Image: Mattias Goerne

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Ópera

Mattias Goerne

“Los cantantes de lied no somos superiores a los de ópera”

29 enero, 2010 01:00

Mattias Goerne. Foto: Javier del Real

Hace cuatro años que el barítono alemán se propuso descifrar los 600 lieder de la fonoteca schubertiana. De momento, lleva diez discos y un centenar de conciertos. Su entrega a la causa es desmesurada, aunque, asegura Goerne en su cita con El Cultural, tanta responsabilidad "se traduce en una enorme sensación de libertad". El martes acude al Teatro de la Zarzuela con su último trabajo, Heliópolis, y un programa de inéditos bajo el brazo.

Matthias Goerne (Weimar, 1967) se ha convertido en el gran sacerdote contemporáneo de Schubert. Ya lo habían predispuesto sus maestros -Elisabeth Schwarzkopf, Fischer-Dieskau- y sus exquisitos medios vocales, pero ha encontrado ahora su propio sendero. La prueba está en el recital que ofrece el martes en el Teatro de la Zarzuela. Típico porque las entradas se han agotado desde hace meses, y atípico porque el barítono germano se recrea en un mosaico de canciones desconocido para el auditorio madrileño. El programa se atiene al proyecto titánico que se ha propuesto redondear Goerne. Comprende cinco años de trabajo y aspira a materializarse en once discos. Todos ellos publicados a iniciativa de Harmonia Mundi, incluido el hito de La bella molinera y la deslumbrante Heliópolis, significativa por la inteligencia y la paleta cromática del barítono.

Estuvimos con él en París aprovechando un descanso en los ensayos del War Requiem de Britten. Sorprende la cordialidad, la viveza de los ojos azules. Y llama la atención la convicción y la hondura con que se expresa, más o menos como si el viaje a las entrañas de Schubert significara una experiencia "superior" que necesita divulgar a los demás mortales. "Me he encontrado con decenas y decenas de canciones que nunca había cantado ni conocido. Entre ellas, las que interpreto en Madrid. Lo más sorprendente de este hallazgo es la extraordinaria calidad de las obras. De todas ellas. Hay ciclos más famosos que otros, como La bella molinera o El viaje de invierno, pero cualquier serie o canción alcanza la misma altura y la misma creatividad. Ahí estriba mi asombro, mi impresión", nos explica Goerne.

Cantante ventrílocuo
Semejante punto de vista implica el grado de responsabilidad que Schubert exige al cantante. Más o menos como si lo desnudara, lo desvistiera. "La virtud del compositor está en la pureza, en la aparente simplicidad. Hay un extraordinario equilibrio entre la palabra y la música. También destaca la escritura impecable y el optimismo que caracteriza toda la obra. Frente a los avatares, los contratiempos, Franz Schubert oponía la vitalidad, el sosiego. Así es que el cantante tiene la obligación de atenerse a la esencia de la obra. El premio radica en que Schubert concede al cantante una gran sensación de libertad". Matthias Goerne sabe aprovecharla con una actitud polifacética. Su ejemplo recuerda al de los ventrílocuos que exhiben en escena una variopinta galería de personajes. No por la voz, que Goerne conserva aristocrática, sino por la capacidad de desdoblarse en diferentes sujetos, atmósferas y soluciones dramatúrgicas. Unas veces predomina el señorío vocal, el coloso. Otras aparece el pianísimo de una plegaria o impresiona la fuerza declamatoria.

"Ha sido interesante realizar la experiencia con pianistas diferentes. Cada uno de ellos, como [Alfred] Brendel o [Elisabeth] Leonskaja, te descubre un matiz o una cuestión estructural. Ingo Metzmacher me ha hecho ver con mayor profundidad el aspecto intelectual, mientras que del maestro [Christoph] Eschenbach me ha llamado la atención su extrema sensibilidad y su envergadura artística. Así puede entenderse el grado de entusiasmo con que estoy afrontando el proyecto".

Sale perdiendo, entre comillas, la ópera. Matthias Goerne no la ha aparcado completamente, pero la ha subordinado. "No quiero comprometer mi agenda ni decidir ahora lo que voy a cantar dentro de cinco años. Tampoco me atrae la idea de la repetición ni de la rutina. Mucho menos cuando me considero un cantante y una persona curiosa. Extremamente curiosa". La prueba está en la heterogeneidad de sus partituras. Se ha prodigado en Shostakovich y en Richard Strauss. Ha cantado Mozart, Mahler y Wagner. Es un especialista en el repertorio expresionista alemán y necesita recurrir a Bach porque lo considera la piedra miliar de la música y la referencia fundacional del repertorio occidental. Naturalmente sin descuidar la afinidad al lied.

El proyecto Schubert
El proyecto Schubert acapara su tiempo y su estudio, pero tiene pensado Goerne llegar hasta el fondo de Schumann, de Brahms y de Wolf, "todos ellos deudores del compositor austriaco", tal como se anticipa a señalar. Quiere decirse que el barítono germano forma parte de la estirpe de los cantantes cultivados, ilustrados, aunque se niega a considerarse por encima de los animales operísticos. "La cuestión nunca es el repertorio, sino la actitud y la convicción con que se hacen las cosas. Pongo como ejemplo a Plácido Domingo, una figura sagrada y un profesional extraordinariamente comprometido con su trabajo y con su arte. ¿Acaso no ha hecho más de 120 papeles? ¿Cuántas horas ha podido estudiar ese hombre? No, los cantantes de lied no somos superiores".

El mencionado Domingo es también un colega. No sólo de profesión sino de tesitura, puesto que el tenor madrileño ha debutado recientemente como barítono a propósito del Simon Boccanegra de Berlín y repite, precisamente estos días, en el Met de Nueva York. Después vendrán Londres y Madrid. Matthias Goerne celebra la iniciativa. Y está seguro de su éxito. "Primero, porque Plácido Domingo es un artista excepcional -explica-. Y, en segundo lugar, porque nadie se conoce mejor que él mismo. Sabe hasta dónde puede llegar y ha comprendido que la voz le permite ahora un repertorio menos agudo de cuanto le ocurría antes. Sin olvidar la vanidad. La vanidad protege a los cantantes. Somos los primeros que no queremos exponernos al reproche y al error, aunque eso no significa que no deban correrse algunos riesgos. Siempre, claro, considerando los límites y las condiciones vocales".

Insiste Goerne en el matiz de las limitaciones porque es el primero en saber que no puede permitirse cantar el Iago del Otello de Verdi. Le resulta inaccesible porque forma parte del repertorio de barítono dramático, aunque él prefiere definirlo como su sueño prohibido: "Creo que es el papel absoluto. Por lo musical, por lo teatral, por lo psicológico".

A cambio de la frustración, el barítono de Weimar estudia a fondo la partitura de Mathis der Maler de Paul Hindemith. Se la han propuesto cantar el año que viene en la ópera de París y ha decidido asumir los riesgos del desafío, ya que la capital francesa siempre le ha sido propicia. Tanto por el Wolfram (Tannhäuser) que hizo a la vera de Seiji Ozawa como por el ciclo entre amigos que protagonizó el pasado noviembre en el teatro de Champs Elysées. Fue una ocasión para celebrar su madurez artística y su vínculo sacerdotal con Schubert. "Consciente de que a mi carrera todavía le quedan 13 ó 14 de los mejores años", concluye.