Kazushi Ono
En el podio sólo me importa transmitir la idea del compositor
25 marzo, 2004 01:00Kazushi Ono. Foto: Johan Jacobs
Al frente del montaje de Peter Grimes en Bilbao del Teatro de la Moneda vendrá su director musical, Kazushi Ono. Este todavía joven maestro se ha convertido en una de las batutas de mayor proyección en el panorama internacional después de haber pasado por la ópera de Karlsruhe o las Filarmónicas de Zagreb y Tokio. Cuántos se tirarán de los pelos pensando que, hace diez años, hizo una visita a la Orquesta Sinfónica de Sevilla que recuerda como muy "grata" pero que no tuvo continuidad, en una falta de perspectiva que caracteriza a muchas de nuestras formaciones sinfónicas.En todo caso, todavía resulta inhabitual en nuestro país la presencia de directores japoneses. Preguntado por El Cultural, Ono afirma que "cuando yo era un niño, Yamaha y Kawai intentaban que, en mi país, hubiera en cada casa un piano lo que me vino muy bien. A los tres años, mi padre me trajo un disco de la Sinfonía Heroica de Beethoven. Yo bailaba con ella como si tuviera una batuta en la mano. Y, en lugar de coaccionarme, mi madre me instó a continuar. Después, cuando estaba en primaria, me preguntaban qué quería ser y yo siempre decía que ‘director de orquesta’. De hecho, el ‘debut’ fue a los doce años, dirigiendo un conjunto muy variado. Durante mi adolescencia, el referente era Ozawa que empezaba a hacer una carrera en Toronto, San Francisco y Boston. Era un ídolo que nos empujaba a muchos a tomarnos en serio la posibilidad de poder desarrollar una carrera internacional. Porque, en los ochenta, era bastante habitual encontrarse con violinistas o cellistas japoneses, pero directores, ya era otra cosa".
-¿Cuándo vino a Occidente?
-Durante un verano estuve estudiando en Tanglewood con Bernstein. Después, con 25 años, me fui a Múnich, de asistente de Wolfgang Sawallisch y de Giuseppe Patané. Fue una etapa dorada en la ciudad alemana, cuando Kleiber dirigía mucho en la Staatsoper y en la Filarmónica trabajaba Celibidache. Colaboré con Sawallisch en el Anillo, y con Patané en obras de Verdi y Puccini. Eso me dio experiencia. Después obtuve el Premio Toscanini, que me abrió las puertas de las óperas de Zagreb, Tokio, Kalsruhe y, desde hace dos temporadas, Bruselas.
-Usted ha realizado una labor importante también en Tokio. Muy reconocida porque el público japonés tiene fama de conservador.
-Durante un tiempo ha sido así. Pero en los últimos años ha cambiado mucho y hay cada vez más personas interesadas en conocer obras nuevas. Algunas óperas se han introducido en versión de concierto, y siempre con llenos absolutos. La gente joven tiene menos prejuicios.
Autocontrol japonés
-¿Qué puede aportar a la dirección su formación cultural japonesa?
-(Se sonríe) Por mi origen y mi educación he tenido algunas ventajas. Mi madre es profesora de la ceremonia del té y en mi casa hay una sala para este ritual. Esta atmósfera es muy útil para la concentración y me ayuda a controlar mi carácter. Impide, por ejemplo, que no salte en los ensayos y pierda el control. Y cuando estoy nervioso (y basta hablar unos minutos con él para constatar que lo es), me sirve para no convertirme en un histérico crónico.
-Pocos son conscientes del esfuerzo que implica la dirección.
-Físicamente no es muy cansado aunque al final de una temporada todo el mundo lo está. El trabajo de dirección se hace en un noventa por ciento en los ensayos. Sólo cuando concluyen, me permito relajarme. Hay que entender que en una ópera, el director es un único referente para todos aquellos que salen a cantar y tocar. Sólo viéndole seguro, ellos saben que todo va a funcionar en la representación. Al estudiar adapto algunas cosas y trato de hacer un esfuerzo de recolocación de todas las emociones dentro de mí. A la hora de estar en el podio no me siento yo. Sólo me importa transmitir la idea del compositor.
-La Moneda apuesta por la creación actual, ¿cómo es su vinculación con ella?
-Tengo que señalar que es muy abierta y receptiva. Quizá porque cuando estuve en Alemania, me encontré ante una visión de la contemporaneidad muy dogmática, y un tanto traumática, que había sido liderada por Adorno por la que toda aproximación ajena era desechada. En esa concepción, un poco como en el cubismo, las cosas no son como realmente son sino como las queremos ver. Esa tendencia, en Alemania, cada vez ha ido a más e influyó mucho en la música... posiblemente más de lo que debería. Desde luego, no es un punto de vista que haga mío.
-¿Cómo ha sido su experiencia con Britten, en general, y con Peter Grimes en particular?
-En Bilbao contamos con un reparto muy bueno, en una de las mejores producciones que se hayan hecho nunca. Tengo un gran vínculo con la música de Britten, que es uno de mis compositores favoritos. Cuando hace poco lo dirigía en Viena, en un programa que unía Mahler y Britten, me daba cuenta de cómo el primero ejerció una gran influencia sobre el segundo.