Image: 150 años de Mahler

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Música

150 años de Mahler

Almudena de Maeztu recuerda al genial compositor

2 julio, 2010 02:00

Retrato de Mahler. Foto: Emil Orlik (EMI)

El miércoles se cumple siglo y medio del nacimiento del genial compositor postromántico que ayudó a precipitar la modernidad musical. La especialista Almudena de Maeztu rememora los últimos días de Gustav Mahler, el gran superviviente del siglo XX.

Hace exactamente cien años, en julio de 1910, Gustav Mahler (Kalischt, República checa, 1860-Viena, 1911) abordaba la composición de su última y décima sinfonía. La rutina era más o menos la misma que había seguido con las anteriores: se instalaba en su casa de verano (el pueblo podía variar, pero siempre elegía alguno cercano a los grandes lagos y montañas de Austria), se encerraba en una diminuta cabaña adyacente, amueblada sólo con un piano, una mesa, una silla y unas pocas páginas de Kant y de Bach, y comenzaba a trabajar a primeras horas de la mañana. Por lo general, terminaba su labor al mediodía, pero aquel verano apenas salió de la cabaña. No quería comer, no quería nadar, no quería ver a nadie, sólo buscaba estar solo y llorar; llorar su canto a la tierra. La salud se le escapaba por los poros, las acometidas de fiebre le cubrían el cuerpo de sudor, la infección le inflamaba la garganta y él intuía que apenas le quedaban unos meses de vida. Pero aquel estallido de dolor y de llanto no se debía sólo a la proximidad de la muerte sino a la traición de su mujer, Alma, cuyo affaire amoroso con el arquitecto Walter Gropius acababa de descubrir. La música y los poemas que escribió en esas fechas son más descriptivos que cualquier narración: "¡Sólo tú sabes lo que esto significa! ¡Vivir por ti! ¡Morir por ti! ¡Almita, mi Almita...! ¡Dios mío, ten piedad de mí, ¿por qué me has abandonado?!", garabateó en la partitura.

Había nacido cincuenta años antes en una pequeña aldea de Bohemia, en el seno de una humilde familia judía sin la menor tradición musical; pero él se sabía músico desde que sus padres lo habían encontrado en una buhardilla, a los cinco años, aporreando un viejo piano. Dirigía desde que tenía veinte, apenas terminado el Conservatorio, y había ido subiendo puestos en el escalafón con orquestas y compañías de provincias hasta revolucionar los escenarios y plateas de Europa y América. Desde 1897 estaba considerado el mejor director de orquesta del planeta.

Mahler se consagraba única y exclusivamente a la música. Como tal, se creía con derecho a acometer cualquier cambio, incluso los considerados imposibles. Doblaba los vientos en las sinfonías de Beethoven, programaba las óperas de Wagner enteras y sin cortes, sometía a los cantantes a ensayos agotadores, innovaba el repertorio con obras de compositores nuevos y, bajo sus auspicios, la Ópera Imperial de Viena, la Hofoper, vivió su particular edad de oro. Él no dirigía en Viena desde que en 1907 aceptara la dirección del Metropolitan de Nueva York, pero los vieneses mantenían sus gestas en la memoria y lo respetaban hasta el punto de haber dado su nombre a una calle.

Su música, sin embargo, no terminaba de cuajar. Tal como narra Pérez de Arteaga en su monografía sobre el compositor (Mahler, Fund. Scherzo-Antonio Machado libros, 2007), sus sinfonías, una amalgama de sonidos en las que los temas no se funden, sino que se suceden en aparente incongruencia, alternando momentos de hondo lirismo con otros de evidente histeria, resultaban demasiado innovadoras para los delicados oídos vieneses. A partir del estreno de la Tercera en Krefeld, en 1902 -gracias al apoyo de Richard Strauss-, algunos teatros y salas de Europa habían comenzado a programar sus obras y aquel terrible verano estaba a punto de conseguir un rotundo triunfo con el estreno, en Múnich, de su Octava Sinfonía. Pero los aplausos y el reconocimiento durarían poco. El 18 de mayo de 1911, tras una larga agonía, moría en la Viena que le vio crecer.

Adolf Hitler intentó borrar de la faz de la tierra cualquier huella de aquel judío bohemio. Casi lo consigue. Prohibió su música y ordenó que cambiaran el nombre de su calle vienesa por el de Los Maestros Cantores. Durante la primera mitad del XX, las obras de Mahler se vieron relegadas al olvido. Pero a partir de 1960, centenario de su nacimiento, la mayoría de las orquestas comenzaron a desempolvar sus partituras y ahora, cincuenta años después, es el músico más interpretado, grabado y programado de la historia. Por algo será.