Angélica Liddell, entre lo sacro y lo profano
Leonor Caso interpreta a Tandy. Foto: Barbara Braun.
Vuelve la siempre radical Angélica Liddell con una de sus arriesgadas propuestas, Tandy, un personaje y un relato perteneciente al libro Winesburg, Ohio, del estadounidense Sherwood Anderson, que lleva el próximo 20 de noviembre a Temporada Alta de Gerona. La chispa que le hizo escenificar el texto saltó con su relectura, de la identificación con los protagonistas y de la necesidad de indagar en el silencio de Dios, de saber si Dios y amor son la misma cosa. "Cuando volví a leerlo -explica a El Cultural- me di cuenta de que me había convertido en uno de esos personajes solitarios, grotescos, medio locos de amor, que necesitan crear sus propios dioses para sobrevivir a la imposibilidad de ser feliz". Entre estos personajes se encontraba el Forastero y Tandy. Ellos son parte de lo que Liddell ha llamado el ‘Ciclo de las Resurrecciones' con You are my destiny (Lo stupro di Lucrezia) y Carta de San Pablo a los Corintios, que estrenará en Lausanne en 2015. Cada parte del tríptico trabaja con la misma pregunta: ¿Son Dios y el amor la misma cosa? "Busco así llegar a la luz mediante las tinieblas, donde lo prerracional determina las acciones humanas".Tandy ha coincidido con un momento de su vida en el que, como Dante en la Divina Comedia, llegados a la mitad de la existencia, "metidos ya en la selva oscura", empezamos a necesitar una guía espiritual que nos conduzca a algún lugar donde la luz exista. "Es entonces -concluye Liddell- cuando empiezas a pensar en la trascendencia, en el valor del espíritu por encima de la decepción de la carne. Quieres cosas que la vida ya no te puede ofrecer".
Entre estos elevados conceptos nos encontramos unos personajes complejos. Para Liddell el Forastero es Dante exiliado, "aunque algunos han querido ver a Cristo", puntuliza. "Ve en la niña lo que nadie ve, a Dios, y se enamora de ella, del mismo modo que Dante se enamora de Beatriz. Se produce una fusión entre amor sacro y amor profano". Para completar el montaje y para envolver su rito místico, Angélica Liddell ha elegido El lamento de la Ninfa, de Monteverdi: "El trabajo es un camino desde el infierno al paraíso y al final está Monteverdi. Necesitamos milagros y su música los produce".