Gulda (1930-2000) era un artista raro, que no acostumbraba a anunciar el contenido de sus programas y salía a tocar con suéter. En España conocimos estas insólitas costumbres. Pero era un pianista extraordinario, libre y alejado de cualquier énfasis. Su Mozart -del que se ofrece aquí la Sonata K 576- era cristalino; su Beethoven -Sonatas 7 y 26, Concierto nº 1- estaba minuciosamente concebido con una claridad única; su Chopin -Berceuse, Estudio op. 25/1, Balada nº 3- huía de los tópicos almibarados; su Debussy -L’isle joyeuse, Reflets dans l’eau-, de una transparencia mágica, poseía un milagroso sfumato. Y su Bach -un Preludio y Fuga, un Minueto, Fuga de la Toccata BWV 911- aparecía delineado con elegancia y rigor. Para ello, el artista se servía de una técnica impresionante y un sonido muy vienés, hasta el momento inalcanzado. En estos dos discos que se acaban de publicar podemos comprobar todo lo expuesto. Es un buen resumen de sus modos, formas y maneras. Así como un pequeño recorrido por los compositores citados más Prokofiev (Sonata nº 7). Los dedos de Friedrich Gulda parecen poseer alas en estas grabaciones de la juventud (1947, 1948 y 1951).