Daniel Barenboim. Foto: Arturo Reverter

Daniel Barenboim es de esos artistas que levantan multitudes, allá por donde pasa; lo mismo como pianista que como director. Se produce un fenómeno de hipnosis colectiva en el que la imagen del divo juega mucho papel. Los mismo sucede con artistas célebres de hoy como Pollini, Flórez o Domingo. Y ha sucedido, claro es, en todas las épocas y latitudes. El músico argentino-israelí se presenta el día 21 de este mes en el Palau de Valencia, en este caso como teclista, para dar cuenta de dos apetitosos platos del repertorio, los Conciertos nº 3 de Beethoven y nº 1 de Brahms. Un hermoso viaje del prerromanticismo al romanticismo pleno. Barenboim no tendrá ninguna dificultad para realizar ese traslado en el tiempo y para acometer una obra transparente, de diáfana construcción prácticamente clásica, y viajar a renglón seguido al impetuoso y apasionado discurso de otra en la que laten elementos de signo estilizadamente folclórico. Esa energía que despliega el último movimiento de la obra brahmsiana está hecha para dedos de especial consistencia. Y no hay duda de que los de este instrumentista la tienen en notable medida.

Al ámbito de una sensibilidad que lo faculta para acercarse con provecho a las efusiones líricas de los respectivos movimientos lentos. La clara digitación, el sonido, finamente trabajado, el sentido del matiz, el impulso controlado, el humanismo revelador de los más secretos pliegues de ambas partituras no tienen habitualmente secretos para él, que se mueve con una facilidad pasmosa ante compromisos tan peliagudos, a los que sabe enfrentarse sin pestañear y a los que, pese a ocasionales y pasajeras debilidades en el manejo del pedal, vence siempre con la más estricta musicalidad por bandera. Podremos comprobarlo en esta sesión, final de las previstas para conmemorar los 20 años del Palau, y en la que participa la Orquesta de Valencia dirigida por su titular, Yaron Traub.