Image: El baile de máscaras continúa en el Real

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Ópera

El baile de máscaras continúa en el Real

La apuesta por Harding desata una profunda renovación en el coliseo

6 noviembre, 2008 01:00

Un momento del último Ballo in maschera del Teatro Real.

El futuro del Teatro Real comienza en 2010. La actual provisionalidad de los directores artístico y musical, la renovación de la Sinfónica de Madrid y la apuesta por "fichajes" como el de Daniel Harding han llevado a la institución a una carrera por encontrar sustitutos.

Circula una leyenda metropolitana según la cual Daniel Harding habría frecuentado clandestinamente el Teatro Real a finales del pasado de octubre. Se trataba de una visita secreta y en claroscuro a propósito de Un ballo in maschera que consentía al maestro británico escuchar por primera vez en directo a la orquesta titular del coliseo madrileño. Harding se habría convertido en un epígono edulcorado del fantasma de la ópera. Oculto en un palco, y quién sabe si disfrazado, contemplaría cenitalmente a Jesús López Cobos en plena faena verdiana. La historia es atractiva. Pero es falsa. No porque Harding haya descartado suceder al director musical de Real, sino porque ha aplazado la visita al mes de diciembre. Probablemente sin necesidad entonces de embozarse en una capa ni razones para disimular su interés en la cuestión sucesoria. Sabemos de fuentes solventes que a Harding le gusta Madrid, que busca un lugar para establecerse, que le tienta sobremanera la idea de convertirse en el sucesor de López Cobos. Es el candidato número uno, como ya anunciamos en las páginas de El Mundo, aunque su condición de favorito no puede sustraerse, obviamente, a la cuestión de la orquesta. Primero, porque Harding nunca ha dirigido la Sinfónica de Madrid. Y, en segundo lugar, porque los informes que ha ido recabando entre colegas, amigos y profesionales mantienen en el aire la decisión final. ¿Tiene la agrupación madrileña el nivel que decantaría el compromiso del enfant terrible? ¿Qué margen de trabajo, flexibilidad, retoques y fichajes permitiría la orquesta titular en caso de firmarse el acuerdo definitivo con el Real?

Las cuestiones no son nuevas en la plaza de Isabel II. Están larvadas en la historia contemporánea del teatro madrileño, hasta el extremo de que la "deficiente calidad" de la Sinfónica de Madrid fue una de las razones capitales que dieron lugar a la renuncia/dimisión/defenestración de Stéphane Lissner como director artístico en el cambio de guardia popular. Paradójicamente y de nuevo a favor de la nomenclatura socialista, el actual director de la Scala se ha erigido en el "Dappertutto" de la crisis madrileña. Crisis, admitámoslo, porque el Teatro está descabezado y se ha metido en un periodo de transición sin alternativas corpóreas. Jesús López Cobos, director musical, y Antonio Moral, director artístico, han sido invitados a marcharse al compás conspiratorio de Un ballo in maschera y tendrán que buscarse la vida fuera del Teatro Real a partir del año 2010.

Tándem de excelencia. ¿Qué antifaz lleva Stéphane Lissner en el baile? ¿Cuáles son sus pretensiones? ¿Hasta dónde llegan sus poderes? Está claro, por ejemplo, que la candidatura de Harding ha adquirido envergadura gracias a las recomendaciones e insistencia del actual intendente la Scala. La pareja, de hecho, había sido observada desde la jerarquía del Real como la coartada de la excelencia internacional y como símbolo del cosmopolitismo. Viena y Aix-en-Provence han demostrado la solvencia del tándem, aunque el despecho de Lissner en Madrid es ahora mucho más improbable que el fichaje estrella y revulsivo del maestro Harding. La razón estriba en los compromisos italianos del gallo. Stéphane, en efecto, tiene garantizada su continuidad en Milán hasta 2013 y se trabaja una renovación hasta 2015, porque es entonces cuando la capital lombarda celebra en plan exhibicionista y megalómano la Exposición Universal. Siempre y cuando los sindicatos no le envenenen los planes. Empezando por la prima de Sant’ Ambrogio, el próximo 7 de diciembre. Un Don Carlo de campanillas (Daniele Gatti/ Stéphane Braunschweig) que Lissner ha convertido en un pulso con los trabajadores hostiles del templo milanés y que disputa con su tradicional optimismo y providencialismo.
Tal como están las cosas, la llegada de Harding a Madrid no está vinculada a la reaparición del francés. El sucesor de López Cobos quiere codearse con un director artístico afín y allegado, aunque se trata de un problema menos acuciante que el de la oscuridad del foso del Teatro Real. No le falta interés a Harding. Lo demuestra el hecho de que se ha informado minuciosamente sobre la calidad de algunas individualidades de la propia Sinfónica de Madrid. Ha pedido asesoramiento sobre la flautista suiza que acaba de recalar en Madrid. También ha insinuado la posibilidad de traerse una camarilla de maestros de confianza. Algunos de ellos, reclutados en la Orquesta Mahler, de la que es titular, padrino y máxima estrella. Los proyectos se hallan en una fase preliminar. Entre otras razones porque la Sinfónica de Madrid tiene que asegurarse contractualmente su continuidad en el Teatro Real. El compromiso caduca en 2009 y es ahora cuando se están negociando los términos de la renovación. "No esperamos sobresaltos, sino continuidad", explica Pedro González en calidad de gerente de la OSM. "La idea es firmar por otros siete años y proseguir el proceso de renovación y de calidad. Hay 32 nuevos músicos en la orquesta y hemos dado un gran salto cualitativo con López Cobos. ¿Harding? No se nos ha preguntado nada. Sabemos quién es. Y también conocemos que no tiene demasiada experiencia como director de ópera".

Los otros candidatos. Daniel Harding es el candidato número uno, pero no el único. Se buscan otras alternativas en el escalafón porque el verdadero problema del Teatro Real consiste en su posición ambigua entre lo deseable y lo posible. Lo deseable es traerse a una estrella internacional. Un maestro pujante, con ganas de trabajar. Un nombre suficientemente reputado en la corte como para justificar la salida de López Cobos y como para responder a los términos del proyecto estelar que han prometido Gregorio Marañón, presidente del patronato, y Miguel Muñiz, directo general del ente. Se nos ha hablado de grandes referencias internacionales. El problema es que la hipotética negativa de Harding complicaría el hallazgo de una alternativa de relumbrón. El Teatro, nos consta, ha sondeado a maestros menores, como el ruso Vasily Vasilenko. Tiene en la recámara la opción de Pedro Halffter, apoyado a título patriótico por el Ministerio de Cultura. Incluso se han lanzado al éter de las quinielas candidaturas extravagantes como la de Gustavo Dudamel. Extravagante porque el mozo carece de fechas y de toda experiencia en la actividad operística.

Ninguno de los obstáculos, empero, ha impedido al prodigio venezolano declararse atraído por el Real. Una bravuconada que más bien parece obedecer a la euforia del Premio Príncipe de Asturias y que se airea en Madrid como prueba del atractivo que suscita el coliseo operístico. "Por el momento, ando fuera de juego por tantos compromisos. En 2009 empiezo en la Filarmónica de Los ángeles, sigo en la Simón Bolívar y también tengo la de Gotemburgo, en Suecia. Mi problema es el tiempo, veremos qué dice el tiempo, pero me encantaría ir a Madrid. Ahora no puedo decir sí o no, es un proceso que debemos estudiar", explicaba Gustavo el chévere antes de subirse al podio en el auditorio de Oviedo.

Dudamel no va a ser el elegido, pero su perfil se atiene al modelo altisonante y seductor que se busca en los despachos del Real. Muchas veces en perjuicio de directores jóvenes e interesantes que no pueden venderse mediáticamente y que tampoco justificarían un bombazo informativo. Supongamos, por ejemplo, que Muñiz y Marañón anuncian el fichaje de Tugan Sokhiev, o de Luisotti, o de Philippe Jourdan. Los tres se han currado su reputación y conforman una generación interesantísima, pero no pueden manejarse a efectos propagandísticos como estrellas.

Daniel Harding, en cambio, lo es. Entendiéndose como estrella no sólo la solvencia profesional y el liderazgo en el podio. También considerando la pegada internacional, el carisma y el trasfondo mercadotécnico. Harding, en cierto modo, es una marca, aunque el fenómeno británico tiene aún pendiente demostrar su categoría como director de ópera. Especialmente en el gran repertorio. No lo ha cultivado. Tampoco se ha demostrado particularmente brillante en Mozart ni le ha dedicado al foso el tiempo y la paciencia de muchos otros colegas de profesión. Quiere decirse que Harding vendría a Madrid a aprender y no tanto a enseñar, aunque no le faltan al muchacho, claro, el talento ni la audacia para hacer progresos. "Soy esencialmente un director sinfónico", confiesa. "Las óperas las elijo con cuidado y con atención. Una o dos al año. ¿Dirigir en el Real? No puedo manifestarme con seguridad. Quizá si, dentro de cinco años, o el año que viene…".

Liga de estrellas. La hipótesis de una decisión afirmativa le conviene particularmente a la agencia que representa al maestro. Hablamos de Askonas Holt, cuyos recursos humanos comprenden 200 cantantes de ópera. Incluidos Roberto Alagna, Angela Gheorghiu, Dimitri Hvorostovsky y Simon Keenlyside. Es uno de los filones del emporio internacional. También hay directores de escena (Nicholas Hytner, John Cox…) e ilustres directores de orquesta (Abba- do, Barenboim, Mehta, Haitink, Rattle), de modo que Harding desempeña el papel consciente o inconsciente de caballo de Troya. Redundando en el problema del tráfico de influencias o del conflicto de intereses. ¿Hasta qué extremo las temporadas madrileñas estarían condicionadas por la dimensión tentacular de Askonas Holt?

La pregunta tiene su importancia porque se relaciona con la influencia que la agencia en cuestión ejerce actualmente sobre Harding para que acepte el cargo madrileño. Las fechas permitirían al maestro empezar a trabajar en 2010. Y no habría desencuentro alguno en los pormenores económicos. El Teatro Real haría un esfuerzo. Consciente, en todo caso, de que la decisión de Harding no depende del dinero, sino del proyecto y del equipo. "Daniel quiere instalarse en una ciudad, bajar un poco su carrera errante", nos decía un estrecho amigo del director. "Madrid es un lugar que le gusta mucho. Le apetece dedicarse a la ópera, a la vida de un teatro. Por eso es muy importante que conozca la orquesta. Hasta ese momento, es prematuro poder hablar de un compromiso verdaderamente estable".

El heredero. El otro obstáculo en juego concierne al compañero de equipo que custodiaría al maestro. ¿Quién va a ser el heredero de Antonio Moral como director artístico? Llama en primer lugar la atención que la cuestión sucesoria se haya abierto sin haber valorado el trabajo excelente de Moral y sin haber atado una alternativa antes de constreñirlo a dejar el cargo. De ahí el trauma de la transición y el ambiente enrarecido que se respira en el Teatro Real. Que es un abrevadero de rumores y, al mismo tiempo, un insólito ejemplo de hermetismo. Algunos patronos del Teatro aseguran sentirse discriminados y reprochan el instrusismo de los organismos públicos. Otros bendicen la llegada de Harding y se felicitan de que Lissner haya aparecido en las quinielas como gran redentor. Se trata de un fenómeno ilusorio. Porque a estas alturas de juego hay muchas pretensiones y pocas opciones verosímiles en relación al cargo de director artístico. Gusta, por ejemplo, Bernard Foccroulle, sobreintendente del Festival de Aix y allegado de Daniel Harding. Incluso se ha producido un rebrote inesperado de la candidatura de Gérard Mortier. El revolucionario belga se estrena ahora en el cargo de la New York City Opera, pero las restricciones presupuestarias, la guerra del Met y el malestar que ha provocado sus pretensiones de postularse al Festival de Bayreuth podrían hacerle sopesar el puesto de Madrid y garantizarle un escaparate europeo. Que siga, pues, el baile de máscaras.

Perfiles
Daniel Harding (Oxford, 1975) es una de las escasas estrellas mediáticas del panorama actual, un Beckham sinfónico que ha empezado a destilar prudentemente sus primeras óperas. Le atrae la idea de Madrid, pero mira con recelo al foso.

Stéphane Lissner (París, 1953) ha capeado todo tipo de temporales desde su nombramiento en la Scala. Episódio director artístico del Real tras su reapertura en 1997, su nombre vuelve a pasearse, ingrávidamente, por las oficinas del coliseo madrileño.

Tras el telón de las "buenas prácticas"

La no renovación de Jesús López Cobos y Antonio Moral, cuyos contratos con el Teatro Real caducan en 2010, ha puesto en entredicho el código de buenas prácticas ideado hace unos meses por el Patronato como complemento del sistema de nombramientos y compatibilidades de un organigrama no exento de injerencias políticas:

- Dirección: triunvirato formado por el Miguel Muñiz (general), Antonio Moral (artístico) y Jesús López Cobos (musical).

- Patronato: antes del fichaje de Marañón, en diciembre del pasado año, han desfilado seis presidentes en los últimos diez años, la mayoría ministros.

- Comisión Ejecutiva: presidida por Marañón, la integran el director del INAEM (Juan Carlos Marset), el consejero de Cultura de la CAM (Santiago Fisas) y el director general (Miguel Muñiz).