Image: Antón Mallick quiere ser feliz

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Novela

Antón Mallick quiere ser feliz

Nicolás Casariego

2 julio, 2010 02:00

Nicolás Casariego. Foto: Diego Sinova

Destino. Barcelona, 2010. 347 páginas, 14 euros


Un tal Mallick dejaba su negativo mensaje sobre la vida en la anterior novela de Nicolás Casariego (Madrid, 1970), Cazadores de luz, dentro de una parábola futurista. Alguien con ese apellido protagoniza Antón Mallick quiere ser feliz. Pero aquí Mallick se mueve en un medio actualísimo, tanto que su diario, sostén de la anécdota, se extiende entre octubre de 2009 y el 7 de abril de este año. Además, el testimonio se muestra con fuertes tintas costumbristas, al punto de reconstruir un dilatado panorama de usos y situaciones del momento. Hábitos menudos del día y relaciones sociales constituyen el sólido andamiaje que sostiene algunas básicas incertidumbres modernas, a la vez que de siempre. Por muy distintos que sean los rasgos ambientales de ambas obras, responden a una misma y sustancial preocupación. Un motivo fundamental inspira el trabajo de Casariego, el deseo de desnudar las incertidumbres que planean sobre ciertos valores morales. Aquí, el valor cuestionado no se disimula, lo revela el título, la felicidad.

La anécdota gira en torno a la voluntad exteriorizada por Mallick -treintañero descendiente de un húngaro que emigró a España hace casi dos siglos y que gestiona complicados seguros de satélites- de superar las muchas circunstancias adversas y ser feliz. Le pesa la muerte de su esposa, le agarrota la noticia de que va a tener un hijo con una mujer casi desconocida y le desequilibran las forzadas relaciones con su familia. Esta suma de contrariedades le incita a escribir el diario dirigido al vitalista tatarabuelo donde dejará constancia de su determinación de no dejarse arrastrar por el derrotismo y lograr la felicidad. El diario anota y saca lecciones de innumerables percances menudos. También incluye fragmentariamente las apócrifas memorias del lejano predecesor, texto básico para definir la engañosa realidad. Y, además, contiene larga nómina de escritos de los que parte la reflexión del protagonista sobre el sentido de la vida, unos típicos del utilitarismo moderno, los libros de autoayuda; otros, hitos de la biblioteca universal acerca del valor de la existencia, desde Epicuro a Nietzsche.

Vida y pensamiento se someten a la lupa cavilosa de Mallick, y todo, experiencia y reflexión, le proporciona variadas perspectivas para hallar su lugar en el mundo. O, mejor, para no encontrarlo, porque la novela se decanta hacia la soledad y la incomunicación y prevalece un mensaje de negra desesperanza. El autor sabe dotar de certeza a esta idea pesimista, pero lo más importante es cómo lo plantea. Casariego dispone una estructura relativamente novedosa cuya discreta complicación formal se justifica por el punto de vista global de la obra: la búsqueda de interlocutores que afiancen o desmientan a Mallick en su propósito de ser feliz. A ese fin se juega con ingeniosas peripecias y con reflexiones de un narrador culto, listo y nada envarado. Las situaciones, que van del vodevil al drama, aportan una materia jugosa, sostenida en personajes de raíz sainetesca. Las reflexiones constituyen un repertorio de análisis inteligentes y profundos, aunque dichos con desparpajo seductor. Bien entrelazados la captación de la vida común y el pensamiento, Casariego ha hecho una novela sustanciosa y amena cuyo fondo serio se despliega con humor e interés.