Image: Mérida absuelve a Salomé

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Escenarios

Mérida absuelve a Salomé

27 junio, 2014 02:00

La soprano Ángeles Blancas con la cabeza de Juan El Bautista. Foto: Alessandro Arcangeli

El Festival de Mérida debía arrancar a lo grande en el verano que llega a su 60ª edición. Esa efeméride, cruzada con el 150° aniversario del nacimiento de Strauss, ha desembocado en Salomé, la ópera más representada del compositor bávaro, que podrá verse en el Teatro Romano desde el miércoles. El regista Paco Azorín y la soprano Ángeles Blancas han desactivado los juicios morales que condenan a la princesa galilea. Ambos reflexionan sobre su ambicioso trabajo.

Tras el éxito de Julio César el año pasado en Mérida, Jesús Cimarro, director del festival de teatro clásico, le dio carta blanca a Paco Azorín (Murcia, 1975). El hiperactivo regista, fogueado a la vera de Lluís Pasqual en Barcelona, aprovechó la oportunidad para hincarle el diente a su admirado Richard Strauss. Una simbiosis de efemérides le daba la excusa perfecta para cristalizar sobre el imponente anfiteatro romano una vieja aspiración íntima. Por un lado, este verano la cita emeritense cumple 60 ediciones: todo un logro si tenemos en cuenta la endeblez de la industria escénica española. La celebración pedía un montaje de impacto. Por otro, el 11 de junio conmemoramos el 150° aniversario del nacimiento de Richard Strauss. La confluencia de ambos hitos cronológicos desembocó en una apuesta concreta: Salomé, la pieza lírica más representada del compositor bávaro. Lujuria desatada, violencia manada del rencor, incesto latente y putrefacto, choque de religiones, resonancias bíblicas, una acentuada estética expresionista... Reclamos poderosos para colmar el aforo (aproximadamente 3.000 localidades) del histórico recinto a partir de este miércoles 2 de junio.

Pero reclamos que también expusieron a Strauss a las trabas de los guardianes de la ortodoxia moral. El estreno en la Hofoper de Viena, en 1905, se truncó a pesar de la intercesión de su director, nada menos que Gustav Mahler. Aun teniendo tan influyente padrino no hubo manera de hacerle un hueco y para exhibirla en Austria tuvo que desplazarse a una plaza menor. En Graz, sin embargo, cosechó el reconocimiento del gremio musical (por allí andaban Puccini, Schönberg, Zemlinsky y Berg...) y del público, que a pesar de las dificultades que entrañaba una partitura precursora de la deconstrucción atonal le dedicó una estruendosa aclamación. A partir de ahí Salomé levantó el vuelo y tuvo un recorrido triunfal por todo el mundo, con contadas excepciones, como la suspensión de las funciones en el Metropolitan tras la presión biempensante y el rechazo a sus disonancias.

Paco Azorín ha dejado a un lado el conflicto ético para esculpir una Salomé sin sesgos subjetivos. "Yo fui un niño raro porque por mi mundo de juegos cotidianos deambulaban Tosca, Madama Butterfly... Estaba empapado en ópera y zarzuela gracias a mi abuelo y mis padres. Tengo un recuerdo muy nítido de la conmoción que me causó ver, con sólo 12 o 13 años, Salomé en el Liceo, con Montserrat Caballé. Fue brutal. A mí entonces no me pareció una depravada, no la juzgué... He querido mantener esa mirada pura ahora. No la ataco, la enseño con complejidad", explica a El Cultural.

Sobre Salomé pesan los clichés. Yo he partido de mi propia sensibilidad" Ángeles Blancas

Juventud caprichosa

En su montaje, el peso de la culpa se descarga más sobre el tetrarca Herodes Antipas, su padrastro e hijo a su vez de Herodes I el Grande, el ordenante de la matanza de los inocentes. Su atracción rijosa hacia Salomé le empuja a decapitar a Juan Bautista. Azorín entronca el drama bíblico con los desajustes educativos que padece hoy día nuestra juventud, quizá excesivamente complacida en sus caprichos: "Si tengo que sentenciar a alguien, sería a Herodes. Él es el que debería poner los límites a los caprichos de Salomé. En la naturaleza de la juventud está pedirlo todo, son los padres los que tienen que explicar que su libertad termina donde empieza la de los demás". Además, para el joven pero ya bastante curtido regista, que este año estrenó con apenas un mes de diferencia dos óperas (Tosca en el Liceo y La voix humaine en el Canal), el desenlace trágico es inevitable en esta historia en la que colisionan dos mundos contrapuestos, "el del inmovilismo ético de Juan y el de la libertad absoluta de Salomé".

Azorín cuenta con una cómplice fiel para delinear su visión desprejuiciada de la princesa galilea. Es la soprano Ángeles Blancas (Múnich, 1965). "Estamos en la misma sintonía. Es la primera vez que he trabajado con Azorín [la temporada que viene repetirán juntos en el Liceo, a propósito de Una voce in off de Montsalvatge] y nos hemos compenetrado a la perfección. Sobre Salomé pesan demasiados clichés. Por supuesto he escuchado muchas de las interpretaciones que me preceden pero he intentado partir desde mi propia sensibilidad y quitarle dureza y violencia a su canto". Blancas está exultante. Llevaba años anunciando a los cuatro vientos que el papel que más le apetecía acometer era el de Salomé. Tuvo un acercamiento indirecto al mito cuando se metió en la piel de la Pepona, en La cabeza del bautista, ópera de Enric Palomar confeccionada a partir del texto de Valle-Inclán, que en 1924 firmó una versión galaica de la macabra leyenda narrada por Mateo y Lucas en el Nuevo Testamento. Pero es ahora cuando su plegaria ha sido atendida por completo.

La ilusión es tremenda. Hasta el punto de que Azorín, confiesa, se ha visto obligado a templar su "energía sísmica": "Es la primera vez que tengo que frenar a una cantante. Su poderío escénico es arrollador. Mi labor ha consistido en canalizarlo. Cuando me confirmaron que Ángeles Blancas sería mi Salomé di saltos de alegría. Los directores de ópera muchas veces nos vemos frustrados al trabajar con cantantes que se limitan a cantar. Blancas, en cambio, es muy comunicativa, está constantemente enganchada con el público. No creo que haya ninguna soprano española en la actualidad con mejores cualidades que ella para abordar este desafío". Un desafío elevado en su dificultad al tener que cantar al aire libre. "Intimida la inmensidad del anfiteatro. Por momentos dudas de si la gente te va a poder escuchar", reconoce Blancas, que ha podido acceder en los últimos años a papeles más dramáticos al ir ganando su voz en cuerpo y densidad, objetivo logrado gracias a su obstinado temperamento. "Llevo 22 años en activo. Sentía la necesidad de abrirme al repertorio centroeuropeo, a Puccini, al verismo...".

Strauss es la teatralidad en estado puro. Su música es indisoluble del libreto". Paco Azorín

El reparto encabezado por Ángeles Blancas, que actuará el 4 y el 6, figura también el barítono José Antonio López (Juan), el tenor John Easterlin (Herodes) y la mezzo Ana Ibarra (Herodías). En el segundo, responsable del estreno y de otra comparecencia el día 5, esos mismos papeles los afrontan, respectivamente: Gun-Brit Barkmin, Tómas Tómasson, Thomas Moser y Dalia Schaechter...

Paco Azorín ha recurrido también a otros desdoblamientos para darle más verosimilitud al relato bíblico. "Normalmente, Juan o Jokanaan es interpretado por barítonos ya entrados en años y en carnes. Y chirría. Salomé se enamora de un cuerpo joven y bello. Tiene que haber una pulsión sexual para que la ópera no se venga abajo. Por eso he introducido a un bailarín, Carlos Martos, que hace de Juan cuando éste no canta".

Coreografía de Víctor Ullate

Salomé también tiene su doble en la icónica Danza de los siete velos, en la que despliega toda su sensualidad para obtener a cambio su abyecto deseo: la cabeza del bautista servida en una bandeja. La bailarina Arantxa Sagardoy se encarga de subir la temperatura en este pasaje, bisagra del acto único que conforma la obra. Víctor Ullate lo ha moldeado con criterios muy teatrales, incorporando a los cantantes en la coreografía.

Ese marcado sentido dramatúrgico manejado por Ullate se alinea con el resto de la producción. Así lo ha querido Azorín y así también lo quería Strauss, que no en balde se decidió trasvasar la historia de Salomé a la ópera a partir de la versión teatral de Oscar Wilde, una especie de poema dramático que también fue condenado por herético e inmoral a finales del XIX. El propio escritor irlandés era consciente de la musicalidad intrínseca de su texto, sazonado con una serie de motivos recurrentes que suponían una veta sonora para cualquier compositor de afinado oído.

Fusión de libreto y partitura

Strauss reparó en ese detalle y lo explotó para sus fines, pero con mucha fidelidad a la escritura wildeana. "Strauss es la teatralidad en estado puro. La música de Salomé arranca con un primer compás, que se ensambla con una serie de arias encadenadas, dúos, La danza de los siete de los velos... Todo sigue un mismo hilo que desemboca en la nota final. Ese flujo continuo tan bien hilado no tenía precedentes en la ópera. Hay algunas arias de Mozart a las que les puedes cambiar la letra y no chocaría. Eso es imposible con Strauss. El libreto de Strauss es indisoluble de la música. Y eso para mí, un hombre que viene del teatro, es básico, porque yo trabajo con los cantantes de ópera como si preparáramos una pieza de teatro, sólo que con la fortuna de tener la palabra sublimada por la música".

El respeto escrupuloso a Wilde, sin embargo, se circunscribe a algunos tramos. Azorín ha buceado estos meses tanto en el libreto straussiano como en el poema dramático del autor de El retrato de Dorian Gray. El contraste de ambas fuentes arroja una conclusión clara: "Strauss le metió bastante la tijera, con una idea clara: dejar la esencia. Consigue así trazar los personajes con las mínimas palabras posibles. Aunque es cierto que los pasajes con los que se queda apenas los altera". En el deliberado esencialismo de Strauss, Azorín se ve reflejado. Su sello personal camina hacia un registro en el que la escenografía no deja de ser la envoltura de las piezas cruciales para levantar una ópera: la música y los cantantes. Resulta curioso y meritorio que sostenga ese credo. Por dos motivos: Azorín tiene una larga trayectoria como escenógrafo y, en el género lírico, atravesamos una época sometida a la tiranía de registas megalómanos.

Aunque ese esencialismo no congela una personalidad artística contestataria. "Huyo de los tópicos. Todo el mundo sabe cómo muere Tosca, cómo muere Salomé... Pero a mí me gusta reinventar estos iconos cuando caen en mis manos, darles una vuelta de tuerca, leerlos como si se hubieran escrito la noche anterior". No suelta prenda sobre esos desvíos que tomará en su revisión de este mito ancestral. Sí advierte que lo hará con respeto. Y de una cosa está seguro: "Ninguno de los 3.000 espectadores, al terminar la función, me podrá reprochar que no le he contando la historia de Salomé".