Image: El Buscón o la picaresca en el ADN

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Escenarios

El Buscón o la picaresca en el ADN

27 febrero, 2015 01:00

Pablo Gómez-Pando (dcha.), un pícaro para el siglo XVII y XXI. Foto: Vallinas.

La compañía Teatro Clásico de Sevilla, con Alfonso Zurro al frente, sirve en el Fernán Gómez una nueva versión que acredita la intemporalidad de la novela de Quevedo. Casi 60 personajes conforman este retablo de la avaricia.

Volvemos a encontrarnos en las tablas madrileñas con Pablos, el intemporal pícaro de Quevedo. Lo vimos hace unos meses en el Infanta Isabel encarnado por Jacobo Dicenta, que recorría, a través de un monólogo, su aperreada existencia. Ahora emerge en el Teatro Fernán Gómez (a partir del miércoles 4 de marzo), en un montaje de la compañía de Teatro Clásico de Sevilla que saca a la palestra 59 personajes de la novela. Pablo Gómez-Pando monopoliza el papel del joven arribista y otros seis actores (Manuel Monteagudo, Manuel Rodríguez, Antonio Campos, Juan Motilla, Mª Paz Sayago y Paqui Montoya) se reparten el resto.

Alfonso Zurro orquesta el trepidante baile de identidades. También firma la peculiar versión del clásico barroco, compuesta por 30 historias, que ubica en los comienzos del siglo XVII y en la época contemporánea. A partes iguales: 15 en cada periodo. Zurro las va intercalando a un ritmo vertiginoso: "El formato no tiene nada que ver con el sketch televisivo. La velocidad la marca el propio pícaro, que siempre va por delante de la sociedad. Cuando un ciudadano normal va, él ya ha vuelto varias veces. Ya sabemos que la trampa siempre aventaja a la ley", explica a El Cultural.

La mitad de las secuencias son fieles transposiciones de la narración quevediana. La otra mitad son, en cambio, de su propia cosecha. Eso sí, siempre parten de una frase, de una idea, de un detalle... explicitado en el texto original. Zurro asume que "la fidelidad dramatúrgica a las grandes novelas clásicas siempre es relativa". Inevitable tajar descripciones, reflexiones, circunloquios, remansos de inacción...

El curtido director reconoce haber intervenido en la literalidad de la novela con la armas de un pícaro. "Arramplar, construir, refundir, deconstruir, romper, enlazar, pegar, inventar, recopilar...". Todo eso ha hecho para traducirla a un lenguaje teatral (oral, sintético, inteligible...). Con un objetivo preciso: electrizar a la audiencia, que no tenga un segundo para dispersar su atención sobre el escenario.

A pesar de la cirugía, mantiene la evolución cronológica de los acontecimientos trazada por Quevedo. Pablos va dejando atrás pueblos y ciudades (Segovia, Alcalá de Henares, Torrejón, Cercedilla, Madrid, Sevilla...), impulsado por sus ansias de medrar y acuciado por la autoridad. En Sevilla de hecho tiene que acogerse a sagrado tras mancharse las manos de sangre en un crimen. Es el momento en que la degradación moral del personaje alcanza su cénit.

El montaje de Zurro carga la suerte en la capital hispalense. No puede ser de otra manera habiendo manado el proyecto de la Compañía Teatro Clásico de Sevilla, formación privada que intenta poner en órbita el siglo de oro en la ciudad desde hace más de una década. Su intención era recrear aquel caladero de pícaros, aventureros y buscadores de fortuna en que se convirtió durante el siglo XVII, cuando casi todo el oro de América era distribuido desde su puerto fluvial.

Todos querían meter la zarpa en tan suculento botín. También Pablos. Este retablo de la avaricia encaja milimétricamente con la España actual. Hasta el punto que Zurro termina fundiendo los dos planos temporales. Llega un momento en que resulta imposible deslindarlos en su puesta en escena. "No hemos cambiado mucho. Leyendo El Buscón impresiona la similitud de las tramas y corruptelas de entonces con las que nos cuentan en los telediarios o leemos en los periódicos. No fue casualidad que se acuñara aquí el género de la literatura picaresca. Siempre hemos tenido mucho material en ese terreno".