Ferrández y Arenas, duelo de chelistas
Pablo Ferrández y Adolfo Gutiérrez Arenas
Se da la circunstancia de que este viernes (9), en horas consecutivas, van a actuar en el Auditorio Nacional de Madrid dos jóvenes violonchelistas, salidos a la luz en el espacio de los últimos años. Ejemplo de cómo vienen de preparadas nuestras nuevas hornadas de instrumentistas en un país en el que, tradicionalmente, han abundado excelentes artistas de esa especialidad. Uno y otro son hijos de músicos y han seguido el mismo camino. El primero, con una carrera ya consolidada hace tiempo, es Adolfo Gutiérrez Arenas, nacido en Múnich en 1975 del matrimonio del organista, compositor y director Adolfo Gutiérrez Viejo y de la mezzosoprano Dolores Arenas, estudió bajo la guía de Elías Arizcuren y María de Macedo primero y Frans Helmerson y Lluis Claret después.Maneja un instrumento precioso, un Francesco Ruggeri fabricado en Cremona en 1673, cedido por patrocinadores. Tiene un sonido lleno, cálido, sedoso y muelle, un mecanismo, pulcro y diligente, una afinación impecable y un fraseo muy medido, atributos que dejaba ya bien sentados en su grabación para Verso de las Suites de Bach de 2006 y en la que, hace muy poco, ya más hecho, ha registrado de las Sonatas de Beethoven (con el pianista Christopher Park) para Solé Recordings. Tocará en la temporada de Ibermúsica el Concierto de Dvorák junto a la Filarmónica de Londres dirigida por Vladimir Jurowski. Estos últimos ofrecerán mañana otra sesión que incluye obras de Glinka, Chopin y Chaikovski.
Por su parte Pablo Ferrández (Madrid, 1991) interpretará con la Orquesta Nacional -mañana y pasado también- el Concierto de Schumann, que grabó con la Filarmónica de Stuttgart. Probablemente, su padre, Enrique Ferrández, con quien inició sus estudios, estará en la cuerda de chelos. De las enseñanzas paternas pasó a la de maestros de la talla de María de Macedo y Asier Polo. Fue importante para él la ayuda de Juventudes Musicales . Todo sirvió para sacar a flote un talento fuera de serie, que aúna sensibilidad, vibración interior, satinada tímbrica y hermosos reflejos. Su sonido va creciendo poco a poco. Tañe un Stradivarius Lord Aylesford (1696) gracias a la Nippon Music Foundation. El programa, que dirige Christoph Eschenbach, que lo apoya desde hace tiempo, se completa con dos obras de Dvorák, la obertura Carnaval y la Sinfonía del Nuevo Mundo.