Eduardo Pérez Maseda (Madrid, 1953) es uno de nuestros músicos mejor formados; organizado y serio, culto y equilibrado; autor de una obra ya amplia en distintos géneros. El pianístico lo trabaja desde 1984, año del que procede la primera composición de su catálogo para el teclado, Tres movimientos o Sonata nº 1, un excelente ejercicio entre el rigor de la construcción y la invención pura. Acordes y pulsaciones se dan cita en un discurso atonal y sugerente. Las siete partituras se sitúan en sentido inverso al de su creación. Recorremos así, a la inversa, la historia del autor, que se cierra con las miniaturas que componen Seis miradas (2007), de delicadísima y contrastada caligrafía, que van de lo evanescente a lo vigoroso. Es singular Fúlgura (2003), que superpone al piano una finísima parte electroacústica, y encantador el Vals para Rayuela (1997), muy raveliana, como señala garcía del Busto. Según el compositor, Meditación quebrada (1995-96), que nace de una célula, está basada en el principio de construcción-deconstrucción. Intermezzo (1998) es superconcentrada y Amalichte (1987), intimista y serena. La interpretación de Gifford nos parece óptima por su refinamiento.