Image: Tan Dun

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Escenarios

Tan Dun

El director y compositor chino viaja a Falla en el Teatro Arriaga de Bilbao

13 noviembre, 2009 01:00

Tan Dun.

El compositor y director chino llega el jueves al Festival BBK bilbaíno con un Oscar por Tigre y Dragón y la creación de la Orquesta Sinfónica de YouTube como credenciales. Tan Dun dirigirá a la Sinfónica de Bilbao en sus Water y Paper Concertos y El amor brujo de Falla.

Dice un proverbio chino que el té que se vierte es té en el suelo, en la bayeta con que se recoge y en los conductos que lo devuelven al mar, donde sigue siendo té. Lo mismo se podría decir de la música de Tan Dun (Hunan, China, 1957), cuya esencia ha sobrevivido a las miserias de Mao, es capaz de aflorar en los instrumentos más insospechados (llantas de neumático, bidones de agua o fajos de papel) y se propaga por medio mundo a los lomos tecnológicos de Google. "Hay muchos Beethoven ocultos en el ruido de fondo de nuestras ciudades", rebate Dun a los incrédulos, "sólo hay que saber escucharlos". Lo decía en un vídeo promocional poco antes de su esperada llegada a Festival BBK de Bilbao, este jueves, y a propósito del tema que compuso para la ceremonia de entrega de las medallas en los pasados Juegos Olímpicos de Pekín. Ocasión que no desaprovechó para cuadrar el círculo, una vez más, y sintetizar a mil decibelios el sonido de unas campanas que son la joya de la corona de Hu Jintao. Nada menos que 2.400 años de concepto musical se abrazaron en un himno al que no hicieron sombra la pirotecnia de clausura ni los incidentes de Tiananmen.

Al ciclo Músicas Actuales que se ha programado en el Teatro Arriaga llega Tan Dun con un Oscar a la Mejor Banda Sonora por Tigre y Dragón, de Ang Lee, como principal credencial y la fama, aún caliente, de su Orquesta Sinfónica de YouTube, que presentó en sociedad el pasado mes de abril en el Carnegie Hall de Nueva York. Interpretaron para la ocasión su Internet Symphony nº 1 'Eroica' ante un aforo que en la web superó las 15 millones de visitas. Los votos anónimos de aquellos internautas hicieron posible que cuatro españoles -Víctor de la Rosa, Robert Silla, David Barreda y Celso García- se subieran al tren de esta atípica formación y sintieran el fervor que profesan los neoyorquinos a este tipo de propuestas. Porque en Dun han visto los americanos una suerte de gurú de la tonalidad cuyas composiciones, bajas en calorías, tonifican las meninges como los masajes que dispensan los miyagis de Central Park. Y ocurre que tanto en los iPod de los snobs del Upper East Side de Manhattan como en las aulas de la Juilliard Schooll suena su Water Passion After St. Matthew. Sólo cambia el envoltorio, que unos llaman new age y otros etiquetan de experimental. El éxito es el mismo. Y responde a los preceptos del simple is better que tanto gusta en Wall Street, donde Tan Dun ya se ha erigido en un profeta cuya inédita biografía vuelve locos a los popes del capitalismo.

Cuando, a la muerte de Mao, Tan Dun llamó a las puertas del nuevo Conservatorio Central de Música de Pekín no sabía quién demonios era ese tal Mozart. "A cambio, podía interpretar de memoria medio millar de canciones populares de diferentes regiones" de la China profunda. De haberlo requerido el tribunal, también habría podido demostrar su pericia limpiando letrinas o recolectando arroz, que era lo que la Revolución Cultural les había deparado a él y a su familia durante los últimos meses. "Aquellos dos años alimentando cerdos y limpiando váteres me sirvieron para recopilar todo el acervo musical del folk tradicional que hoy da sustento a mis composiciones". Poco después, ingresaría con beca en la Universidad de Columbia y se emplearía como violinista callejero en una esquina de la West Fourth Street, donde "ganaba 30 dólares a la hora". Entre el calor de uno y el frío de otro, no tardó Mr. Dun en aprender a aliñar todas sus influencias al contacto con John Cage, Philip Glass, Steve Reich o Meredith Monk. La receta tiene base oriental, emulsión académica y gratinado electrónico. ¿Cocina para impostores? Nada de eso.

Uno más uno: uno.
Dun se define como un "matemático espiritual", de la escuela budista que promulga aquello del uno más uno, igual a uno. Lo han podido comprobar compositores de la vertiente más espiritual del panorama contemporáneo co- mo Sofia Gubaidulina, Osvaldo Golijov y Wolfgang Rihm, con quienes Dun participó en el proyecto Passion 2000 a la memoria de Bach. No se escapan, sin embargo, a su jurisdicción los grandes teatros y festivales. Se le ha requerido en la Bienal de Múnich (Marco Polo), la ópera de Tokyo (Tea: a Mirror of Soul) y el Metropolitan del siempre inquieto Peter Gelb, donde Plácido Domingo debutó en 2006 el rol principal de su última ópera, The First Emperor. Entonces Dun nos regaló una sentencia en salsa agridulce: "Algún día, la ópera dejará de ser occidental de la misma forma que ha dejado ya de ser italiana".

Hay quien ha querido ver cierto refinamiento en su obra desde que se trasladara al barrio de Chelsea. En la buhardilla de una casa de seis plantas, el atlético Dun trabaja matinalmente sobre una mesa de ping-pong llena de partituras, como para recordarse a sí mismo que la música es pura diversión y que sus composiciones habrán de ser siempre un diálogo entre dos partes, entre dos mundos. En el Arriaga ya han preparado el tanque y los fajos que demandan sus orgánicos Conciertos para agua y Para Papel. Más emocionante resultará comprobar cómo se las apañan Dun y la Sinfónica de Bilbao con la Danza ritual del fuego de El amor brujo de Manuel de Falla, o el también previsto The Unanswered Question de Charles Ives. El maestro pide calma: "Los sonidos del corazón, y no la técnica, son el futuro de la expresión musical".

Los cuatro tigres asiáticos

A la música occidental le han venido por el Este cuatro oleadas de renovación: la de los japoneses Toru Takemitsu y Toshio Hosokawa, la del coreano Isang Yun y la del chino Tan Dun. En su expedición al Oeste, los tres primeros establecieron sus cabezas de puente estéticas en Europa: Takemitsu en el París de Debussy y Messiaen; Yun y Hosokawa en Berlín. Tan Dun, sin embargo, desembarcó en Nueva York, y se fascinó con el zen yanqui de John Cage, con la memoria sonora de Edgar Varèse y con la transparencia minimalista de Philip Glass, Steve Reich y los demás.

La fusión Este-Oeste de Dun es distinta de las otras tres. Donde Takemitsu, Yun y Hosokawa prescriben refinamiento, que es lo propio de la sesuda Europa, Tan Dun pide simplicidad. Habrá melómanos que oigan con displicencia su ópera kung-fu Buda Passion, encargo de los monjes de Shaolín, su Water Concerto, donde el percusionista bate el agua de una palangana como niño en bañera, o la Internet Eroica, en la que Dun mezcla ruidos de la calle con arpegios de Beethoven en camaradería online, olímpica y naif tipo "amics per sempre". Los habrá, pero harán mal, porque la música europea lleva decenios enferma de complejidad y le conviene un soplo de sencillez. Hace cincuenta años la ventiló por el Oeste el huracán Cage; ahora la viene por el Este el oreíto Dun.

ÁLVARO GUIBERT