Salonen-HiroyukiIto

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Música

Salonen ante la infinitud de Mahler

El director finlandés y la Philharmonia de Londres regresan a Madrid con un programa que va del Mahler más metáfisico a un Beethoven inusual

8 octubre, 2019 08:32

Regresa a Madrid, una vez más de la mano de Ibermúsica, la ilustre y londinense Orquesta Philharmonia, un conjunto de rancio abolengo, de lustrosa historia. Fue creada en 1945 por Walter Legge con destino, en principio, a los estudios de grabación. En esos tiempos fue el joven Karajan su principal adalid. Sería sustituido años más tarde por el viejo Otto Klemperer, que fue quien llevó a la agrupación a su cénit. La sonoridad que ahora la caracteriza es similar a la que la adornaba en sus comienzos: espectro más bien oscuro, tersura, afinación, elasticidad y una finura y elegancia que la facultan para servir el más variado y comprometido repertorio.

Esa-Pekka Salonen, que tiene ahora 61 años, mantiene con la Philharmonia una estrecha relación desde que, en 1985, fue nombrado, en una primera etapa, principal director invitado, cargo que renovó en 1994. Es en la actualidad director principal y consejero artístico. Maestro y orquesta funcionan, y lo hemos podido comprobar más de una vez, como un solo ente, una sola voluntad musical gracias a su compenetración absoluta; lo que ha determinado que al músico finlandés se le siga renovando el contrato una vez tras otra.

No es difícil llevarse bien con el director finlandés, que continúa mostrando su característica cara de niño y su proverbial seguridad: gesto firme y caracoleante, elástico, no exento de elegancia, pero también preciso, suavemente imperativo, vigoroso. Así, combinado con un criterio musical en el que quiere prevalecer la objetividad, la línea ajena al énfasis y a la hiperexpresividad, logra unas versiones entecas, sustanciosas, magras, y conminativas, lo que promueve un espectro sonoro alejado de la untuosidad, de la tímbrica amable.

Ágil batuta

El ya maduro maestro, antiguo discípulo del eterno padre de la dirección finesa Jorma Panula, es exacto, de movimientos bien estudiados de una corta y ágil batuta que imprimen carácter y dotan a sus interpretaciones de una nervadura y unas gradaciones sutiles que venimos apreciando en su quehacer desde los años en los que, jovencito, empezó a acceder a nuestros podios. En el recuerdo permanece aquella prodigiosa versión de la ópera San Francisco de Asís de Messiaen que ofreció en el Festival de Salzburgo a principios de los noventa. El mando en plaza, el nervio, la precisión llevaron en volandas pentagramas tan complejos, que sirvieron de maravilla a una imaginativa puesta en escena de Peter Sellars.

Artista impasible, dotado de un cerebro de primer orden, un método, una organización y un trabajo en busca de la exactitud en la medida, Salonen es también en su faceta compositiva un músico nada desdeñable, por cierto, discípulo del gran Einojuhani Ratuvaara. Lo pudimos comprobar hace unos meses con su Concierto para violín, escuchado en la temporada de la Orquesta Nacional, en donde se daba una interesante combinación de elementos impresionistas y de lenguaje atonal provista de una atractiva agresividad tímbrica y coronada al final por una melancólica reflexión.

Salonen y sus huestes ofrecen, los días 8 y 9 de octubre, dos suculentos programas, que pondrán de nuevo de manifiesto las calidades y potencias de uno y de otras. El primero viene constituido por una sola obra, la imponente y testimonial Sinfonía nº 9 de Mahler, en la que la desolación ante lo infinito alcanza dimensiones que no son de este mundo. Un canto en el que se marca en buena medida la resignación ajena al consuelo. El impresionante primer movimiento, Andante comodo, caracterizado por una curiosa arritmia –¿los latidos irregulares del enfermo corazón del compositor?– de extraña elaboración temática, coronado por dos clímax y con referencias a la muerte, es uno de los de más difícil ejecución del repertorio. De seguro que tendrá una cumplida recreación.

El día 9 es el turno de Beethoven, de quien se interpretarán la no muy frecuente obertura de El rey Esteban, en la que la técnica de la repetición aparece muy bien trabajada, y la Sinfonía nº 7, vivaz y restallante, vigorosa y danzable, con el único remanso del famoso Allegretto. Por otro lado, la intensa suite de Lulú de Alban Berg, en la que participará la soprano Rebecca Nielsen, completa la selección.