Un amor pequeño
Alejandro Gándara
29 abril, 2004 02:00Alejandro Gándara. Foto: Begoña Rivas
La nueva novela de Alejandro Gándara es, por encima de todo lo demás, el retrato de un personaje. Ruy Nieves, el narrador, se encuentra más o menos nel mezzo del cammin.Tiene a sus espaldas los años suficientes para haber acumulado derrotas, desengaños y escepticismo en proporciones semejantes, pero aún le queda por delante una parcela de vida lo bastante amplia para dar cabida a nuevas esperanzas. El escritor ha puesto en él, además, numerosos rasgos biográficos que se asemejan a los suyos propios, además de la edad: Ruy Nieves ha sido profesor, ha trabajado en el British Museum -en un momento determinado recuerda que la figura de un fraile de bronce conservada entre sus pertenencias es "un regalo que me hice en el año de Londres, durante lo del British" (pág. 275)- y, en suma, comparte experiencias, visiones y acaso puntos de vista con su creador. Pero, naturalmente, Un amor pequeño no es un relato autobiográfico, ni siquiera un autorretrato, y tratar de leer la novela como una obra en clave -algo que fascina a muchos lectores- sería un empeño estéril, porque lo decisivo es la construcción literaria del personaje y no sus hipotéticas correspondencias con la realidad. Ruy Nieves, que ejerce trabajos discontinuos y variados, acude a La Coruña con el encargo de liquidar una pequeña empresa editorial en quiebra. Las idas y venidas de Madrid a la ciudad gallega llenan buena parte de la actividad del liquidador y van descubriendo el perfil de otros personajes, sobre todo el de los socios de la editorial y el de su director, Jesús del Pombo, empeñado en editar exclusivamente de acuerdo con su gusto y de espaldas al mercado. También el de su hija, la jovencísima Práxedes, que actuará como reactivo sobre la adormecida y desnortada conciencia de Ruy Nieves. La relación planteada bruscamente entre ambos -en una escena del capítulo 12 donde el recurso a la escritura de aspecto poemático no forma parte de los aciertos del autor- imprime un giro a la existencia de Ruy y hace aflorar los fantasmas dormidos de su pasado, a modo de cuentas pendientes. El viaje para asistir al entierro de su padre y el uso final de su parte correspondiente de herencia serán otros tantos modos de saldar esas cuentas. Lo será también, en otro sentido, la proyectada escalada purificadora al Almanzor, espléndidamente narrada en el capítulo de cierre, que otorga a la novela su más profundo significado. Es a la luz de este capítulo como hay que reconstruir la historia para entender la hondura psicológica del personaje y completar los rasgos de su retrato que el autor había omitido o se había limitado a sugerir de forma elusiva.
Imagen de un individuo y también de un producto generacional, el narrador y protagonista de Un amor pequeño es una de las mejores creaciones de Gándara, por la sutileza y la aparente sencillez con que está delineado; también los tipos del idealista e irreductible Jesús del Pombo y de su hija Práxedes destacan del conjunto, frente a otros más tópicos o desvaídos, como los socios de la empresa o Zurita, jefe y amigo de Ruy. Hay escenas muy bien resueltas, como la del entierro (págs. 216-218), y diálogos eficaces que sólo a veces resultan demasiado brillantes y caen en la ostentación excesiva de ingenio. La mayor debilidad del relato se halla en la historia de la relación entre Teresa y Ruy -y, en general, en todo lo referente a la vida de Ruy en Madrid-, así como en algunas escenas innecesarias o demasiado premiosas con los socios. El lenguaje de la novela suscita pocas objeciones, aunque no se sabe en qué pensaban los correctores dejando pasar impunemente ciertas concordancias de naturaleza casi delictiva, como "el ligero aguanieve" (pág. 136) o "el otro aula" (pág. 115), o consintiendo el giro "de cara a templar gaitas" (pág. 70) donde tan fácil era escribir "para".