Escenarios

La joven escena ante un clásico incómodo

Se cumplen 100 años del nacimiento de Antonio Buero Vallejo

23 septiembre, 2016 02:00

Padeció cantos de sirena y fuego amigo, creó la esperanza trágica y el efecto de inmersión e imprimió una marca imborrable en la escena española. Siete autores y directores reivindican su legado y explican de qué forma Buero Vallejo ha influido en su trabajo.

Alberto Conejero: "En primera fila del combate entre la luz y la tiniebla"

Buero escribió para el teatro cuando aquí nadie esperaba un teatro que no fuera evasión y escamoteo. El franquismo necesitaba risotadas y lentejuelas: ya se lloraba mucho puertas adentro. Se entregó a la escritura dramática en un país hecho trizas; lleno de muertos tan recientes que aún parecían vivos y de vivos tan destruidos que parecían muertos (aunque estuvieran "pulcramente vestidos" como dice la acotación de En la ardiente oscuridad). En los años de plomo, asomó a sus espectadores a los territorios de Sófocles y de Miller; les recordó que la verdad puede ser dolorosa pero que es la única puerta a la libertad. Muchos de sus personajes tratan de respirar por la herida un aire más limpio. Y esto es lo contrario al pesimismo. Nos acercó algo del simbolismo verdeante de Ibsen y de Maeterlinck. Se adentró también en el teatro histórico y lo utilizó como bisturí para diseccionar aquel presente necrosado. Pocos dramaturgos han estado tan en primera fila del combate entre la luz y la tiniebla. Padeció cantos de sirena y fuego amigo. Sostuvo la escritura dramática como un quinqué en un país que entonces era un tragaluz. Su escritura tiene algo prometeico entonces. Estamos en deuda.


Mariano de Paco Serrano: "Su visión del mundo está teñida de inquietud"

En el año 1997 realicé una escenificación de Historia de una escalera que me convirtió definitivamente en director de escena y cambió el rumbo de mi vida profesional. En 1949, con el estreno de este texto, Buero había cambiado también el rumbo de la dramaturgia española del siglo XX y su obra se nos muestra a los directores como el valioso legado de uno de los más importantes autores del teatro contemporáneo. Transcurrida una década, en 2007, volví a Buero y dirigí su primer drama, compuesto en 1946, En la ardiente oscuridad, en el que el autor transmite una visión del mundo teñida de inquietud. La experiencia de estrenar esta obra me proporcionó, y aún lo hace, la alegría de ver subida a escena la palabra de un clásico de nuestro tiempo. Además, tuve el honor de dirigir el único texto inédito de Buero, aparecido en una de sus carpetas, sin título, en el que un actor increpa al público y le hace reflexionar sobre su débil existencia y su no más fuerte situación en el mundo. Sin duda alguna, desde el primero hasta su último texto estrenado, Buero ha impreso una marca imborrable en la escena española de la que los directores de escena deberíamos beber, si nos dejan libertad, con mucha más asiduidad.


Ruth Rubio: "Un teatro que nos toca, que nos pellizca y nos atraviesa"

Buero es uno de los nuestros, uno de los grandes olvidados. Hay que reivindicar a los maestros y releer los clásicos. Y los clásicos, son clásicos porque están vertebrados por los grandes relatos. Los que hacen que estemos vivos, aquello que nos diferencia de las bestias, lo que hace que las obras de Buero nos sigan tocando y pellizcando. La Fundación se estrenó en enero del 74 pero Buero la ubicaba en cualquier lugar y cualquier época, lo que la convierte en una obra aún más universal. Habla de cómo un ser humano puede salir disparado frente a una situación límite. Pero, sobre todo, nos habla de la locura: no como patología sino como forma de existir. De una locura activa, de cómo la mayor lucidez de todas es cuando la locura es una elección. Elegir estar loco en una época convulsa como lo fue el 74 y como lo es esta. La "esperanza trágica" bueriana, la del 74, es también la esperanza trágica de nuestro tiempo, también la de mi generación. Y es aquí donde Buero nos atraviesa. Mi generación es la generación que se tambalea en la falta de referentes, por eso hay que mirar a los maestros. Y también la generación de la desafección política, lo cual nos convierte en seres más vivos, más animales y más políticos aún.


José Padilla: "Saca a la luz lo inefable, remueve la conciencia dormida"

Le robo unas palabras al compañero Pablo Messiez: "El olvido reescribe la historia del mundo. La reduce a cenizas". Miro con perplejidad a nuestra desmemoria y a cómo estamos cercenando el recuerdo de unas letras tan brillantes como las de Buero, y puede que el motivo resida en una forma tan común como siniestra: hace no mucho, a la salida de un teatro, escuché decir que allí se iba a pasarlo bien, no a que te contasen problemas. Y en esta fórmula descansa, quizá, nuestra desmemoria. Buero sitúa a sus personajes en una posguerra de desilusiones, dudas y esperanzas estériles, y a través de ellos, de sus personajes, acomete una tarea que curiosamente recuerda mucho a la del héroe de la tragedia clásica, saca a la luz lo inefable, remueve la conciencia dormida. En su día Buero eclosionó en un panorama que se nutría de comedia ligera pero era escuálido en dramas, y por supuesto que la comedia (ligera o no) debe existir, tener su espacio, pero olvidar lo que nos incomoda nos hace más pobres. Hoy los dramaturgos, los directores, estamos en deuda con el maestro, y desde luego que una forma de rendirle tributo es remontar su espléndida obra, pero el homenaje más efectivo, quizá, sea no rendirnos a la complacencia, no entregarnos a convertir nuestro mundo en cenizas.


Antonio Tabares: "Su fidelidad al teatro fue heróica"

Si no me gustasen sus obras, aun así tendría que reconocer que es mucho lo que le debo a Buero. Tendría que admitir que su amor por la palabra precisa y ese cuidado por la consistencia de sus personajes me resultan admirables. No me quedaría más remedio que aceptar que su fidelidad al teatro siempre me ha parecido heroica: cincuenta años dedicados a un género que da muchas satisfacciones, sí, pero ¡cuántas ingratitudes!, y eso bajo unas circunstancias que, en comparación, hacen que lo de escribir teatro hoy parezca jauja. Tendría que quitarme el cráneo ante un autor que durante toda su vida batalló para abrir nuevos caminos y no repetirse, y en cambio tuvo que soportar el sambenito de que su primer estreno fuera considerado para siempre como su mejor obra. Debería reconocer que su tratamiento de la Historia y su compromiso con la época y el país que le tocó vivir me conmueven y estimulan. Pero no es necesario. Las obras de Buero sencillamente me gustan. Por lo que cuentan, por cómo lo cuentan, por lo que dicen de mí. Y creo que más pronto que tarde, cuando nos despojemos de prejuicios y lecturas condicionadas, recuperaremos a Buero como lo que es: un clásico.


Paco Bezerra: "La crítica como necesidad para no caer en el engaño"

Mi obra es una ramillete de todas las cosas que me gustan hilvanadas con otras que me invento. Y Buero, por supuesto, forma parte de ese popurrí. En Dentro de la tierra, por ejemplo, y al igual que ocurre en La Fundación, el espectador experimenta una identificación más fuerte, además de una percepción sensorial singular, con Indalecio, uno de los personajes, y no con el resto. Y es que toda la obra pasa por la mirada de éste. Además, tal y como ocurre en La Fundación, no puede ser casualidad que en Dentro de la tierra haya una escena que se titule ‘Esto no es un invernadero'. En La Fundación, tal fundación no es ninguna fundación, y en Dentro de la tierra, tal invernadero, tampoco es ningún invernadero, es otra cosa. Pero únicamente a través de la mirada de Indalecio, no a través de la mirada de los demás. A través de la mirada de los demás, el invernadero sigue siendo un invernadero. Quiere decir esto que nunca hay que fiarse de las apariencias del mundo que nos rodea, porque, en el fondo, nada es lo que parece. Y esto es lo que en la obra de Buero vino a llamarse efecto de inmersión. La tesis sería algo así como decir que la crítica es una necesidad constante del individuo para no caer en el engaño.


Esther Ríos: "Perfección formal, melancolía y mala leche"

Cuando Buero estrenó La detonación aún estaba en la barriga de mi madre. En la RESAD el profesorado le veneraba un justo respeto que resbalaba un poco sobre nuestras ansias de ser "muy alemanes". Y es que la reconciliación con el país al que pertenecemos es una herida difícil de curar. Tuve la ocasión, años después, de dirigirla y me encontré con Larra y con esta memoria incómoda que es España. Buero en La detonación recorre la perfección formal, el riesgo en la estructura, los procesos de inmersión y ese algo "tan nuestro" lleno de melancolía, de crítica y de mala leche que nos habla desde cierta incomodidad de nosotros mismos en la mente de Larra. Un autor hablando por boca de otro autor. No es posible decir cuál de los dos amó más a este país. "Escribir en Madrid es llorar", llega a decir Larra y aún tengo clavada la llamada del Ayuntamiento de Madrid en la que nos anulaban ocho funciones por la "crisis". Ninguno dimos un paso atrás. La obra se representó en centros culturales. Las colas que se formaron eran impresionantes. Buero está en el subconsciente de las generaciones que tienen más de 50 años. Fue un privilegio recuperarlo mucho más joven, me ha obligado a mirar más a mi país y ser menos "alemana".