Vuelve a estas páginas este barítono alemán. Una voz lírica bien impostada, sin especial brillo tímbrico pero de hermosas irisaciones, y una cuidada escuela de canto en la línea de Fischer-Dieskau, de quien fue discípulo, le permiten realizar un acercamiento casi siempre primoroso al mundo del lied. Su acercamiento a Mahler nos parece muy interesante. El cantante suple su relativa carencia de armónicos y su discreta potencia con un arte muy matizado. Sus versiones de los Kindertotenlieder y de los Lieder eines fahrenden Geselen están llenas de un sentimiento postromántico muy propio y de sonidos suaves y acariciadores, con elegantes medias voces y falsetes. En la línea de Thomas Hampson, de instrumento más rico y uno de los mejores servidores de estas músicas. Muy cuidadoso el pianista Gerold Huber. El disco viene completado con una puntillosa y bien realizada interpretación de la Sinfonía de cámara op. 9 de Schünberg, obra de su primera etapa. A. R.