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Exposiciones

El genio creativo de la dinastía Brueghel

La exposición Maravillas del arte flamenco reúne 100 obras de 8 pintores de esta saga familiar que volvió a los mismos temas durante varias generaciones convirtiendo su apellido en una marca

8 octubre, 2019 08:55

El apellido Brueghel fue durante cuatro décadas una seña de identidad en los Países Bajos. El máximo representante fue Pieter Brueghel El Viejo, al que le siguieron sus dos hijos varones Pieter Brueghel el Joven y Jan Brueghel el Viejo. El árbol genealógico de la familia, que continúa con seis artistas más, es complejo y para comprender su evolución artística el Palacio de Gaviria acoge Maravillas del arte flamenco, una muestra de 100 obras de los pintores de esta saga familiar que durante varias generaciones convirtió su apellido en una marca. Sergio Gaddi, comisario de la muestra que ya se ha podido ver en Roma, París o Tel Aviv, ha dividido la trayectoria de esta red en siete secciones que corresponden a los temas a los que volvieron en repetidas ocasiones. 

Pieter Brueghel El Viejo (1525-1569) empezó trabajando como ayudante de Pieter Coecke van Aelst y su mirada, “aún ingenua”, se “intuye” en el tríptico La Adoración de los Magos. Pronto descubrió la pintura de El Bosco y la fascinación por su trabajo fue tal que llegaron a bautizarle como “el segundo Bosco”. El fundador de la saga creó gran parte de su obra durante los años en los el duque de Alba “fue enviado a los Países Bajos por Felipe II para frenar las revueltas protestantes”, recuerda Gaddi. La tensión religiosa de la época influenció su obra e incorporó temas como la salvación o la condena. “Había miedo al infierno y necesidad de salvación. Por eso, la obra de El Bosco fue su punto de partida”, constata Gaddi. 

Aunque el público madrileño tiene a su alcance durante todo el año varias obras de este linaje en el Museo del Prado, el interés de esta exposición radica en el diálogo familiar, en el retrato del gusto de una época y en la capacidad de observación que Pieter Brueghel el Viejo contagió a sus hijos. “Durante un viaje a Italia le llamó la atención la orografía del país, digirió los elementos y los llevó a sus paisajes de una manera personal y emocional. En el paisaje flamenco el ser humano cedió protagonismo a la naturaleza”, sostiene el comisario. La reforma protestante tuvo mucho que ver en este viraje de la mirada en un momento en el que en Italia artistas como Miguel Ángel, Tiziano o Leonardo exaltaban la figura humana. 

Jan Brueghel el Joven: 'El paraíso en tierra', ca. 1620-1625

Esta mirada en la que los personajes se vuelven pequeños, en elementos casi diminutos la continuó su hijo Jan Brueghel el Viejo (1568-1625) con unos paisajes de invierno que “ofrecen una sensación casi física del frío”, lo que le confirió el apodo de ‘Brueghel el Terciopelo’. Otro de los temas a los que regresaron de manera constante es a “la trampa de las aves, con la que se transmite la idea de la moralidad. En las imágenes de los patinadores sobre el río helado existe un riesgo por la vida porque la naturaleza es quien domina la situación”, recuerda el comisario. En este sentido, Pieter Brueghel el Joven difundió la obra de su padre haciendo varias copias de sus cuadros como Trampa para pájaros, que “corresponde a una etapa madura de su carrera”. No obstante, también creó una obra propia en la que muestra escenas de campesinos con una alegría de vivir y un tono irónico que en ocasiones rozaba la crueldad. 

Sin embargo, a su muerte dejó alrededor de 600 trabajos entre dibujos y pinturas sin acabar. Su hijo, Jan Brueghel el Joven (1601-1678), heredó el estudio y fue Rubens, que “representa al hombre del momento, en el lugar adecuado”, quien le ayudó a terminar aquellas obras. “Durante esta época Amberes se convirtió en un punto artístico y comercial muy importante. Empezaba a surgir una burguesía con un estatus sólido que buscaba obras de arte para decorar sus casas”. Y en ese nuevo gusto el linaje Brueghel hizo las delicias de esa clase adinerada que vio en el apellido una seña de identidad y poder. De modo que la repetición de los temas en sus obras “era síntoma del gusto de la época y de la fidelidad a la tradición familiar que la sociedad de entonces valoraba”, arguye Gaddi.

Jan Brueghel el Joven también tuvo el tiempo suficiente para labrarse una trayectoria propia. La suya estuvo centrada en representar alegorías “como la guerra, la paz o el amor pero también elementos telúricos como el fuego, la tierra, el aire y el agua”. Una selección de estas piezas, en las que se observa su obsesión por los detalles vegetales, se muestran en la sala central del Palacio de Gaviria bajo el título Alegorías, historias maravillosas en la que no solo hay una representación de su trabajo sino también de Ambrosius Brueghel (1617-1675), hijo de Jan Brueghel el Viejo, que ha sido menos estudiado y es, por lo tanto, menos conocido. Si, como apuntábamos antes, la naturaleza con perspectivas de vista de pájaro fueron motivo de las pinturas del linaje, el bodegón y el género floral empezaron a “transmitir mensajes como el paso del tiempo y su peso. En aquella época las flores eran símbolos de poder”, comenta Gaddi. A estas naturalezas muertas se dedica una sala en la que Abraham Brueghel (1631-1670), que se estableció en Nápoles y se convirtió "en un pintor más material, menos calculado y más visceral", es uno de los máximos exponentes.

Ambrosius Brueghel: 'Alegoría del Aire', ca.1645

El recorrido por las 100 obras, en su totalidad procedentes de colecciones privadas, acaba con una selección de escenas que representan “a los campesinos, que eran los últimos de los sociedad”. En estas imágenes podemos ver bailes, jolgorio, el juego del cortejo, los rituales del matrimonio y la alegría de vivir. Los Brueghel convierten a estos personajes marginados en protagonistas de sus lienzos aunque “habitualmente aparecen de espaldas”. En general “transmiten la conciencia de que pese al dominio de la naturaleza predomina el placer de vivir”. 

De modo que en el transcurso de los años en los que estuvieron en activo, desde el siglo XVI hasta el XVII, el lenguaje fue cambiando, cada artista imprimió una mirada y un estilo acorde a sus intereses y “en esta evolución la mirada final es más indulgente, no hay tanto juicio como en la obra de El Bosco”. Con todo, el comisario de la exposición cree que “la fama de Pieter Brueghel el Viejo es el resultado del trabajo de sus herederos, quienes repitieron los mismos temas a lo largo de los años”. 

@scamarzana