Gubaidulina en Santander
Gubaidulina. Foto: Bis
La creadora Sofía Gubaidulina llega el 14 de julio a Santander para participar, en calidad de compositora residente, en el III Encuentro de Música y Academia, donde la rusa trabajará sus obras con los jóvenes músicos asistentes.
"Me gusta la soledad", le dijo a Dmitri Smirnov. "La amo, sueño con ella, es mi estado natural. La soledad es el origen de la inspiración. Cuando nadie me fuerza a ir a ninguna parte, cuando nadie me requiere para reuniones ni entrevistas, cuando me dejan sola entre los árboles, entonces la inspiración llega sin falta". Lo cual no le impide tener amigos y admirar a sus colegas. "Adoro a mi amigo Víctor Suslov. Cada una de sus composiciones es oro puro, pero es muy diferente, contrario incluso, a mí. Se trata de una amistad por contraste".
Sofía Gubaidulina vive desde hace un tiempo en Alemania, pero nació en Chistopol, en la República Rusa de Tartaria, y se formó en la capital tártara, Kazán, y en Moscú. Hoy es una artista de gran éxito, buscada por las orquestas y los festivales del mundo entero. En 1993 compuso por encargo del Festival de Canarias una obra para violonchelo y orquesta. Y, sin embargo, su nombre no empezó a sonar con fuerza en el mundo hasta las postrimerías del régimen soviético. Ella, como Alfred Schnittke y Edison Denísov, practicaba en Moscú una música de tendencia occidentalizante que recibió del régimen un trato mezquino, cuando no hostil.
En torno a Shostakovich
No puede decirse que fuera alumna de Shostakovich, pero sí que perteneció a su círculo. Se ha hecho célebre el consejo que le dio el maestro al oír su partitura de fin de carrera: "Quiero que siga por ese camino equivocado de usted". Igual que hizo en París Olivier Messiaen con los jóvenes Boulez y Stockhausen, Shostakovich se limitó a reconocer el talento de Gubaidulina y a estimularlo, sabiendo que haría una música muy distinta de la suya.
Esa misma diversidad la reconoce Gubaidulina incluso entre sus colegas de generación: "Denisov, Schnittke y yo formábamos ‘trinidad’, por ser tan diversos. éramos tres figuras muy distintas unidas por un destino común". Y luego define a los tres con genial precisión: "Denísov era un clasicista, Schnittke era un romanticista y yo soy una arcaísta, no en el sentido occidental de escribir en estilo antiguo y usar arcaísmos, sino en el de confiar en la intuición y perseguir los orígenes y las raíces. La esencia de un clasicista está en el material musical que utiliza, mientras que el romanticista se sitúa ‘por encima’ de su propio material. Mi verdad, sin embargo, está por debajo del material, en la raíz del fenómeno, en el interior del artista".
La música de Gubaidulina tiene a menudo un punto de partida espiritual o incluso religioso. "Soy una persona religiosa, pertenezco a la Iglesia Ortodoxa Rusa, y entiendo la palabra ‘religión’ en su sentido literal de ‘re-ligio’, es decir, de restitución del vínculo, de restauración del legato de la vida".
Gubaidulina comparte con muchos compositores a lo largo de la historia un concepto redentor de la música: "No veo que la existencia del arte tenga explicación alguna sino como medio de expresar algo que es más grande que nosotros. No puedo alcanzar ni una sola decisión musical si no es con el objetivo de establecer una conexión con Dios".
Que de este impulso tan explícito y tan concreto pueda surgir una música de expresividad tan universal como la de Gubaidulina, capaz de conmover a oídos perfectamente laicos, no es sino la señal del genio. A Messiaen le pasaba lo mismo.