Escenarios

Romántica Royal Philarmonic

La emblemática formación londinense, bajo la batuta de Pinchas Zukerman, recorre en el Auditorio Nacional el Romanticismo, desde Beethoven hasta Brahms.

18 abril, 2014 02:00

En su segunda temporada en Madrid, La Filarmónica, después de los éxitos de Pires, Frühbeck de Burgos, Gergiev y Biondi, presenta, el jueves 24 de abril, una sesión de archirrepertorio ocupada por dos piezas maestras: el Concierto para violín de Beethoven y la Sinfonía n° 4 de Brahms. El romanticismo en ciernes de la primera, su halo melódico, la belleza de sus temas, lo atractivo de sus múltiples repeticiones, casa con la complejidad temática, el vigor estructural y el sentido de la variación continua, de un tardorromanticismo muy elocuente, de la segunda.

Una velada en la que se desarrollan estas dos formidables composiciones siempre tiene interés, máxime si la labor está a cargo de una orquesta y de un artista tan completo como Pinchas Zukerman, que va a actuar, al frente de la Royal Phliharmonic Orchestra de Londres, una formación sólida, madura y equilibrada, en su doble cometido de violinista y director. Hará buen uso de su maravilloso Guarnerius del Gesù, un instrumento denominado Dushkin, que en las manos del artista nacido en Tel-Aviv en 1958 suena a gloria bendita. La belleza tímbrica, el sentido de la frase, el legato, la densidad expresiva refulgen en el arte de este músico, que desde el año 1971 decidió también, cuando era asimismo un excepcional tañedor de viola, pasarse al podio. Su infalible olfato para la planificación y el control del ritmo, sin duda consecuencias de su paso por la neoyorquina Juilliard School, su manera de respirar con la orquesta, lo han facultado para erigirse en un singular maestro. Algo que esperamos comprobar en esta actuación madrileña. No es tarea fácil desde luego construir, clarificar, estructurar y traducir una partitura como la de la última sinfonía de Brahms, que parte de un inicio verdaderamente espinoso, naciendo de la nada en una frase sinuosa y mágica.

En el podio Zukerman se muestra, es verdad, algo desgalichado, con movimientos no siempre armónicos que pueden despistar, pero sabe comunicar y expresar. Y siempre está muy atento al desarrollo del acontecimiento sonoro. Recordamos al respecto una llamativa anécdota ocurrida hace al menos 25 o 30 años. Tocaba el violinista el Concierto de Brahms. En un momento determinado se le rompió una cuerda. Sin perder comba, con la rapidez del rayo, le arrebató al concertino, Luis Antón, su instrumento y siguió con él sin pestañear, mientras el profesor de la Orquesta Nacional reparaba la avería. Reacción centelleante que cubrió perfectamente el expediente.