Image: Las Minas: genética y tradición nutren las dinastías

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Música

Las Minas: genética y tradición nutren las dinastías

En la historia del flamenco están presentes las grandes familias que lo alimentan y sostienen. Hoy las casas son el caldo de cultivo y un flujo de renovación continua

27 julio, 2012 02:00

Jaime Heredia Maya, El Parrón, cantaor y padre de Marina; Marina Heredia, cantaora; su prima Judea Maya, bailaora e hija de Manolete. Sentado, el bailaor Manolete (Manuel Santiago Maya), primo de Jaime

"Voy a acordarme de mi gente...". Con esta frase las grandes figuras del flamenco invocan a sus antepasados en sus interpretaciones. De sus voces, de sus manos o de sus pies surge, como en un ritual, la herencia recibida de una auténtica e irrepetible estirpe de artistas. Con motivo del Festival Internacional del Cante de las Minas, que empieza el miércoles, El Cultural ha reunido a cuatro grandes familias flamencas: las de José Mercé, Marina Heredia, David Peña Dorantes y Carlos Piñana.

Cincuenta y dos años cumple el imprescindible Festival Internacional del Cante de las Minas, que se celebra del 1 al 11 de agosto en La Unión, Murcia. Con un cartel del sevillano Luis Gordillo y el pregón inaugural a cargo de la escritora María Dueñas, además de la actuación de los ganadores en 2011 del concurso de cante, baile, guitarra y otros instrumentos, esta cita ya clásica propone como plato fuerte un programa de conciertos protagonizado por artistas que simbolizan la sagas principales de músicos flamencos, algunas de ellas con un legendario árbol genealógico.

Juan Valderrama ha seguido los pasos de su padre, un icono del siglo XX, que se mantuvo como figura de primera línea tanto en calidad de protagonista de musicales flamencos como de actor cinematográfico, cantaor y cantante, gracias a coplas de indudable tirón popular. Pastora Galván, hija del bailaor José Galván y de la bailaora Eugenia de los Reyes, se abre camino con sus singulares intervenciones, donde alterna un clasicismo de altos vuelos con novedosos planteamientos, en muchas ocasiones coreografiados por su hermano, Israel Galván. La presencia de Jerez en este ciclo siempre es obligada y Joaquín Grilo, sobrino del cantaor Paquito Fantasías y hermano del palmero Carlos Grilo y de la cantaora Carmen Grilo, aporta el baile creativo, de técnica deslumbrante a través de la improvisación.

Aunque en el flamenco existen singularidades gloriosas y nombres que sin linaje conocido han brillado precisamente por su originalidad, prevalece sin embargo el caso de figuras destacadas procedentes de ilustres familias que a lo largo del tiempo conservan características musicales y expresivas que las diferencian de las demás. Desde luego, éste es un arte vivo y en continuo desarrollo, y si bien, a causa de una dinámica evolutiva natural, muchos de los más representativos creadores e intérpretes de ahora mismo estructuran su obra sobre parámetros alejados de los de sus antecesores, jamás reniegan de ellos y tienen a gala el ser herederos de unas peculiaridades exclusivas que los distinguen. "Voy a acordarme de mi gente", es expresión habitual para establecer diferencias y reivindicar lo propio, a pesar de que, como es habitual, el resto del repertorio transcurra por otros derroteros estilísticos. Pero hay que delimitar los terrenos y la marca de la casa define su identidad.

En la historia del flamenco están presentes las grandes familias que lo alimentan, lo sostienen y le imprimen carta de naturaleza. Muchas de estas familias van dejando un poso de índole artística para que las generaciones más jóvenes lo moldeen, enriqueciéndolo con una dimensión más amplia y universal. Independientemente o además de individualidades de poderoso influjo, por regla general las casas constituyen el caldo de cultivo donde se gesta el flamenco de forma espontánea en un flujo de renovación continua. Claro que al hablar de familias no me refiero exclusivamente a un pasado remoto, a edades doradas o a míticas dinastías que han quedado para el estudio antropológico o la investigación académica, sino fundamentalmente a los que han llegado hasta nosotros en calidad de descendientes de apellidos notables, siguiendo una tradición, pero estimulándola y revitalizándola, y a estirpes de nuevo cuño que se están formando, como es el caso, sin ir más lejos, de los Morente.

Marina Heredia

Genes que se manifiestan inconscientemente


Marina Heredia proyecta para su actuación en el Festival Internacional de Cante de las Minas un concierto de corte clásico, aunque hace depender de su estado de ánimo la elección de los estilos y no descarta que si decide interpretar las soleares dedicárselas por supuesto a su padre, Jaime Heredia Maya, El Parrón, como ya hizo en su último disco. Cantaor de voz inmensa, ancestral, como surgida del fondo de los siglos, El Parrón está emparentado con la mayoría de las familias del Sacromonte granadino, un territorio donde los apellidos se repiten de forma obsesiva: Maya, Fajardo, Carmona, Heredia, Amaya, Santiago, Cortés… Él ostenta los mismos que su madre, la también cantaora Rosa Heredia Maya, La Rochina. "La herencia la tengo tan asumida que muchas veces estoy cantando y digo: me parezco a mi abuela, a la que por cierto escuché muy poco en los escenarios, tablaos o zambras, pero sí en las fiestas de casa. Los genes se manifiestan sin forzarlos, inconscientemente", declara Marina.

Pero es su padre el que ejerce una notable influencia sobre ella, al que se dirige para que le aclare algo o le recuerde algún cante, para que le sugiera músicas. "Y coincidimos casi siempre, tenemos gustos comunes. Recuerdo que cuando empecé, siendo una niña, los que me escuchaban decían que era muy graciosa interpretando bulerías y tangos. Pero llega un momento en que hay que asentar los pies en la tierra, ponerse serio, estudiar y ampliar el repertorio, perfeccionar el estilo y encontrar tu propio lenguaje. Es una carrera como otra cualquiera y requiere dedicación y esfuerzo. Y ése fue el papel de mi padre, cuando me dijo: 'Que sí, que afinas muy bien, que eres divertida y simpática en los estilos festeros, pero si quieres ser artista y dedicarte a esto profesionalmente no puedes estar toda la vida haciendo lo mismo'. Con la madurez que te dan los años lo he ido entendiendo. Mi padre ha sido la base de mi cante, me ha insinuado la manera de desenvolverme en el escenario y me ha marcado el camino para ir dándole forma a las diferentes músicas flamencas".


José Mercé

De Paco la Luz al milagro del cante


El cantaor José Mercé (José Soto Soto) y su primo el cantaor Vicente Soto. Sentado, el maestro Manuel Soto Sordera (cantaor), tío de José y padre de Vicente. Fotografía de José Lamarca realizada en 1989

José Mercé se recupera felizmente estos días de un incómodo dolor de espalda: "Ésa es la herencia de los Soto, la lumbalgia y las seguiriyas. Todos mis mayores han padecido de ambos achaques", dice riendo. Su vida también está rodeada de músicas, en su casa, en su barrio de Santiago -cuna de nombres señeros en la historia del arte flamenco-, y en sus primeros pasos como niño cantor en la escolanía de la basílica jerezana de la Merced, de donde proviene el apelativo por el que se le conoce. Tanto por parte de padre como de madre, pertenece a una principalísima familia, cuya antigüedad se pierde allí donde parece encontrarse el origen mismo de la formación del flamenco, pero cuyo principal punto de referencia es Paco la Luz, cantaor del XIX, padre de La Sordita y La Serrana. A éstos hay que añadir otros personajes insignes, como El Gloria, sus hermanas las Pompi o Manuel Soto Sordera. "Mis abuelos eran primos hermanos y soy Soto por dos veces. Me siento orgullosísimo de pertenecer a esa gran dinastía y haber tenido la suerte de nacer en una estirpe gitana de tanto prestigio".

José recuerda el día en que, siendo aún pequeño, su madre lo llevó a visitar a la Tía Salvaora, hermana menor de una de las más grandes figuras del cante de todos los tiempos, Rafael Ramos Antúnez, El Gloria, nacido en Jerez de la Frontera en 1893. "Anda, cántale un fandaguito a la Tía Salvaora, se le ocurrió decir a mi madre. Y yo, sin saber quién era El Gloria ni cómo cantaba, y que además había fallecido un año antes de que yo naciera, pues interpreté con mi preciosa y angelical voz de componente de coro infantil sus ahora célebres fandangos. La Tía Salvaora, de tanta emoción, comenzó a gritar y a darse bofetadas en la cara y decir que aquello era un milagro. Naturalmente, me asusté muchísimo y quise salir corriendo. Posiblemente no fue un milagro, pero quizá influyó la fuerza de la sangre, algo atávico o hereditario".

Otra de las personas a la que José Mercé adora es a su tío Manuel Soto Sordera, fallecido en 2001, hermano de su padre "y el cantaor de más raza que ha dado Jerez en las últimas épocas", afirma José con convencimiento. Cuando llegó a Madrid con trece años fue acogido en casa de Manuel, y allí vivió junto a sus siete primos, casi todos ellos artistas flamencos, y su tía Lela, famosa por su bondad, generosidad y suculentos guisos. "Para mí fue un padre y un maestro, su forma de ser, su elegancia, cómo llegaba a los sitios y saludaba a todo el mundo, cómo lo quería la gente. Poseía un don y tanto sus hijos como yo aprendimos mucho de él". José Mercé tiene la intención de hacer un concierto en el Festival Internacional del Cante de las Minas dividido en dos partes. Como viene siendo habitual, una segunda mitad, que en este caso se titula Nuevo amanecer, que es un resumen de los pasajes más populares de sus últimas producciones discográficas. "Y una primera en la que interpreto el flamenco más tradicional y clásico. Es la tarjeta de presentación de todos mis espectáculos y, por otro lado, un homenaje al cante de Jerez y un reconocimiento a la música de mi familia".


Carlos Piñana

Pioneros de los estilos mineros


Sentados, con la guitarra, Carlos Piñana y su padre, Antonio Piñana. Cantando, Curro Piñana (hijo de Antonio)

Los Piñana forman un núcleo compacto alrededor del abuelo, el Maestro Piñana, patriarca de la saga, y, aunque falleció en 1989, todavía sigue ejerciendo un particular influjo, ya que su presencia transita por una casa en la que puso la primera piedra. Su hijo, el guitarrista Antonio Piñana, le debe su introducción en el mundo flamenco y las bases de un instrumento con el que, a partir de los 17 años, lo acompañó en innumerables conciertos y grabaciones. Pero si el abuelo encarna los pasos inaugurales de la dinastía, aportando las primeras herramientas estilísticas circunscritas al ámbito minero, Antonio amplió para sus hijos el repertorio, añadiendo el patrimonio flamenco de otras regiones.

El guitarrista Carlos Piñana, que estudió en el Conservatorio Superior de Música de Murcia, interpretará en el Festival Internacional del Cante de las Minas parte de su última obra, Manos libres, y dos toques de obligada ejecución en esa tierra: la taranta y la minera. "A mi abuelo siempre lo tengo presente", dice Carlos. Fue una personalidad importantísima en la creación y desarrollo de los estilos mineros y como impulsor del Festival. Aunque mi instructor en la guitarra fue mi padre, él siempre se ponía a mi lado y me daba consejos". Pero quien tuvo una especial relación con su abuelo fue el cantaor Curro Piñana. "Era un niño y a mi abuelo se le iba la vida sin encontrar una persona en la que depositar y traspasar todo ese cúmulo de cantes. Así que, a pesar de mi corta edad, yo fui su sucesor y tuve que aprender todos y cada uno de ellos, que son bastante complejos. Una gran responsabilidad. Como además estudié Psicología, siempre digo que es fundamental el ambiente en el que uno vive para desarrollar las propias capacidades, y en casa ha habido sonidos flamencos por todos lados, en permanente comunicación con mis hermanos y mi padre y, de fondo, las enseñanzas del abuelo".


David Peña Dorantes

Los rituales flamencos de una estirpe


De izda. a dcha., el bajista Manolo Nieto, David Peña Dorantes, el cantaor Rafael de Utrera, el percusionista Tete Peña (primo de David) y Pedro Peña Dorantes (hermano de David)

David Peña Dorantes habla de su abuela, la cantaora gitana María la Perrata, con un amor infinito. Murió hace ahora siete años pero junto a su padre, el gran guitarrista Pedro Peña, fue la que lo instruyó en el ritual flamenco. Las nanas, soleares, alboreás o bulerías de La Perrata poseían un raro sortilegio, aunque solo se podían oír en reuniones privadas de su casa en Lebrija, Sevilla, hasta que, animada por sus hijos, decidió actuar en público y llevar a cabo registros discográficos. "Estoy impregnado de músicas flamencas desde que nací. Más que anécdotas, me quedan imágenes, sensaciones, sonidos. Observaba fascinado a mi abuela, con esa paz y esos silencios profundos antes de comenzar a cantar, aislándose de todo. Eran momentos de mucha emoción, son cosas que se te quedan para siempre", afirma Dorantes, que prepara para La Unión un concierto con pasajes de su última obra con ilustraciones de tanguillos y bulerías a cargo de la bailaora sevillana Pastora Galván. "Lo mismo ocurría en la casa de Tío Vicente Peña Vargas, hermano de mi abuelo Bernardo, que tenía una forma de cantar muy gitana y sugerente: 'A mi caballo le eché/ hojitas de limón verde/y no las quiso comer'".

David, que estudió en el Conservatorio Superior de Música de Sevilla, es un compositor y pianista de prestigio internacional, toca con acreditados intérpretes de otros géneros, como Michel Camilo, Steve Turre, Danilo Pérez o Jack DeJohnette, recorre los escenarios del mundo y tiene una sólida obra discográfica: Orobroy -pensamiento en el léxico caló- , Sur y Sin muros. "Desde luego, yo hago mi música, intentando desarrollarme como compositor y buscando en el piano mi personal idioma expresivo, pero la música de casa es mi raíz y está ahí siempre: una forma de vivir y ver la vida, algo de lo que no me puedo desligar porque me ha marcado en lo más hondo de mi ser". J.M. V-G.