Image: El siglo XX según el Ballet de la Ópera de París

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Escenarios

El siglo XX según el Ballet de la Ópera de París

18 enero, 2019 01:00

Hugo Marchand y Ludmila Pagliero en Trois Gnossiennes. Foto: Julien Benhamou. ONP

Rango de acontecimiento tiene la visita al Teatro Real del Ballet de la Ópera de París, la prestigiosa formación gala dirigida por Aurélie Dupont, que tan poco se prodiga en giras y que no venía a Madrid desde 2004. Llega con sus grandes figuras y con un repertorio que recorre el siglo XX de la mano de Balanchine, Robbins y Van Manen. Desde el día 21.

El Ballet de la Ópera de París, una de las compañías más prestigiosas y menos viajeras del mundo, presenta en Madrid un atractivo programa que reúne obras de tres importantes coreógrafos del siglo XX: George Balanchine, Jerome Robbins y Hans van Manen. Entre los días 21 y 26, la histórica formación, acompañada por la Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid) con Maxime Pascal a la cabeza, pone a prueba a su elenco de bailarines en un programa exigente que resume la visión que la Ópera de París ofrece hoy del ballet clásico.

Estrellas consagradas como Mathias Heymann, Dorothée Gilbert y Ludmila Pagliero desembarcan junto a una nueva y menos conocida generación de bailarines. La última vez que este Ballet actuó en Madrid, en 2004, José Carlos Martínez -todavía Étoile de la compañía- interpretó Diamonds de Balanchine junto a Agnès Letestu. La actual directora de la compañía, Aurélie Dupont (París, 1973) llegó al cargo en 2016 tras haberse formado en la Escuela de ballet de la Ópera de París y haber puesto punto final a una carrera de veintiséis años como bailarina en la que escaló por todos los puestos hasta alcanzar la categoría de Étoile en 1996; obtuvo un Premio Benois y la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras, entre otros importantes reconocimientos. Con un público entregado a su precisión técnica y a su estética casi andrógina que encierra una presencia escénica tremendamente seductora, Dupont se bajó de las tablas en 2015 al término de una representación del ballet Manon, de Kenneth MacMillan. "Llegué a esta institución con diez años y me marché con cuarenta y dos", dijo poco después. "Lo que descubrí cuando me retiré fue la libertad".

"La danza clásica es extremadamente precisa pero puede bailarse de forma que parezca nueva", dice A. Dupont

Poco le duró la vida fuera de la Ópera de París, ya que no mucho después Benjamin Millepied -el entonces mediático director del conjunto- le ofreció quedarse en la casa como Maestra de Ballet, cargo reservado a quienes adoctrinan y trabajan con el elenco artístico preparando cada representación, y apenas un año y medio después sucedió al propio Millepied. Dupont ha intentado dar prioridad al trabajo de los bailarines, ocupándose personalmente de sus trayectorias mientras se debaten en un repertorio en el que ella misma destacó como intérprete.

Intuitiva y camaleónica, Dupont brilló especialmente en obras románticas y clásicas; fue nombrada Étoile tras una función del Don Quijote de Nureyev en la Ópera Garnier, pero ella destaca como el gran hito de su carrera La consagración de la primavera que protagonizó sobre la tierra roja que cubre el escenario en la célebre coreografía de Pina Bausch. "Me consideraban una bailarina muy técnica y Pina supo ver lo que yo escondía; le interesaba mi fragilidad", explica. Esa ductilidad interpretativa es, precisamente, el gran valor de la Ópera de París, que en 2019 celebra dos conmemoraciones simultáneas: el 350 aniversario de su fundación por Luis XIV bajo la denominación de Académie d'Opéra y el 30 aniversario de la inauguración de la Opéra Bastille, levantada para conmemorar el bicentenario de la Revolución francesa y ampliar las posibilidades que les brindaba el prestigioso pero ya limitado Palais Garnier.

Aunque la compañía de Ballet tiene su propia onomástica -el Rey Sol fundó la Académie Royale de Danse con anterioridad a la de música, en 1661, para regular su enseñanza e interpretación-, ambas instituciones se fundieron poco después y actualmente comparten algo más que dos teatros en París. Ópera y ballet tienen una misma visión de su historia y responsabilidad ante el público. Dupont, al frente del Ballet, mantiene un repertorio tradicional mientras incorpora obras de coreógrafos actuales con las que ofrecer una nueva mirada del mundo. "Estoy enamorada de esta ópera y de esta compañía", afirma. Consciente de la trascendencia del ballet en la cultura francesa, defiende: "Somos una compañía clásica y nuestro deber es continuar con las obras clásicas porque, además, el nivel de nuestros bailarines es realmente bueno. La danza clásica es una forma artística extremadamente precisa pero los pasos antiguos de ballet pueden bailarse de forma que parezcan nuevos. Exactamente como podrías llevar el bolso Chanel de tu abuela con zapatillas de deporte para que parezca moderno".

Los bailarines François Alu, Alice Renavand y Valentine Colasante en un momento de Rubis

La formación gala ofrece un programa que muestra el umbral que el ballet cruzó durante el siglo XX: Sonatina y Rubis de Balanchine (1904-1984), Afternoon of a Faun y A Suite of Dance de Robbins y Trois Gnossiennes de Van Manen. Dupont bailó precisamente esas dos piezas de Balanchine en su breve paso por el New York City Ballet (NYCB), compañía fundada por el coreógrafo. "Lo adoro", dice la exbailarina. "Balanchine era tan inteligente y moderno... Para mí, lo hizo todo". Rubis, la pieza fuerte de la noche, fue creada sobre el Capriccio para piano y orquesta de Stravinski en 1967 y se incorporó al repertorio de la Ópera de París en 1974 bajo ese mismo título. Retomada por la compañía en 2000, cuenta con nuevo vestuario diseñado por Christian Lacroix que homenajea a los originales y ya célebres figurines de Karinska -trajes breves, de un rojo brillante que compite en brillo con la partitura- para su estreno histórico en Nueva York. Una pieza en la que Balanchine coqueteó con el jazz y con la que se dispara la creatividad del bailarín ya que, aunque totalmente abstracta, está llena de guiños y juegos espaciales entre los intérpretes, que además llevan la técnica académica a los extremos estéticos que el coreógrafo rusoamericano manejaba tan bien.

Sonatina, la otra pieza de Balanchine, es, según la directora, "como un paseo, una bonita caminata por el parque; como una conversación". Se estrenó en 1975, en el marco del Festival Ravel que el NYCB dedicó al compositor francés para celebrar el centenario de su nacimiento. El resultado fue una obra tan cristalina como exigente por la desnudez con la que los bailarines cruzan la escena en un ambiente limpio y sin adornos, únicamente acompañados por la Sonatina para piano compuesta en 1909 que se interpreta desde el escenario. Un ballet que su creador definió como "platónicamente muy francés" y que posiblemente sea la más afortunada de las interpretaciones balanchinianas de la Ópera de París. La técnica francesa de ballet presenta hoy notables diferencias con la forma de ejecutar los pasos que exige el coreógrafo estadounidense para la adecuada interpretación de sus obras, lo que las convierte en una auténtica prueba de fuego para el elenco. En Madrid, las bailarinas Léonore Baulac y Myriam Ould-Braham se alternarán junto a su partenaire, Germain Louvet, para protagonizar este sutil pero exigente pas de deux.

A Madrid llegan 150 bailarines que trabajan en régimen de funcionariado pero bajo una competitividad extrema
Dos piezas de Jerome Robbins (1918-1998) -tan emblemáticas como los bailarines para quienes fueron creadas- redondean la sección norteamericana del espectáculo: Afternoon of a Faun (1953) es el título de la versión que hizo Robbins del Preludio a la siesta de un fauno de Debussy. Está iluminada por Jean Rosenthal y cuenta con un sencillo pero eficacísimo vestuario de Irene Sharaff. La pieza presenta uno de los más logrados juegos escénicos planteados por Robbins y parte de la trama original de aquella primera coreografía de Nijinsky -estrenada entre escándalos por Les Ballets Russes de Diaghilev en 1912- en la que un fauno adormilado es molestado por un grupo de ninfas juguetonas. Robbins transporta la escena a una sala de ensayo y deja que sea una pareja de bailarines sus protagonistas; la magia la provoca el uso que da a la cuarta pared, convirtiéndola en un espejo a través del cual se observan los bailarines entre sí hasta que el hombre besa a la mujer en la mejilla. Es una emocionante reflexión sobre la obsesión por la perfección, el deseo y el narcisismo. Amandine Albisson y Hugo Marchand recrean los papeles creados para los legendarios Tanaquil LeClercq y Francisco Moncion.

A Suite of Dances fue ideada por Robbins para Mikhail Baryshnikov en 1994 y será Mathias Heymann, uno de los principales valores de la agrupación, quien se enfrente al reto. Exigente y depurada, la coreografía parte de las Suites para violonchelo de Bach y construye una elaborada interacción entre bailarín y violonchelista.

Finalmente, la parte europea de la velada la ofrece Hans van Manen (Amstelveen, Holanda, 1932) y su Trois Gnossiennes, una coreografía creada en 1987 para el Ballet Nacional de Holanda que entró en el repertorio del Ballet de la Ópera de París el año pasado; en esta ocasión, la famosa Ludmila Pagliero bailará con Hugo Marchand y Florian Magnenet de forma alterna, dando vida a un dúo que fue creado sobre la partitura de Erik Satie. Juegos de melancolía, resignación y concreción con una importante carga sensual que contrasta con las obras de Balanchine y Robbins.

Identificar el futuro

Madrid recibirá a una compañía con más de 150 bailarines que trabajan en régimen de funcionariado y gozan de una jubilación temprana y un futuro asegurado. Sin embargo, con una plantilla tan numerosa, las posibilidades de destacar se reducen y la competitividad entre los artistas se extrema. Recuerda Dupont sus primeras funciones de El lago de los cisnes el año que ingresó como cuerpo de baile: "Era la novena reemplazante de los 32 cisnes. ¡Me pasé todo el año sin poner un pie en el escenario!". Uno de los mayores atractivos de estas funciones es, por tanto, identificar entre sus filas a las grandes estrellas del futuro.