Vuelve Las bodas de Fígaro, una obra maestra siempre bien recibida, al Teatro Real. La narración dapontiana, equilibrada, bien ensamblada, fluida, en la que brillan tanto la melodía como los factores armónicos y constructivos, la certera pintura de personajes, el humor discreto y el erotismo que todo lo perfuma, hacen de esta ópera un prodigio que se inscribe en la rancia tradición bufa napolitana, adaptada, pasados los años, a lo que Charles Rosen en su libro El estilo clásico denominaba el nuevo estilo, surgido hacia 1775, adoptado y fijado por Mozart bajo reglas de oro tales como articulación de frase y forma, mayor polarización entre tónica y dominante, lo que supone el establecimiento de una tensión importante, y el uso de la transición rítmica, que permite continuos cambios de la textura musical sin que se rompa la unidad dramática.
Reglas propias
Una de las claves profundas de la ópera bufa de Mozart es que va más allá que la usual de otros autores; y es así porque, entre otras cosas, como explica Jean-Victor Hocquard en su estudio sobre esta ópera, se mueve en el sinuoso mundo de la farsa: una forma de arte cómico que tiene sus reglas propias y exige una técnica de juego muy estructurado y muy difícil de poner a punto y que alcanza toda su dimensión en los conjuntos, especialmente en los concertati, uno de los elementos fundamentales de la ópera bufa desde los tiempos de Alessandro Scarlatti.
En estos números brillaba lo que los italianos de la commedia llamaban los lazzi. Ahí está uno de los quid de la cuestión y que sin duda ha tratado de encontrar, parece que con fortuna, Claus Guth, un habitual del Teatro Real, en el que ha ofrecido importantes visiones, siempre muy personales, de Parsifal, Rodelinda o Don Giovanni. En esta producción salzburguesa de 2006 el regista no renuncia tampoco a una de sus señas de identidad: la escalera que todo lo preside.
Seguramente los espectadores saldremos ganando en veracidad y estilo mozartianos respecto a la puesta en escena anunciada, una coproducción del coliseo madrileño con el Festival de Aix-en-Provence firmada por Lotte de Beer. El reparto se mantiene de acuerdo con lo publicado: Andrè Schuen, voz baritonal bien puesta, timbrada y fresca, y Joan Martín-Royo, de instrumento menos rico pero de lirismo muy espontáneo, para el Conde; María José Moreno, soleada y madura, de suaves reflejos, y Miren Urbieta-Vega, de más cuerpo y vibración, para la Condesa; Julie Fuchs, coloreada y vivaz, y Elena Sancho Pereg, juvenil y dispuesta, para Susanna.
Fígaro estará en las voces de Vito Priante y Thomas Oliemans, y Cherubino en las de dos mezzos líricas bien distintas: Rachel Wilson, de timbre muy pulido y finura comprobada, y Maite Beaumont, más oscura, siempre musical. En los papeles menos protagonistas aparecen voces bien elegidas. Por supuesto hay que aplaudir que en este caso el Real se haya fijado en varios de nuestros cantantes para formar parte de un elenco que se moverá musicalmente bajo el mando, esperemos que refinado, colorista, elegante, dentro de la máxima pureza del estilo, del titular del teatro, Ivor Bolton.