Estreno de"Tinta roja", Los periodistas según Lombardi
Los colores de la noticia
30 mayo, 2001 02:00¿Qué diferencia existe entre un periodista de Lima, Chicago o Nueva York? Muy posiblemente ninguna. Lo demuestra Francisco Lombardi (La ciudad y los perros, Bajo la piel, No se lo digas a nadie) en Tinta roja, última entrega del director peruano que llega este viernes a nuestras pantallas. El filme, protagonizado por Giovanni Ciccia, Fele Martínez, Gianfranco Brero y Lucía Jiménez, se suma a una larga lista de grandes obras cinematográficas que han tratado el subgénero de las películas sobre periodistas. Grandes cineastas como Billy Wilder, Oliver Stone, Michael Mann, Ron Howard o Costa-Gavras, entre otros, han hallado en la prensa y su mundo un excelente material para algunos de sus mejores y más profundos trabajos. El autor de Los chicos de la prensa (Nickel Odeon), Juan Carlos Laviana, repasa para EL CULTURAL algunos títulos significativos y analiza la nueva entrega de Francisco Lombardi.
Una de las grandes virtudes de Tinta roja es mostrar el mundo del periodismo en Latinoamérica. De todos es conocida la vida del periodista norteamericano. Sabemos si miente, si manipula, si se vende, e incluso si bebe, si está divorciado, o es un mujeriego. Basten unos ejemplos para refrescar la memoria: los informadores encarnados por Clint Eastwood en Ejecución inminente (Clint Eastwood, 1999), Al Pacino en El dilema (Michael Mann, 1999) o Michael Keaton en Detrás de la noticia (Ron Howard, 1994), por citar tan sólo ejemplos muy recientes.
Se había mostrado la realidad latinoamericana con ojos del gran hermano del Norte en otros muchos títulos, con personajes de periodistas. El Salvador de los Escuadrones de la muerte en Salvador (Oliver Stone, 1986), la Nicaragua que derribó a Somoza en Bajo el fuego (Roger Spoottiswoode, 1983) o el Chile sometido por los tanques de Pinochet en Missing (Costa-Gavras, 82) y un largo etcétera.
Lo que muy rara vez se había visto es a periodistas llamados Faúndez o Fernández, y no Tatum o Burns; una gran ciudad sudamericana, como en este caso la Lima de Fujimori, donde ejercen su trabajo cotidiano en la sección de Sucesos, o lo que ellos llaman Policiales; de un diario que se llama "El clamor" y no "Albuquerque Sun Bulletin" o "The Chicago Examiner".
Al final encontramos que, salvadas las distancias -hasta los crímenes son más míseros cuando se producen entre los pobres-, los periodistas de Lima no se diferencian tanto de los de Nueva York o Chicago a los que nos tiene acostumbrados el cine norteamericano.
El becario es un pipiolo como al que enseña el redactor jefe Clark Gable en Enséñame a querer (George Seaton, 1958) o el que le toca en suerte a Hildy Jonson (Jack Lemmon) en Primera plana (Billy Wilder, 1974). Alfonso Fernández (Giovanni Ciccia) es también, como sus colegas principiantes de otras películas de periodistas de todas las redacciones del mundo un aspirante a novelista, un "varguitas" (en alusión a Vargas Llosa), como le llaman sus compañeros con desprecio.
Su jefe, Faúndez (interpretado de forma sobresaliente por Gianfranco Brero) tampoco se diferencia mucho de sus compañeros de profesión del Norte, de los reporteros de sucesos que hemos visto, como el Chuck Tatum (Kirk Douglas) del filme El gran carnaval (Billy Wilder, 1951). Tatum, al igual que Faúdez, no cesa de dar clases magistrales a su pupilo y desprecia los estudios de su novato particular, el joven Herbie Cook (Bob Arthur).
-Yo no he ido a ninguna escuela y he aprendido qué es noticia y qué no. Una persona es mejor que ochenta y cuatro ¿No te lo han enseñado? Una persona es diferente. Esa es la curiosidad humana.
Hasta el fotógrafo de "El Clamor", Escalona (Fele Martínez) recuerda al insuperable Leon Bernstein (Joe Pesci) en El ojo público (Howard Franklin). Como el maestro, coloca los cadáveres para que salgan más cadáveres de lo que son en sus fotografías, para no perderse una gota de sangre que chupe la tinta roja en la rotativa. Tampoco habla. Sólo cuando está borracho o tiene que desesperar a una madre desconsolada por la muerte de su hijo para que la imagen resulte, de verdad, patética.
Pero las coincidencias no se limitan a los métodos periodísticos. Alcanzan también a sus vidas privadas. Siguiendo el prototipo de los periodistas clásicos, beben a todas horas del día, abandonan a sus mujeres, tienen amantes, viven de manera disipada. Como si esta profesión fuese incompatible con la vida. Es más, son muchos los que defienden que ni siquiera es una profesión, sino una forma de vivir, son muchos los que se creen depositarios de un extraño mandato divino que les convierte en auténticos mesías de la información.
Eso es lo que les ocurre a los periodistas de "El clamor" y a tantos otros inmortalizados por el cine. Llegan tan a fondo en su profesión, su confusión entre la vida y el periodismo es tal que, con frecuencia, ellos mismos acaban convirtiéndose en noticia, o muriendo con su propia noticia como le ocurre al informador sin escrúpulos Werner Tülges, prototipo de periodista amarillo, en El honor perdido de Katharina Blum (Volker Schlüendorff, 1975), basada en la novela del mismo título del escritor alemán Heinrich Büll.
No han de resultar extrañas las similitudes. La cultura del Norte ha llegado hasta los lugares más recónditos. El autor de la reveladora novela Tinta roja (Alfaguara, 1998), el chileno Alberto Fuguet, se formó en los Estados Unidos. él mismo fue periodista y escribió su tesis sobre el tratamiento que las películas daban a los informadores. El jovencísimo escritor incluso ha declarado que se siente más próximo a Richard Ford (El periodista deportivo, Independence Day) que a Gabriel García Márquez.
El propio director de la película, Francisco Lombardi (La ciudad y los perros, No se lo digas a nadie, Pantaleón y las visitadoras) estudió periodismo y ha ejercido la profesión en su Lima natal y en Buenos Aires. Son muchos los chicos de la prensa que se pasan al cine. De ahí que las relaciones de ambos mundos sean tan estrechas.
El periodismo es un gran filón para el cine y de manera muy especial el periodismo de sucesos, la crónica negra. En él se encuentran las grandes historias del ser humano. Sus crónicas provocan las mayores sensaciones y los mayores sensacionalismos. Al fin y al cabo, las mejores historias. Lo decía hace muchos años el escritor Daniel J. Boorstin en su libro The Image: "... Al exigir más de lo que nos puede dar la vida, pedimos que se cree algo para compensar sus deficiencias". Que nadie piense mal. Se refería a las películas ¿O era a los periódicos?
UNA CRUZADA PERUANA
El interés del cineasta peruano Francisco Lombardi (1949) por las bambalinas del periodismo no es casual. El director de Pantaleón y las visitadoras, además de haber realizado tanto estudios de cine como de periodismo, combinó ambas actividades de forma profesional durante varios años. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada "Hablemos de Cine", en cuyas páginas publicó sus primeros artículos y comentarios sobre la actualidad del séptimo arte. Leídos con la objetividad que aporta el paso de los años, en sus textos Lombardi introdujo elementos de renovación en la crítica cinematográfica peruana. A finales de los años sesenta, Lombardi estudió dirección de cine en el Programa de Cine y Televisión de la Universidad de Lima, aunque no abandonó su actividad periodística. Además de realizar trabajos fotográficos, ejerció la crítica en el diario "El Correo" durante cuatro años (1969-1973), sin abandonar en ningún momento su colaboración con "Hablemos de cine", que mantuvo hasta la desaparición de esta publicación en 1986.
Con Tinta roja, el director peruano rinde su particular tributo a la prensa. Basada en la novela homónima de Alberto Fuguet, de cuya adaptación para el cine se ha encargado la guionista Giovanna Pollarolo (colaboradora habitual de Francisco Lombardi desde La boca del lobo, 1998), Tinta roja narra la evolución profesional de Alfonso (Giovanni Ciccia), un joven provinciano con aspiraciones a escritor y sin contactos sociales. Encuentra su primer trabajo como redactor en prácticas en la página policial de un periódico sensacionalista. Debido a su inteligencia y actitud algo sumisa, su jefe (Gianfranco Brero), un periodista desencantado, delega en él casi toda la responsabilidad de la sección. En compañía del fotógrafo Escalona (Fele Martínez), Alfonso va descubriendo poco a poco las caras ocultas del periodismo.
Con Tinta roja, Lombardi continúa con su personal cruzada cinematográfica, consistente en adaptar populares obras de la literatura peruana. A todas ellas, desde su ópera prima, Muerte al amanecer, hasta esta última (pasando por obras como Muerte de un magnate, La ciudad y los perros, Caídos del cielo o Sin compasión) les une un común denominador temático: la lucha de la juventud idealista y rebelde contra una sociedad que se muestra cruel y alieanada.