Image: La conciencia intacta de Tomás Moro

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Escenarios

La conciencia intacta de Tomás Moro

Tamzin Townsend y García May abren el Festival de Almagro con una versión de Tomás Moro, una utopía, obra nunca representada en España y en cuya autoría participó William Shakespeare

12 junio, 2013 02:00

José Luis Patiño, Richard Collins Moore, Tamzin Townsend y Manu Hernández. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.


Muy oportuna la decisión de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR) de levantar sobre las tablas Tomás Moro, una utopía. El político y filósofo inglés murió decapitado por no faltar a los dictados de su conciencia. En tiempos en que los gestores de la cosa pública malean los principios y los estiran hasta mucho más allá de las fronteras de la mínima moralidad exigible, el autor de Utopía se erige como una esperanza. Ignacio Amestoy, director del área de teatro de la universidad riojana, reconoce que esa ejemplaridad que encarna Moro fue lo que le determinó a la hora de impulsar este proyecto.

Pero también explica que el montaje que ahora está a punto de estrenarse, el 5 de julio en el Festival de Almagro, viene al hilo de su anterior producción, el Enrique VIII de Shakespeare, que llegaron a representar incluso en el Globe de Londres de la mano de la compañía Rakatá. Ahí se menciona la caída en desgracia de Robert Wolsey, arzobispo de York y consejero de mayor confianza del monarca, una suerte de primer ministro. Fue desposeído de sus bienes al no conseguir que Roma aceptase el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Quien lo sustituyó fue precisamente Tomás Moro, cuya suerte fue todavía peor. Su negativa a firmar el acta de nulidad del matrimonio le condujo directamente al cadalso en la Torre de Londres.

La peripecia de Tomás Moro la conocemos sobre todo gracias a la película Un hombre para la eternidad (A Man For All Seasons, título original) escrita por Robert Bolt. Pero mucho antes de esta versión de la vida modélica del pensador británico existía otra cuya autoría se asigna nada menos que al propio Shakespeare y a otros cuatro autores más: Anthony Munday, Henry Chettle, Thomas Dekker y Thomas Heywood. La participación del genio de Straford upon Avon ha estado envuelta en la controversia desde el descubrimiento del manuscrito, a mediados del siglo XIX. Aunque quedan todavía expertos que la niegan, cada vez es más mayoritaria la corriente que la da por segura. El marchamo de autenticidad (casi) definitivo se lo imprimió la Royal Shakespeare Company en 2005, cuando decidió incorporarla a su repertorio.

Amestoy ha contado con dos cómplices de lujo para sacar adelante este empeño pionero (será la primera vez que se escenifique en España). Ignacio García May se ha ocupado de darle cohesión a un texto alumbrado por tantos progenitores. Esa paternidad tan difusa es probable que se deba a los peligros que entonces entrañaba ensalzar la figura de Moro. Las autoridades anglicanas andaban atentas frente a cualquier atisbo de disidencia e incluso habían instituido mecanismos férreos de censura. De hecho, el censo jugó un papel clave en la configuración final de la obra. "El hecho de que la pieza estuviera escrita por cinco pares de manos diferentes se notaba en las variaciones de estilo: ha sido necesario unificar éste, haciendo con el texto un etalonaje, es decir, una unificación formal coherente. En la pieza hay momentos abiertamente cómicos y otros muy dramáticos, y era preciso pasar de unos a otros de forma fluida, sin sobresaltos", explica el dramaturgo.

Tamzin Townsend se ha encargado de la dirección. Confiesa que cuando le plantearon la idea se quedó un poco asustada. "Uyuy, qué difícil", se decía para sus adentros. "A pesar de que en Inglaterra se estudia exhaustivamente a Shakespeare, la verdad es que esta obra está desplazada de esos planes de estudios y yo, sinceramente, no la conocía a fondo", explica. Cabe pensar que ese arriconamiento obedece a su autoría tan concurrida y en constante tela de juicio. Pero la directora británica poco a poco se fue armando de valor: "Empecé a leer todo lo que había sobre él y me empezó a fascinar. Luego pensé que si estaba en manos de García May la cosa iría bien. Ahora estoy obsesionada con los ensayos pero todo está fluyendo mucho mejor de lo que pensaba. En tres semanas la teníamos montada, algo que no me había pasado desde El método Gronholm".

Otro de los escollos de la obra era el amplio número de personajes que salen a relucir, más de cincuenta. García May lo ha sorteado con un comodín, interpretado de Richard Collins Moore, que, vestido de calle, con ropajes contemporáneos, interpreta varios a lo largo de la trama. Y también se dirige directamente al público en breves incisos en los que esclarece las complejidades del contexto histórico. Y es que Tomás Moro, interpretado por José Luis Patiño, se cruza en las tablas con personalidades de la talla de Erasmo de Rotterdam. Aunque García May deja claro que esta adaptación "no pretende ser un retrato del Moro histórico sino del Moro mítico, utilizando este término, mito, en su sentido estricto, esto es, como relato que da sentido a una comunidad. El mito Moro, la del hombre dispuesto a morir por sus ideas, nos resulta particularmente conmovedor en una época como la actual en la que conciencias se compran y se venden con tanta facilidad".