Esta pianista empieza a hacer sus pinitos por cuenta propia. Ha progresado, a partir de unas innatas cualidades, junto a su marido, el pianista Christian Zacharias, de quien indudablemente ha tomado cosas. Ese sentido del acento, del fraseo justo, esa transparencia polifónica, esa elegancia son propias de él.

El disco dedicado al Padre Antonio Soler es un buen punto de arranque para una carrera independiente. Las sonatas elegidas, en la edición de Samuel Rubio, escritas para clave, son cuidadosamente tratadas por la joven artista, que realiza un excelente trabajo de matización, siempre con un sonido delgado pero rico y sugerente y sin perder nunca el norte rítmico que da vida a estas piezas tan llenas de aires y giros españoles; tan scarlattianas en ciertos aspectos (no olvidemos las estupendas versiones de Zacharias de sonatas del italiano). La pérdida de autenticidad, los problemas de cantidad y de colorido son bien resueltos por la pianista, que mejora en algunos aspectos las antiguas grabaciones de Isidro Barrio y se pone a la altura de Scott Ross o Bob van Asperen dentro del campo clavecinístico.