Achúcarro, el piano que canta
Con 88 años sigue haciendo respirar a su instrumento. Lo podremos comprobar este martes en el Auditorio Nacional, con un concierto en el que se volcará con Brahms
16 febrero, 2021 09:14Regresa Joaquín Achúcarro al escenario del Auditorio Nacional para ofrecer, dentro del ciclo n.º 26 de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo, un programa dedicado íntegramente a Johannes Brahms, en el que se dan cita obras de nada fácil ejecución; empezando por la Sonata n.º 3 en fa menor op. 5, una composición verdaderamente original, más que por el valor de las ideas, por los procedimientos constructivos. Aparece organizada en cinco movimientos, que se alternan simétricamente. Un solo motivo, de insólita energía, engendra todos los elementos que concurren en el allegro maestoso inicial, trazado con arreglo a una sistemática que podríamos calificar de lisztiana.
“Mi manera de tocar la asocio a lo que le dijo Picasso a Rubinstein: que pintaba con el estómago”. Joaquín Achúcarro
“Cae la noche, aparace la luna. Hay dos corazones fundidos en el amor que se unen en el mismo éxtasis”. Estos versos del poeta romántico C. O. Sternau figuran como epígrafe en el segundo movimiento, andante espressivo, lo que nos revela el sentido liederístico del fragmento, que, según se cuenta, fue muy admirado por Wagner. El scherzo tiene un aire muy schumaniano, lo que no era raro en el joven Brahms. Antes del finale, un rondó de corte beethoveniano, se incluye, y esto es muy singular, un intermezzo, que lleva el subtítulo Rücblick (Recuerdo). Una sonata que resume bien ciertos aspectos de la escritura de Beethoven y avanza las conquistas futuras de signo cíclico de Franck.
De las dos Rapsodias op. 79, Achúcarro programa la segunda, en Sol menor, Molto appassionato ma non troppo allegro, de enorme amplitud y aliento inexorable, que es una de las piezas para piano más famosas del compositor. Es un allegro de sonata con un desarrollo muy extenso, en el que rezuman las ideas y que se ve envuelto a veces en un curioso aire de balada. En medio de estas dos partituras se sitúan cinco intermezzi, de los que no se nos ha avanzado filiación. Son pentagramas que conectan bien con los modos, estilo y técnica del veterano pianista bilbaíno de 88 años, para quien el canto es uno de los grandes secretos a voces de la recreación pianística que tan pocos saben obtener y manejar.
“El piano puede cantar, contrariamente a lo que creía Stravinski. Pero para hacer cantar al piano tenemos que ‘cantar’ por dentro, hay algo en nuestro interior que sale a través de las manos, llega al piano y del piano al público. Quizás ese ‘cantar por dentro’ lo puedo asociar con lo que Celibidache me dijo un día: ‘todo pasa por el diafragma’, o con Picasso diciéndole a Rubinstein que pintaba con el estómago”. Estas aseveraciones nos explican a las claras la óptica artística del músico y evidentemente se unen a factores como el fraseo, la articulación, la necesidad de traducir lo planificado, con todos los parámetros bien medidos.
Y entonces es preciso explicar, expresar la obra, “sacarla —continúa— de uno mismo, dependiendo de tu sentido rítmico, de tu respiración, del estado en que se encuentre tu diafragma, de cómo estén tus manos, temblando o no, de tu lucidez mental, en suma, conseguir ese equilibrio necesario para ofrecerla honestamente”. Son preceptos sagrados para Achúcarro; y necesarios para dar cima a una interpretación, en la que a la postre lo menos significativo es practicar un estudio psicológico del compositor antes de interpretarlo. Lo relevante es estudiar “lo que la música en sí nos dice”. Y luego poner el sello personal. Y por ahí se podrán obtener, luego de un análisis realizado con tanta fruición, resultados de primer orden y llegar al dominio de la técnica necesaria o incluso deslumbrante; y alcanzar el sentido del tiempo musical, del tiempo artístico.