No haya corrupción
Gonzalo Rojas
29 abril, 2004 02:00Juan Abarzua
La poesía chilena mantuvo a lo largo de todo el XX una tensión lingöística basada en el despliegue y la modulación de lo simbólico unidos a una intensa vivencia y comunicación de lo emocional.Lenguaje poético y proceso de simbolización son los rasgos de una escritura, tan comunicante como visionaria, cuyos puntos más altos han sido Huidobro y Neruda, Rokha, Parra y Gabriela Mistral. Gonzalo Rojas se inscribe en esta pregnante tradición clásica y moderna que incluye también a Díaz Casanueva, Teillier, Uribe, Enrique Lihn, óscar Hahn, Raúl Zurita, Diego Maquieira y Andrés Morales, pasando por una extensa cordillera de nombres entre los que figuran los de Eduardo Anguita, Miguel Arteche, Juan Luis Martínez y Federico Schopf.
Rojas se distingue, sin embargo, de todos ellos por un sentido radical de la forma -que en él no es un fin sino un cauce- y un concepto tan agnático como telúrico del amor. Rojas es uno de los grandes poetas del amor: posee lo que en latín se llama pietas y, como Eneas, es pius con la mujer, con los hijos y con los padres. Poeta vital donde los haya -recuérdese su "Victrola vieja": "La poesía se escribe sola./ Se escribe con los dientes, con el peligro,/ con la verdad terrible de cada cosa"; y su "Escrito con L", que tanto coincide con Nietzsche y con Gottfried Benn- ha sabido entender muy bien a Ezra Pound. De ahí su acertada súplica: "No le copien a Pound". Pero su lúcido vitalismo no le ha impedido ser culturalista en "Concierto", un poema por el que desfilan, como en un catálogo, los nombres de Arthur Rimbaud y de Cristo, de Lautréamont y Kafka, de César Vallejo y el Tao, de Shakespeare y de Charles Chaplin, de San Juan, Goya y Picasso, de Cavafis y Heráclito, de Sade y de Bataille, de André Bréton y de Swedenborg, de Hülderlin y Antonin Artaud hasta desembocar en un Paul Celan "sangrando". Pero lo suyo no es el culturalismo sino la dimensión sensual y orgiástica y plena del amor: la que se lee en "La palabra Placer"; la que se advierte en "A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro"; la que hay en "¿Qué se ama cuando se ama?", que se recoge aquí; o la que aparece en "Retrato de mujer".
En Gonzalo Rojas no hay una sino muchas claves, separadas o juntas, como la moral -más que propiamente elegíaca- que informa "Los días van tan rápidos". No haya corrupción combina y expone varias de estas claves: la telúrica, que explicita "Del zumbido", cuyo "de repente" recuerda el "subito" de Salvatore Quasimodo, pero en el que se articulan elementos utilizados ya en su obra anterior, como "su nadie y su vacío" o su "comeré tierra" de "Transtierro"; y, sobre todo, la autobiográfica, visible en todo el libro. "Rapto con precipicio" insiste en su temática amorosa; la metapoesía, pero al modo de los poetas helenísticos, es tratada en la composición que da título al volumen. "El sol es la única semilla" ensaya un adelgazamiento reflexivo: una economía epigramática que acerca esta escritura al carácter de la inscripción.
No hay, pues, un solo tipo de verso o de poema aquí sino series de ellos que se cruzan, como si el poeta no quisiera subordinarse a un único modo de decir y optara por una abierta pluralidad de forma, que es la que vemos en "El alumbrado" y en "Oscuridad hermosa", distintos por completo a lo siguiente y a lo anterior. "Cítara mía" es uno de sus grandes poemas amorosos y "Crecimiento de Rodrigo Tomás" remite a "Recién nacido": por la calidad de sus expresiones y su mixtura de monólogo y de descripción se inscribe dentro de esa línea de piadosa paternidad a la que hemos hecho referencia y que sólo Unamuno, Miguel Hernández y Leopoldo Panero llegaron a alcanzar.
No haya corrupción es una antología esencial de la poesía de Gonzalo Rojas: una excelente aproximación a él, en la que no sólo están sus poemas más reconocidos sino también otros, como "Latín y jazz", que mezcla a Catulo con Louis Armstrong en un mismo eje de simultaneidad; o "Daimon del domingo" que nos da su clave de lectura del mundo.