Al frente del Octeto Ibérico de Violonchelos, formación insólita, el excelente músico Elías Arizcuren ha alcanzado su madurez. Son decenas las obras creadas y arregladas. La Pampeana nº 2 y el ballet Estancias (a medias con Pablo Escande) son buenos ejemplos de esto último. Los enérgicos ritmos irregulares, los ostinati, los contratiempos, los staccati, de evidente ascendencia stravinskiana, quedan perfectamente recogidos en esta eléctrica y fulgurante versión, que no olvida el lirismo de Danza del trigo. Otro de los atractivos del compacto es la participación de la mezzo española Elena Gragera, que, empleando con notable flexibilidad agógica y espléndida regulación dinámica, su timbre soleado, con ocasionales vetas penumbrosas, logra recrear con vitalidad y gran variedad de colores y acentos, y una preciosa dicción argentina, las distintas piezas vocales firmadas por el propio Ginastera -ese envolvente El árbol del olvido-, Guastavino -seis evocadoras canciones populares- y Piazzola -tres arrabaleras Milongas-. Un friso caleidoscópico de nostalgias de la Pampa que se puede concretar en la bellísima El Sampedrino, desgranada con una nostalgia infinita por la cantante.