El bilbaíno Joaquín Achúcarro, largamente sobrepasada la sesentena, está en un excelente mo- mento de madurez y cumple con generosidad las condiciones que precisa la interpretación del piano de Ravel. La innata elegancia, la seguridad de su trazo, el fraseo natural, sin especiales énfasis, su sonido corpóreo, cristalino, un punto agresivo en ocasiones, se detectan en estas recreaciones de unas obras nada fáciles; como el endiablado Gaspard de la nuit, tocado con un tempo más lento del habitual (casi 25 minutos), que permite extraer de la página esa íntima poesía de los meca- nismos perfectos (que son las composiciones ravelianas); o como los sinuosos, ambiguos, originales y tan schubertianos Valses nobles y sentimentales, dotados aquí de todos sus matices.
Algo más de sensualidad tímbrica y de abandono hubiera venido bien a la Pavana para un infanta difunta. La Sonatina es admirable por su transparente diseño y Juegos de agua irreprochable por su virtuosismo de buena ley y su diafanidad de planos. Un magnífico disco en el que el pianista reverdece antiguos logros de Ricardo Viñes, amigo del compositor y creador de varias de las partituras reseñadas.