Capuçon, arrebato para Chaikovski
El apasionado chelista Gautier Capuçon. Foto: Gregory Batardon
La Filarmónica, que hace cinco años se instaló en Madrid propulsada por su casa madre, Ibercámera, ha ido creciendo paulatinamente gracias a una sana y sabia política de precios y a una programación más bien conservadora pero bien construida, organizada en torno a solistas, orquestas y directores de prestigio. Faltan en su cartellone quizá esos conjuntos cimeros del máximo relumbrón, pero los participantes cubren bien esas posibles ausencias, máxime cuando se cuenta con instrumentistas de la talla de Gautier Capuçon, un chelista de raza, dotado de un muy bello y satinado sonido y de un temperamento apasionado, atributos idóneos para servir una partitura tan brillante, de metodismo tan cálido y de virtuosismo tan afiligranado como las Variaciones rococó de Chaikovski.Notable será el apoyo que ha de prestarle la Orquesta Sinfónica de Radio Frankfurt, la conocida años atrás como de la Radio de Hesse (HR), una formación de larga y prieta historia nacida, con tal nombre, en 1948, impulsada por batutas como las de Hans Rosbaud, Dean Dixon, Eliahu Inbal, Paavo Järvi y, en la actualidad y desde hace poco, el colombiano Andrés Orozco Estrada (1977), un maestro que hizo algunos de sus primeros pinitos importantes al frente de la Sinfónica de Euskadi. El director suramericano es un artista arrebatado, de vigorosa expresividad, una estimulante nerviosidad y un temperamento muy propio de su tierra, todo lo cual es transmitido a través de un gesto fácil y vibrante.
Su mímica, clara, precisa, comunicativa, es ideal para hacerse entender en una obra tan compleja, de rítmica tan variada y cambiante, de tan agreste tímbrica y virulenta acentuación como es La consagración de la primavera de Stravinski, verdadera piedra de toque para orquesta y director, que ha de multiplicarse para dar las entradas -y las salidas, diríamos- y para dotar al todo de ese sabor telúrico, de ese solemne aire de ritual, de terreno sacrificio; en el que no deben desconocerse los valores de una subterránea poesía y los brillos de un agreste colorido.
Orozco Estrada, a quien vimos en la pasada temporada comportarse a satisfacción en el podio de la Filarmónica de Viena, pisa ya con fuerza en este terreno stravinskiano. Lo hemos comprobado en su clara y minuciosa interpretación de esta partitura endiablada en una grabación de la cadena Arte. Un anticipo de lo que puede ofrecernos en el concierto del miércoles, 24, en el Auditorio Nacional, que se completa con la esbelta y tan haydniana Sinfonía n° 1 de Beethoven, en la que, no obstante, se abrían ya nuevas vías de expresión que llevarían muy pronto al músico de Bonn a instalarse en un romanticismo en sazón y a incorporar a su obra rasgos constructivos de extrema originalidad. Una sesión de muy alto voltaje.