Image: Dvorák

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Música

Dvorák

La fuerza de la tierra

29 abril, 2004 02:00

Dvorák

El 1 de mayo se cumple el primer centenario de la muerte de Antonin Dvorák, el compositor checo más conocido y el de mayor presencia internacional. Aunque en los últimos años sus compatriotas Martinu y, sobre todo, Janácek han ido ganando terreno en las programaciones, sigue manteniendo la preeminencia. El Cultural se acerca al evento con un perfil y una selección discográfica.

Antonin Dvorák fue el directo heredero de Smetana. Un campesino que se identificaba con una música popular que mamó desde niño y que estuvo siempre en la raíz de sus composiciones, e incluso en aquellas en las que, como la Sinfonía nº 9, Del Nuevo Mundo (1893), tomaba prestados rasgos y aun melodías del folclore americano; de línea y acentuación a veces asimilables a los checos. Su identificación con el pueblo fue siempre una constante. Es significativa e ilustrativa al respecto esta anécdota recogida por Filkenstein y contada por el hijo del compositor: En Vysoka dijo a unos mineros que tenía en proyecto una ópera en la que quería que aparecieran mineros de verdad, usando incluso las mismas máquinas que empleaban en las explotaciones de Príbram y Brezohorské. Les prometió que en la primera representación en el Teatro Nacional dispondrían de lugares de preferencia en la sala a fin de que pudieran dar su opinión sobre si se había logrado en ella una sensación de realidad, de autenticidad. En este caso revelador Dvorák se mostraba no sólo proclive a que el pueblo fuera protagonista de una ópera, sino también a que se atribuyera un papel crítico.

Esta autenticidad, esta conexión con el pueblo, lo diferenciaba de Smetana, más urbano y más influido por las escuelas germanas. Sus poemas de Mi patria, aun basados en temas populares checos, tienen una construcción emparentada con el romanticismo alemán. Había nacido el autor en Nelahozeves, Bohemia, en 1841. Su padre era carnicero. En este escenario, el niño, al tiempo que ayudaba en el negocio, empezó a estudiar violín. En Zlonice, con 14 años, dio clases de viola, órgano, piano y contrapunto. De 1857 a 1859 tocó el órgano en una iglesia de Praga y, pocos años más tarde, la viola en una banda y en la orquesta de la ópera. Ya entonces componía. Entre sus obras más tempranas -que no llegó a destruir- está el bello ciclo de canciones denominado Cipreses, del que extrajo años después algunos temas para composiciones maduras, el Concierto para chelo, sin ir más lejos. No escapó, en esas primeras escaramuzas, a la influencia de Richard Wagner, como no había escapado Smetana, aunque Dvorák mantuvo el tipo de manera más original. Con la cantata Hymnus (1873) y su Sinfonía en mi bemol (la nº 3 de su catálogo, de acuerdo con la moderna numeración: el músico no empezó a reconocer sus sinfonías hasta la nº 5), que ganó un premio en Austria, su nombre comenzó a sonar y su música a hacerse popular, sobre todo porque algunos importantes directores alemanes, como Hans Richter y Hans von Bölow, la tocaban.

Estreno en Europa
Empezó a viajar por Europa. A Inglaterra se trasladó hasta nueve veces y estrenó allí muchas partituras. La primera fue el monumental Stabat Mater. Siendo ya doctor honoris causa de Cambridge y catedrático del conservatorio de Praga, fue invitado, en 1891, a dirigir el recién creado de Nueva York. Allí estuvo tres años, durante los que no dejó de escribir. La Sinfonía del Nuevo Mundo data de esa época. A su regreso a Praga fue nombrado director del conservatorio. Entre sus pupilos encontramos músicos tan relevantes como Suk y Novák.

Tenía el compositor de Nelahozeves tan acendrado el sentimiento popular que la mayor parte de las veces escuchamos en su música melodías y temas absolutamente imaginarios, que suenan como si fueran auténticos y recogidos más o menos literalmente; algo en lo que antecede a Bartók o a Falla. Lo que no quiere decir, claro, que no adaptara motivos históricos concretos, como sucede en la obertura de Los husitas, que recrea un episodio de la tradición bohemia, en la que introduce, y trabaja sobre él, el viejo himno de ese pueblo. El músico siempre luchó en defensa de sus ideas patrióticas y se enfrentó a los que modificaban su nombre (Anton por Antonin) y se empeñaban en poner en alemán los títulos. En una carta al editor Simrock escribía: "Perdóneme, pero solamente quiero decirle que un artista debe tener siempre fe en su país, al que ha de defender con el corazón, apasionadamente".

Tuvo suerte Dvorák, como explicaba en su día W. R. Anderson, en recibir en su juventud las enseñanzas de Josef Spitz, un hombre que conocía profundamente la música folclórica y que dominaba el manejo de los instrumentos populares.

Influencia cultural
Por ahí le vino también el contacto con las danzas típicas del país, las canciones de las montañas, los cánticos religiosos, los temas del amor y de la muerte derivados de su cultura; herencia sin duda, con esa presencia de una característica frescura tímbrica y reconocible espontaneidad, de los maestros checos del XVIII, tan hábiles en la escritura de serenatas. No es raro que, sobre todo en su música sinfónica, el compositor sepa reflejar hasta el olor y el sabor de la tierra bohemia a través de una soberbia orquestación llena de colorido, de un magistral uso de esa temática popular, real o imaginaria, que alimenta sus verbos melódico y rítmico. Este último aspecto se aprecia en obras maestras como el Cuarteto op. 51 (1879), con su dumka del segundo movimiento, el Concierto para violín, las Canciones gitanas (1880) y la Sinfonía nº 6 (1880). En otras obras el carácter popular disminuye, o lo parece; son aquéllas en las que se produce en mayor medida la influencia de Brahms y de la tradición alemana. El Cuarteto op. 61 (1881), el Trío op. 66 (1883) o la Sinfonía nº 7 (1885) son buenos ejemplos.

No puede negarse por tanto la importancia de Dvorák en el tratamiento y desarrollo, por distintas vías y desde la mayor de las autenticidades, del folclore checo. Se ha señalado, como principal debilidad del músico, la indecisión y la inconsistencia a la hora de resolver los problemas compositivos que en cada momento se le presentaban, y las curiosas fluctuaciones en su habitualmente diestra orquestación. Pero Hughes comenta, en sentido contrario, la fuerza, la energía podríamos decir que telúrica que se desprende de su música, incluso de obras enormemente contrastadas: Variaciones sinfónicas, Danzas eslavas, Scherzo caprichoso, Valses para piano de la op. 54, Canciones gitanas. Como Smetana, comenta Hughes, el folclorista Dvorák quizá brillara sobre todo en composiciones de rango directamente popular, ancladas en un agreste localismo: sus cuatro operetas -Rey y minero (tres versiones: 1871, 1874, 1887)-, Los campesinos con cabeza de cerdo (Los amantes tercos) (1874), El campesino astuto (1877) y El diablo y Kate (1898-99), además de la ópera El jacobino (dos versiones: 1887-88 y 1897), todas ellas escritas en dialecto campesino. Aunque la magia de Rusalka (1900), en la que lo popular aparece muy diluido y tamizado, no la tiene ninguna otra partitura escénica.


Discografía
Sinfonía nº9
A la mirada intensa, escueta, de Karel Ancerl y la Orquesta Filarmónica Checa (Supraphon, SU 3662-2, 1961) puede contraponerse la más cálida y lírica de Vaclav Talich con la misma orquesta (Supraphon, Biddulph WHL 048, 1952). Dentro de la integral de las nueve sinfonías, es necesario destacar al también checo Rafael Kubelik, en este caso al frente de la Filarmónica de Berlín (DG, 423 120-2, 9 CD, 1966-77).

Concierto para chelo
El arco caluroso y humanista de Pablo Casals, asistido por la Filarmónica Checa a las órdenes de George Szell, con un sonido aceptable para la época (Naxos 8 110930, 1937) frente al impulso lírico, de fraseo tan original, del ruso Misha Maisky, en un moderno registro en vivo con Berlín y Zubin Mehta (DG 474 760-2).

Cuarteto 12 (Americano) y 14
Toda la melodiosidad de la música de cámara de Dvorák, todo su fulgor tímbrico y su riqueza rítmica están en la elocuente interpretación del Cuarteto Prazák (Praga, PRD 250110, 1998). La integral de los catorce sigue siendo cosa de la modélica versión del Cuarteto de Praga (DG 463 165-2, 1973-74).

Serenata para cuerdas op. 22
Los ecos de temas populares, las suaves cantinelas y el brillo de la danza, característicos de esta obra, quedan bien recogidos en la reciente versión de Myung-Whun Chung con Orquesta Filarmónica de Viena (DG 471 613-2, que incluye también la Serenata op. 44, 2002). Buena alternativa es la de Josek Suk con Cámara de Praga (Supraphon 104136-2, 1985). Suk, por cierto, tiene una conexión familiar con el compositor.

Stabat Mater op. 58
A elegir entre el fervor lírico y la construcción impecable de Rafael Kubelik, con solistas discretos y los conjuntos de Radio Baviera (DG Galleria 453 025-2, 1976), y el dramatismo imperativo, un tanto rudo, de Václav Talich, con los conjuntos de la Filarmónica Checa y mejores cantantes (Supraphon 11 902-2, 1952).

Rusalka
La más importante ópera de Dvorák está bien servida en la discografía. Nos decantamos en primer lugar por la antigua versión de Zdenek Chalabala con Milada Subrtová (Supraphon SU0013-2, 1961); luego por la del siempre eficiente Charles Mackerras, con la norteamericana Renée Fleming (Decca 460568-2, 1998).