Image: Mijail Glinka, el ruso enamorado de España

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Música

Mijail Glinka, el ruso enamorado de España

20 mayo, 2004 02:00

Retrato de Manuel Castellano de 1845

Mijail Glinka, de cuyo nacimiento se cumplen el 20 de mayo 200 años, fue quien abrió el camino de la que luego sería conocida como escuela operística rusa. Marcó las pautas que luego seguirían, con un más acendrado nacionalismo, Dargoniski, Mussorgski, Borodin, Rimski-Korsakov e incluso el más europeo Chaikovski. Glinka dio proyección y carta de naturaleza a un género hasta entones casi balbuciente, defendido por compositores, tan apegados al italianismo, como Skokov, Bérézovski o Bortnianski o por autores de ópera cómica como Cavos o Davidov, hombres ya del XIX. Fue evidentemente Glinka, el que puede arrogarse el título de fundador de la escuela nacional; aunque su localismo estuvo siempre entreverado de influencias occidentales, que él mismo recogía y promovía, en una afortunada labor de síntesis, a través de sus constantes viajes y desplazamientos por Europa.

Su primer traslado al extranjero, después de tomar lecciones de canto y de abandonar su puesto de funcionario en la secretaría del Consejo de Comunicaciones, tuvo lugar en 1830, cuando aún no había cumplido 16 años. Alemania (allí estudió teoría musical con Dehn, discípulo de Beethoven), Suiza, Austria, Italia fueron sus destinos iniciales. En su país siempre se codeó con los grandes nombres de la cultura: Gogol, Pushkin, Kukolnik, Sérov, Stassov, Balakirev... Por España viajó incansablemente, entre 1845 y 47 y 1852 y 54, y utilizó en muchas de sus páginas sinfónicas los ritmos y los aires de las distintas regiones. Buenos ejemplos de esa labor son la Jota aragonesa y Recuerdos de Castilla. La técnica empleada, consistente en variar fantasiosamente las melodías y ritmos populares y presentarlos luego en secciones diversas y yuxtapuestas, influyó más tarde decisivamente en obras orquestales de Rimski o Borodin. Glinka escribió también una sinfonía, tres oberturas y piezas diversas, entre ellas la conocida fantasía Kamarinskaia.

Música de cámara
También compuso música de cámara e instrumental. Y canciones de signo italianizante, muchas de ellas, junto a arias, dúos o conjuntos varios, para hacer dedos, por consejo de Stassov, con el fin de perfeccionar su técnica -cuyos rudimentos había estudiado entre 1818 y 1822 en San Petersburgo con Field y Meyer- y alcanzar el nivel necesario que le permitiera componer ópera, que era en realidad lo que le obsesionaba. En la segunda mitad de los años veinte había ya hecho un intento, rápidamente fallido, de poner música a una obra de Walter Scott, Mathilde Rokbee. Restan únicamente cuatro breves fragmentos. Eso ponía de manifiesto un cierto convencionalismo a la hora de elegir el sujeto literario.

La idea de su primera y más importante obra escénica, Una vida por el zar, le vino a través del entonces famoso poeta Jukovski. El tema había sido ya desarrollado años atrás por Cavos en su ópera Ivan Susanin y por el poeta Riléyev en una célebre balada. La ópera, que se estrenó en San Petersburgo el 27 de noviembre de 1836 es una suerte de oratorio. El protagonista es desde luego el pueblo, en lo que anticipa a Boris Godunov de Musorgski. Es un fresco histórico de tintes trágicos en el que se mezclan elementos e influencias italianos, alemanes, franceses y, por supuesto, rusos.

La otra ópera de Glinka, estrenada también en San Petersburgo, el 27 de noviembre de 1847, Ruslan y Ludmila, es una obra mágica y exótica, una fábula de extraordinario valor folclórico, que alberga músicas populares rusas, árabes, turcas y georgianas. Una fantasía irregular, desigual, pero con momentos de notable inspiración. Glinka no pudo continuar su labor. Murió en Berlín el 15 de febrero de 1857.