Hallamos en estas ediciones recién aparecidas algunas de las virtudes que han determinado el prestigio del director: claridad y lógica expositivas, magnífico sentido narrativo que sitúa en su justo plano los acontecimientos sonoros; vigor y definición de las formas; adecuación estilística; fantasía para delimitar y aplicar colores; entendimiento muy flexible del ritmo.

Son valores que refulgen en estas versiones precisas, bien cuadradas, pero que respiran un aire vivificante y sondean mundos expresivos diversos con mano segura. Captamos el vuelo poético del director en la elegante y tersa reproducción del Preludio a la siesta de un fauno, en la finamente trazada recreación de El mar, con un dibujo maravilloso de ese mágico instante del último movimiento en el que el tiempo se detiene para dar paso a un delicuescente pianísimo. En el disco Debussy figuran también el arreglo de Caplet de una estimulante Boîte a joujoux y la orquestación de Matthews, excelente, pero que no hace olvidar al teclado, de tres Preludios.

Rattle consigue en Schubert algo difícil: dotar de amenidad y ligereza, sin perder firmeza agógica, vitalidad y donosura a La Grande de Schubert. Y en los cuatro poemas elegidos de Dvorák -La rueca de oro, La paloma salvaje, La bruja de mediodía y La ondina- revela un verbo y una paleta de colores, una acentuación y un brío propios de las grandes batutas checas. Estas obras aparecen en dos discos desaprovechados, con duraciones de 48’47’’ y 34’58’’. La confirmación de Rattle como un gran director. Por si quedara alguna duda.