Es escalofriante pensar que el Teatro Real ha conseguido finalizar, con la programación de este Ocaso de los Dioses, la tetralogía que arrancó hace una pandemia, en enero de 2019. Fue La Walkiria la última ópera que se subió al escenario del coliseo madrileño antes de aquel confinamiento, en marzo de 2020. Después lograron presentar Seegfried y llega la conclusión con estas funciones de Göttterdämmerung. Algo debe haber en este proyecto wagneriano para haber sorteado los momentos tan extraordinarios vividos y llegar al final con un resultado tan excelente.
Ocaso de los Dioses es una ópera larga, muy larga. Cinco horas y media con dos intermedios, uno de treinta minutos y otro de veinte. El prólogo y el primer acto ya se llevan de entrada dos horas. El segundo acto, el más breve, es "solo" una hora y el que cierra la tetralogía se va a hora y veinte minutos. No es precisamente un título cómodo ni fácil.
Además de su extensión, la partitura es compleja y densa. Uno se pasa la función persiguiendo 'leiv motivs', esos pasajes que Wagner esconde con más o menos visibilidad a lo largo de todo el Anillo y sobre todo es el final de una historia complicada que, de desconocerse, dificulta notablemente el disfrute de esta partitura.
Wagner, para intentar solucionarlo, recurrió a varios personajes para explicar de dónde venía toda la trama: las nonas, Waltraute, Alberich… cada uno va desgranando lo que ya vimos en años anteriores. Ese es quizá el mayor problema de programar los cuatro títulos en temporadas consecutivas: la necesaria conexión de un título a otro tanto en la música como en la producción escénica se pierde en los hilos de la memoria y se pierden las vinculaciones.
Por ejemplo, en el inicio del tercer acto de este Ocaso hay elementos que ya desvencijados, los vimos relucientes en El Oro o en La Walkiria. Lástima que aún el Teatro Real no haya afrontado el reto de apostar por una producción propia y programarla en varios ciclos completos en la misma temporada. Pero uno no tira la toalla.
Musicalmente es magnífico. Todos los cantantes tienen un nivel excelente, una gran capacidad escénica y vocal
La producción de Robert Carsen, como en títulos anteriores de esta tetralogía, no ha envejecido mal en los veinte años desde que fue ideada para la ópera de Colonia. No molesta pero tampoco deja gran huella. De los cuatro títulos, apenas quedarán para el recuerdo algunas escenas: el final del Oro del Rin, la muerte de Fafner (representado como una excavadora) o el final de este Ocaso. Sobrecogedor.
Si en el año 2000 Carsen apostó por un debate alrededor del ecologismo y el ataque a la naturaleza que apenas se apreciaba en las escenas donde el Rin era un río anegado de objetos oxidados y viejos, este discurso ha sido sobrepasado por los años: el reciclaje es ya una pauta habitual en nuestro entorno y el Rin, como la mayoría de los ríos europeos, están ahora más limpios y saludables de lo que estuvieron en los últimos 150 años.
Basta imaginar nuestro Manzanares, donde ahora proliferan aves acuáticas, marinas y que gracias a una actitud cívica más responsable de la ciudadanía ha recuperado un ecosistema que varias generaciones no lo conocieron. Ahora nos preocupan la huella de ozono, el cambio climático, los inviernos suaves y el deshielo de los polos. Nada de esto se aprecia en la añeja propuesta de Carsen pero lo que uno ve es digno y eficiente.
Un vestuario olvidable que no fija la acción en ninguna época concreta. Uno no sabe si está en los años veinte o treinta que se adivinan por el estilo de los vestidos de Gutrune, o en una apocalíptica película de Mel Gibson con los ropajes de Seegfried o las ninfas o en la España de los años cuarenta que se adivinan en los trajes de Brünnhilde o Waltraute (ambas con el uniforme de Walkiria transformado en esos vestidos de tejido incierto y diseño de sofá que conoció épocas mejores). Por momentos Carsen nos traslada a unas riveras del Rin infectadas de despojos que nos mete en el despacho de Hitler en la Cancillería. El resultado final es una propuesta visual que acompaña, no aclara pero no incomoda.
Musicalmente este Ocaso es magnífico. Todos los cantantes tienen un nivel excelente, una gran capacidad escénica y vocal. No hay un solo personaje que quede mal cubierto y hay varios que se benefician de las actuaciones prodigiosas de sus interpretes. Sobresalen con justicia el estupendo Siegfried de Andreas Schager, la Brünnhilde de Ricarda Merbeth, el tenebroso Hagen de Stephen Milling o la delicada y perdida Gutrune de Amanda Majeski.
El tenor austriaco, que ya disfrutamos en el titulo anterior Siegfried, resuelve su personaje con gran solvencia. Es un Siegfried un tanto pánfilo, despreocupado, medio infantil medio atolondrado, pasa por el drama saltando y brincando y solo en su escena final, tras beber la pócima que le ofrece Hager y recupera su memoria, cobra dignidad y grandeza. Vocalmente Schager es una maravilla: con agudos plenos, cómodo en el fraseo, fuerte y seguro, intenso en su interpretación. Escénicamente 'da' el personaje y resuelve con mucha solvencia.
Ricarda Merbeth arrancó muy floja. Su presencia en el prólogo es deslavazada y casi desapercibida. Pero a lo largo de la función fue de menos a más y ya en el acto segundo, con su llegada a la corte de los gibichungos y su escalofriante escena tras descubrir que Siegfried se ha casado con Gutrune, empezó a sumar kilates y resolvió con una inmensa grandeza su escena final.
Con cierto trémolo en la voz y atacando en algunos momentos con ciertas dificultades la zona alta, poco a poco fue 'calentándose' y acabó convirtiéndose en la gran estrella de la función: tiene una convincente vis escénica y vocalmente se sintió más y más cómoda hasta la escena final, a telón bajado, en solitario enfrentada a la compleja, exigentísima y larga intervención. El público agradeció su labor con una de las mayores ovaciones de la función.
Hager es un personaje complejo, hijo de Alberich, probablemente el hilo conductor más notable de toda la tetralogía, y uno de los pocos humanos del Ciclo. Manipulador, torticero, encauza a los personajes para acabar logrando que muera quien quiere que muera y casi consigue su objetivo, el que le prometió a su padre en sueños. Poseer el Anillo. Pero las hijas del Rin logran recuperarlo y llevarlo al fondo del río.
Para este personaje el Teatro Real ha traído al bajo danés Milling, que convence por una estupenda planta escénica y una voz cavernosa y acoplada al personaje. Al igual que Merbeth, su personaje arranca con cierta flojera pero se va creciendo y es en el tercer acto donde realmente se desata. Gran voz, amplia, con agudos redondos y seguros, cuerpo medio potente y capaz de crear un personaje que se hace con las riendas de todos los tejemanejes entre los personajes. No es casual que sea Gunther quien le acaba acusando de todos los males que destruyen a los protagonistas.
Una inmensa, agradecida y luminosa labor de Pablo Heras Casado, que enfrentaba su primer Anillo
A Robert Carsen el personaje de Gunther no le cae bien. Y se nota. Convierte a este rol en un pan-sin-sal que va de aquí para allá y que es un miserable junco mecido por las circunstancias. Nunca está en su sitio y siempre acaba estando en el lugar inadecuado en el momento incorrecto. Vocalmente Lauri Vasar no supo darle el empaque que el personaje requiere y uno no sabe si fue la falta de credibilidad del cantante estonio en su parte o la indolencia de Carsen hacia este rol pero quizá fue de lo más soso de la noche.
Estupendas el resto de los personajes femeninos: muy buena la Waltraute de Michaela Schuster, que a pesar de la brevedad de su intervención destacó por la espléndida voz. Delicada, efímera y asustadiza la interpretación de Amanda Majeski como Gutrune, muy bien escénica y volcamente. Y maravillosas las nornas y las hijas del Rin. Dos tríos a cuál más entonados y bien cantados.
Y uno deja para el final la inmensa, agradecida y luminosa labor de Pablo Heras Casado. Enfrentaba su primer Anillo y a lo largo de estos cuatro años ha ido madurando, cincelando, proponiendo una gozosa lectura de estas partituras. La situación sanitaria obligó a repartir la orquesta como pudo por el teatro: parte en el foso, pero también músicos repartidos en los palcos de platea: 6 arpas y percusión a un lado, metales al otro.
Supongo que el director granadino habría preferido tenerlos a todos de frente, pero con esta decisión pudimos oír con cierta relevancia los arpas en numerosos pasajes que normalmente pasan desapercibidos, o los metales cobrando un protagonismo inusual.
Por el contrario, hubo ciertos desajustes entre los miembros de la orquesta y a veces entre la orquesta y los cantantes. Pero ya solo por la valentía y el arrojo de asumir el reto casi sobrehumano de meterse un Anillo entre cuerpo y espalda merecería Heras Casado todo nuestro reconocimiento. Además, lograrlo con este nivel musical es un regalo maravilloso.
Los interludios en sus manos son pequeñas piezas de gran nivel, y contar con experimentados cantantes wagnerianos ha sido una suerte para él porque ha podido extraer una lectura profunda, apasionada, juvenil. Hay muchas versiones de esta partitura, pero Heras Casado apuesta por un enfoque 'siegfridiano', una visión desenfada, casi juguetona. Pero sin perder el peso de la tradición en los grandes momentos, casi sinfónicos: una Muerte de Siegfried canónica, extraordinariamente bien tocada, a telón bajado para darle toda la importancia de la pieza. Los tempi ágiles, veloces diría uno que prodiga en el resto de la función aquí se vuelven lacrimosos, lentos y trascendentes.
La rotundidad de su interpretación tanto en la Muerte como en el largo final fueron escalofriantes. La última escena es de las que se recuerdan tanto por la deslumbrante apuesta escénica como por la entrega total de la orquesta en esos últimos compases. El público lo agradeció sobremanera ofreciéndole a Heras Casado una de las grandes ovaciones de la noche. Muy merecida. Veremos más Wagners de este director en futuras temporadas. Pero su hoja de servicios con este ciclo del Anillo ha puesto de manifiesto la solvencia, el talento y la grandeza de su propuesta.
Ojalá volvamos pronto a ver otro Anillo. Ojalá producción propia. Ojalá en un ciclo completo de los cuatro títulos en la misma temporada. Y ojalá de nuevo con Heras Casado.
Ficha técnica
Götterdämmergung
Richard Wagner
Director musical: Pablo Heras-Casado
Director de escena: Robert Carsen
Director del coro: Andrés Máspero
Coro y Orquesta titulares del Teatro Real
Reparto
Siegfried: Andreas Schager
Gunther: Lauri Vasar
Alberich: Martin Winkler
Hagen: Stephen Milling
Brünnhilde: Ricarda Merbeth
Gutrune: Amanda Majeski
Waltraute: Michaela Schuster