Teatro

Antonio Álamo

"Tengo pesadillas con mis obras"

14 noviembre, 1999 01:00

Narrador y dramaturgo, Antonio álamo es un autor destacado de la generación de los 90. El próximo sábado estrena en la Abadía de Madrid "Los enfermos", dirigida por Rosario Ruiz Rodgers. Además, Lengua de Trapo publicará "¿Quién se ha meado en mi cama?"

En una época en la que quedan pocos autores de teatro, es grato encontrar alguno de la última generación que apunta alto. Antonio Alamo (Córdoba, 1965) es de esta especie. Desde sus inicios se ha esforzado por buscar un estilo propio y este esfuerzo ha sido recompensado con los galardones Marqués de Bradomín (1991), por "La oreja izquierda de Van Gogh", y Bom (1997), por "Los enfermos". Por fin, llega a Madrid en lo que supone su primer estreno en la capital. Y lo hace en uno de sus mejores escenarios, el de La Abadía.

-He leído "Los enfermos" de un tirón pero no acierto con el mensaje.
-No hay mensaje. ¿Por qué habría de haberlo? Si lo ha leído de un tirón es porque -espero- la función le ha mantenido en vilo. En realidad, supongo, que no hay tantos mensajes como imágenes, metáforas, una determinada atmósfera y una mirada no exenta de humor a personajes trágicos y descomunales, que van más allá de sí mismos, personajes que de alguna manera rebasan y desbordan al propio actor y al propio autor y tal vez al hombre que los encarnó.

-¿Cuándo escribió la obra?
-La escribí justo después del estreno de "Los borrachos" (1996), que dirigió Alfonso Zurro y con la sensación que tenía de haber acertado con una forma dramática hasta cierto punto "nueva" (no lo digo desde criterios absolutos, que no existen). Ataqué el tema de "Los enfermos" con unos presupuestos estéticos gemelos, pero aplicándolos con la seguridad que me daba el éxito de mi anterior pieza.

Representación del poder
-¿Qué presupuestos eran esos? -SI en "Los borrachos" el nexo de unión del tríptico era la bomba atómica, en "Los enfermos" partí de dos presupuestos: en primer lugar, mi obra ha de ser una representación sobre el poder en su estado más puro, hundiría sus raíces en la tierra abonada por el cadáver de Hitler, esa tierra era Europa, y su cadáver estaba en todas partes. En segundo lugar, Stalin moriría como un Hamlet moderno, con su calavera en la mano. En el primer acto el señor Hitler se suicida pero no se escucha el tiro; en el segundo nos encontramos las disputas por ver quién se queda con el cadáver y, como sus perros, ladran los señores Churchill y Stalin; y en el tercero vemos cómo los restos del dictador nazi son utilizados por la momia de este último. La comedia -macabra, si se quiere- está muy presente, pues los grandes personajes de pronto desbarran y deliran, con elementos de terror y suspense. Creo que la ironía y el humor pueden ser tanto o más efectivos para incidir en los males de nuestra época que la indignación y la abierta denuncia.

-¿Espera que el público se ría de un asunto que es tan cruel?
-Como autor fue muy elogioso experimentar la risa del público en una obra tan trágica como "Los borrachos". Creo que con "Los enfermos" también sucederá algo parecido, o eso intuyo aunque por supuesto el público es siempre un enigma. Pero no hay que prever la reacción del público ni pretender manipularlo. El público es soberanamente libre, uno lo único que puede hacer es soñar el espectáculo que quisiera ver, y confiar en que el público te acepte ese sueño. Y hablando de sueños, cuando escribía esta obra yo tenía pesadillas con los personajes -algo que casi siempre me sucede, soñar con la ficción que escribo-, pero fue una fábula que, mientras la escribía, en la vigilia, me provocaba alguna risa, y entonces pensaba "¿cómo puedo reírme de estas atrocidades?"

-¿De cuál de sus obras está más satisfecho?
-De mis obras dramáticas estrenadas las que prefiero son "Los borrachos" y "Los enfermos" y quizá ésta sobre aquélla, al menos desde un punto de vista técnico.

-Si la Europa de posguerra es fruto de varios dirigentes enfermos, ¿de qué es producto la Europa actual?
-Los tres personajes de la obra eran hipertensos y arterioescleróticos y la Europa actual es su herencia. Las decisiones políticas presentes tienen efectos a muy largo plazo.

-En "Los enfermos" la Europa de posguerra la deciden unos dirigentes enfermos y en "Los borrachos" el diseño de la bomba atómica, una panda de científicos embriagados. ¿Piensa de verdad que la Historia o la Política se explica por arrebatos de sus dirigentes?
-Lo que dices de "Los enfermos" es cierto a todas luces, pero respecto a "Los borrachos" debo matizarlo: el punto de partida de esta obra es una situación concreta y consignada en la autobiografía de Otto R. Frish después de que la primera bomba atómica estallara en Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Los científicos que la habían hecho posible se fueron a celebrar su éxito profesional y se emborracharon; desde la imaginación, intento reconstruir esa borrachera, que sin duda fue descomunal. Las pasiones dominantes en la historia y la política son, me parece, la supervivencia, la codicia, y hay hombres que encarnan esos valores de una forma más rotunda que otros. Tal vez, como apunta, el político en cabeza visible es hoy un actor más del tablero. Estoy dispuesto a admitirlo. Pero sin duda es un cabeza de cartel, y sabemos que estos tienen más responsabilidad sobre la función que los figurantes.

Implicado en los textos
-Es puntilloso con la lectura que hacen los directores de sus obras, ¿por qué no las dirige usted mismo? -Por supuesto que, como escritor, me siento implicado en las representaciones de mis textos y si veo algo que me parece equivocado lo digo. Lo contrario sería ilógico ¿no? De todas maneras dudo que Rosario Rodgers tengan esa impresión de mí. No hemos necesitado demasiadas palabras para ponemos de acuerdo. Habremos hablado media docena de veces o aún menos. Las opciones que ella ha ido tomando a lo largo del proceso me parecen desafiantes, tanto para el público como para los actores e incluso el. propio texto. Creo que ha influido la comedia que hay detrás de la innenarrable tragedia de la que damos cuenta. Por otro lado, he dirigido algunas obras. Me gusta hacerlo, pero... sinceramente, es muy duro. Para mí un director es la imagen de la soledad más absoluta.

-¿Cómo se inició en la literatura, escribiendo un diario personal como Guili (protagonista de su novela "Una buena historia") o se midió primero en el teatro?
-Empecé escribiendo una novela que ni siquiera intenté publicar (no era ése su sentido ni mi deseo). Posteriormente, en 1985, publiqué un libro de cuentos en una pequeña editorial sevillana, "Los gatos o los perros", que incluía una primera versión de "La oreja izquierda de Van Gogh". Poco después entré a formar parte de un grupo de teatro, "El traje de Artaud", y Pepa Gamboa y yo -que ha dirigido mi último texto, "Los espejos de Velázquez"- montamos cosas de Nieva, de Arrabal y de Barry. Escribí y adapté textos, interpreté papeles y me sumé a la dirección. Ese grupo fue mi particular y anárquica escuela; aún siguen en activo.

-Usted se mantiene al margen de los talleres, de las camarillas de dramaturgos.
-Me parece que las dos principales escuelas de un dramaturgo son los libros y el escenario. Pero de todas maneras no veo nada malo, todo lo contrario, en conocer el punto de vista de otro autor. En cuanto a lo dulas camarillas, bueno, tengo tendencia a hacer amistad con individuos más que con equipos de fútbol. Desde mi punto de vista cualquier cosa que pueda parecerse a una camarilla -es decir, un grupo de personas que forman una comunidad de intereses, excluyen a otros, influyen subrepticiamente en palacio y aconsejan a Femando VII- es perjudicial para la vitalidad artística del individuo, aunque tal vez sea inevitable, porque eso lleva ocurriendo toda la vida, ¿no?, y no sólo en el terreno teatral. En todos. No somos tan especiales.