Hay distintas maneras de acometer una obra como ésta, uno de los grandes monumentos del teclado. Si hablamos de interpretaciones con piano moderno, encontramos los extremos que marcan, por ejemplo, un Gould, con su toque preciso y claro, sin pedal, y un Richter, con su pianismo integral. Nos ha sorprendido favorablemente la aproximación de esta pianista norteamericana, que se situaría en las cercanías de un Schiff. Aunque todo esto son elucubraciones muy subjetivas. Lo cierto es que Dinnerstein muestra una refinada digitación, un suave ataque y una discreta elocuencia expresiva; la justa para que el discurso se desarrolle amenamente. Nos agrada el juego dinámico. No persigue, según creemos, filigranas imitativas del clave, ni en el timbre, ni en el acento, y muestra una disposición y una visión actuales. Es cierto que mantiene un tempo quizá en exceso moroso, y se percibe ya en la propia enunciación del Aria. Algunas variaciones se nos antojan inacabables. Pero está claro que la pianista, cuando es exigible, manifiesta una agilidad casi sorprendente; así en la Variación nº 14. Los cánones son delineados con la suficiente claridad. Límpida grabación.