Colson Whitehead. Foto: Natasha Stovall

Colson Whitehead. Foto: Natasha Stovall

Novela

'Manifiesto criminal': el regreso al Harlem más violento de Colson Whitehead, doble ganador del Pulitzer

Walter Mosley
Publicada

Con Manifiesto criminal, Coulson Whitehead (Nueva York, 1969) vuelve al mundo de su novela El ritmo de Harlem. Es un tratado sorprendente, una magnífica e intrincada anatomía del atraco, la estafa y el juego lento. Ciertamente, hay un elemento policiaco, pero al igual que en los libros anteriores de Whitehead, el género es lo de menos.

Manifiesto criminal

Colson Whitehead

Traducción de Luis Murillo Fort. Random House, 2024. 387 páginas. 22,90 €

Aquí utiliza la novela negra como lente para investigar la mecánica de un barrio singular en un punto de inflexión concreto en el tiempo. Lo tiene todo: la música, la energía, el doloroso cálculo de la pérdida. Estructurada en tres periodos –1971, 1973 y 1976, el año de la celebración del bicentenario de Estados Unidos–, Manifiesto criminal descarga alegremente su sátira sobre este mundo al tiempo que llega al corazón del lugar y de sus gentes.

Se trata de una historia de supervivencia sin redención, en la que la siguiente generación pierde algunos de los instintos perfeccionados que han construido este mundo. El héroe de Whitehead, el vendedor de muebles y delincuente oportunista de poca monta Ray Carney, es más viejo que la última vez que lo vimos. Se ha retirado de su profesión como trabajador de la "economía secundaria". Pero al otro lado del escaparate de su negocio de muebles, Harlem se agita con la inquietud del cambio y la opresión.

La presencia de los Panteras Negras y del Ejército de Liberación Negro ha dado un nuevo cariz a la vieja batalla entre el barrio y los policías blancos que recorren sus calles. Tras el escaparate de su tienda, Carney lo absorbe todo: el ruido de los motores de los coches, los gritos y las burlas, las detenciones de negros que son empujados contra las paredes y cacheados por policías blancos, los titulares de las noticias sobre policías asesinados.

Carney no quiere meterse en líos, pero su hija, a la que tiene la sensación de haber perdido por culpa de la angustia adolescente, quiere ir a ver a los Jackson 5, un espectáculo cuyas entradas se agotaron hace tiempo. Whitehead utiliza ese tirón de la pérdida paterna para sumergirse en un viaje cómico, y mortal. A partir de aquí, Carney recupera y reaviva conexiones que tuvo en otro tiempo y que le costó muy caro dejar atrás. Irrumpe en apartamentos de delincuentes, transporta joyas recién robadas en su maletín y se ve obligado a saquear una partida de póquer.

Se trata de una historia de supervivencia sin redención. Lo tiene todo: la música, la energía, el cálculo de la pérdida...

Carney es sufridor y observador, participante y rehén, mientras se embarca como copiloto en un viaje de pesadilla por la ciudad de Nueva York. Su piloto y su matón para este recorrido es un policía blanco corrupto que no para de hablar del ringolevio, el juego callejero al que Carney y sus amigos solían jugar en Harlem. Cuanto más habla el policía, más intenta Carney encontrar una salida. Se convierte en confesor involuntario y testigo de una vieja verdad: nadie escapa. Se establece una serie de tragedias en cascada, a través de aventuras a lo Don Quijote, para nivelar la balanza, para crear un nuevo tipo de versión de quién es él, de lo que es Harlem.

Whitehead tuerce el lenguaje. Convierte en sinuosos los sonidos de una ciudad y sus habitantes que tratan de superar los límites. Puede ser mordazmente divertido con policías de otros tiempos que comentan la precisión de brutalidades pasadas mientras el lenguaje en la cabeza de Carney gira en torno al anuncio que debe redactar –a pesar del creciente número de cadáveres a los que se enfrenta– para el bicentenario del 4 de julio, y lo que esa festividad significa realmente en su Harlem y para sus clientes en busca del próximo sofá. En otras ocasiones, Whitehead da a sus personajes la tranquilidad y el espacio necesarios para emitir el sonido de ese profundo pesar y esa resignación: por estar atrapados, por tener todas las probabilidades en su contra, incluso desde dentro.

"Era como si volviera a ser un niño, empezando a comprender la forma de su tristeza", piensa un personaje mientras busca la trementina que utilizará para encender un fuego ilícito. "Desubicado incluso entonces, perdido entre los altos edificios".

Los hombres de Whitehead luchan con las relaciones, llevan sus penas y amores perdidos cerca del pecho. Se reparten las calles, los negocios ilegales, la contabilidad dudosa y los conjuntos de habilidades (pirómanos, ladrones de cajas fuertes, protección), y luego el poder cambia de manos cuando los jugadores se dispersan y se pasan al otro bando. Atrapados en sus especialidades, dirigen las extorsiones sistematizadas de la misma manera en que las empresas corruptas dirigen Estados Unidos.

Entran en escena el artista y el pirómano no afiliado, "hombres de ojos salvajes" del "censo de inadaptados" de Whitehead que comparten la misma pasión por algo inefable: maquinar algo totalmente nuevo. Para el primero se trata de un filme en un cine oscuro: una película de explotación negra rodada en Harlem, Nefertiti T.N.T., protagonizada por una actriz de una zona residencial de Nueva Jersey con una biografía que dice lo contrario. Para el pirómano laico, es el subidón del sonido del fuego atrapando las cortinas o los huesos crudos y vacíos de un edificio abandonado. Todos tenemos nuestros sueños. Pero para Carney, los incendios se convierten en un punto de inflexión que no comprende, un empujón a la acción que le parece, incluso a él, fuera de lugar:

"Estaba aquí esta noche porque un chico al que no conocía había quedado atrapado en un incendio, y una chispa había prendido en la manga de Carney. Para vengar... ¿a quién? ¿Al chico? ¿Para castigar a los malos? Cuáles... Había demasiados para contarlos. La ciudad estaba en llamas. Ardía no por culpa de hombres enfermos con cerillas y latas de gasolina, sino porque la ciudad misma estaba enferma, esperando el fuego, suplicándolo. [...] Por lo que él [Carney] sabía, los desaguisados y crueldades de hoy eran la versión más reciente de los antiguos. Los mismos defectos, distinto rostro".

Un único acto que desafía todos sus instintos perfeccionados y su aprendizaje callejero revela Harlem a Carney en todas las formas en que ha llegado a conocerlo por partes: la formación que recibió de su padre, las ambiciones de su familia política, su incapacidad para plantar firmemente los pies en el lugar que ha llamado hogar. Cuando la novela llega a su fin, hay una nota de gracia para Carney, quizá no ese refugio en una isla que su temido y corrupto policía blanco tenía en mente, sino un tipo diferente de paz al que todos podemos aspirar: sobrevivir a nuestras propias decisiones y sueños, ser queridos, pertenecer a un lugar que amamos.

© The New York Times Book Review. Traducción: News Clips