adecuada.

-Una obra titánica para un director titánico.
-Me gusta dirigir las obras que llevan el arte al límite de lo humano. Los Troyanos son un buen ejemplo, como el Otello de Verdi o el Don Giovanni de Mozart. Berlioz era un compositor extraordinariamente dotado. Me refiero a la inspiración, al sentido de la teatralidad, a la fortaleza y el poder de su música. Todas esas virtudes tienen un efecto contagioso cuando estás en el foso. Cuanto más inspirada es la música, más comprometido y concernido me siento. De modo que mi trabajo consiste en llegar a las profundidades de la obra y explorarla de la mejor manera posible.

-Su relación con Berlioz es particularmente intensa. Ha dirigido algunas de sus óperas imposibles, como Benvenuto Cellini en Salzburgo.
-Hace música a gran escala. Sus obras te incitan, te estimulan. Van creciendo y creciendo a medida que las interpretas. Me encuentro cómodo delante de un repertorio llamémoslo colosal. Igual que sucede con Wagner. Hay una tensión, una intensidad, que te transporta y que contagia a los espectadores.

-Es la primera vez que dirige en el Palau de les Arts. ¿Tiene pensado hacerlo en Madrid, para cuando su buen amigo Mortier se haga cargo de la dirección artística del Real?
-No está en mis planes. Quiero dedicarme a las formaciones de las que soy titular.

-Con una de ellas, la London Symphony, acaba de grabar la integral de las sinfonías de Mahler. ¿Qué ha descubierto de ellas que no conociera?
-Mahler, como Shostakovich, es un compositor al que hay que frecuentar siempre. Nunca terminas de conocerlo a fondo. Mi forma de acercarme a él hace 25 años nada tiene que ver con la manera de hacerlo ahora. Me refiero a los tempi, a los contrastes, al color orquestal. Vas ganando en profundidad. Especialmente si tienes la ocasión de interpretar las sinfonías integralmente, porque es la manera de situarlas en su contexto y de ponerlas en relación unas con otras.

-Mahler es una referencia, pero usted es un maestro polifacético. Empezando por su adhesión a la música contemporánea.
-La música contemporánea es una devoción y también una obligación. Un director de orquesta no puede abstraerse de la música de su tiempo. Hace bien en cultivar la pretérita, pero es fundamental relacionarse con la contemporánea. Me ha interesado mucho la experiencia de profundizar en la obra de Dutilleux. También creo que Gubaidulina es una compositora extraordinariamente interesante. Me gusta tener un talante abierto a la música. Soy un director de mi tiempo.

-¿También lo es en el orden político? Dirigió a las huestes del Mariinsky en Osetia, después del conflicto ruso-georgiano del verano de 2008. ¿Era una manera de implicarse políticamente?
-No era un compromiso político, sino un ejercicio de responsabilidad. Soy osetio, el cien por ciento de la sangre que circula por mis venas también lo es. Una comisión de investigación europea ha probado que los abusos y los excesos de aquel conflicto provenían de Georgia. Me parecía obligatorio colocarme con mi gente y con mi pueblo, pero no hay que hacer otras lecturas interesadas ni frívolas.

-Una de ellas consistiría en que su posicionamiento político era una manera de solidarizarse con Putin, que fue alcalde y protector de San Petersburgo cuando se produjo el ascenso del entonces Teatro Kirov.
-No soy amigo de Putin, aunque lo conozco. Ni he actuado a su servicio. Se dicen muchas incongruencias y despropósitos a cuenta de lo que sucede en Rusia. Putin ha hecho un gran trabajo por Rusia, pero es absurdo pensar que yo sea un instrumento de propaganda o de colaboración a sus órdenes.

-Permítame que le pregunte sobre la democracia y la dirección orquestal. ¿Piensa usted que el maestro debe dejar claras las distancias jerárquicas?
-Muchos grandes directores del pasado, como Mahler, Toscanini o Mravinsky, han tenido fama de autoritarios y déspotas. Se les ha reprochado a todos una tendencia a la tiranía, pero creo que se exagera. El director de orquesta es el primero que tiene que establecer una seriedad y una disciplina. No se trata de imponer dictatorialmente las cosas, pero tampoco de convertir una sinfonía o una ópera en una especie de escrutinio. ¿Se imagina ir recogiendo los votos de los cantantes para ver qué piensa cada uno? El director de orquesta no es un policía de tráfico que agita los brazos. No se trata de un trabajo mecánico. Su responsabilidad es mucho mayor. Artísticamente hablando.

Mahler, a mil

La Octava de Mahler es conocida como la Sinfonía de los mil por el gran número de cantantes e instrumentistas que requiere. Así, el director ruso se las verá delante de más de 400 personas (entre la Orquesta del Teatro Mariinsky, el Orfeón Pamplonés y Escolanía y el Coro Amici Musicae) el miércoles y el jueves próximos en el Baluarte y el Auditorio de Zaragoza, respectivamente. También con la Mariinsky, este lunes inaugurará la XXVI temporada de Ibercamera en el Auditori de Barcelona (con la violonchelista Marie-Elisabeth Hecker) y, el día 7, acudirá al Auditori de Gerona con la Quinta de Mahler y la Júpiter de Mozart.