Teatro

Teatro y compromiso

Encuentros y disidencias

21 noviembre, 1999 01:00

Desde que a mediados de siglo Sartre pusiera en circulación el término "engagement", éste ha dado tantas vueltas que hoy resulta enrevesado hablar de compromiso. ¿Se hace hoy teatro comprometido? ¿Hay autores comprometidos entre las jóvenes generaciones? ¿Qué entienden por compromiso? Para dar respuesta a estas preguntas se va a celebrar mañana, en Sevilla, el "Encuentro Internacional de Nuevos Autores: Teatro y Compromiso, hoy", organizado por el Centro Andaluz de Teatro.

Precedida por una conferencia del crítico teatral catalán Gonzalo Pérez de Olaguer que intentará definir "el compromiso en el teatro español de la última década", la jornada ha convocado a Jordi Coca (dramaturgo y director catalán), Emre Koyuncuglu (autora y directora turca), Youssef Raihani (director de la Fundación Teatral de Marruecos e investigador teatral), los dramaturgos españoles Antonio álamo y Juan Mayorga, y el británico Noél Graig. Como broche final, Miguel Romero Esteo, uno de los ejemplos más claros del teatro comprometido que padeció la censura durante el franquismo. Precisamente durante el franquismo el enemigo estaba claro y estaba claro también cómo debía ser el compromiso del artista. Así lo recuerda Jerónimo López Mozo, adscrito a la generación del Nuevo Teatro Español de los 60: "Nuestro teatro era de oposición total al régimen y, en este sentido, era un compromiso más definido que el de ahora".

¿Quién es el enemigo?

Hoy, señala Juan Mayorga, "el problema fundamental es que ni el enemigo ni el amigo están claros. La idea de compromiso fue acuñada en un mundo polarizado, se refería a autores que, en su mayoría, abrazaron la causa marxista. Hoy, por ejemplo, es más necesario que nunca hacer sátira y, sin embargo, más difícil que nunca porque resulta difícil identificar al poderoso, tener una causa compartida". La libertad política, como dice Francisco Nieva, "confiere mucha libertad al teatro, pero el ambiente democrático también crea sus nepotismos y se puede actuar libremente con espíritu nazi y crearse exclusivas y grupos. Esto es siempre lo lamentable y, aun así, necesario. El liberalismo a la antigua tiene unas entrañas muy duras".

A pesar de las dificultades, Mayorga se considera un autor comprometido: "Para mí, la noción de artista comprometido sigue vigente y yo lo estoy contra la violencia, que puede estar en cualquier ámbito". En este sentido habla de "Cartas de amor a Stalin", en la que denuncia el conflicto entre la disidencia y el poder. Los intereses de Antonio álamo son más universales: "Los males de nuestra época", pero prefiere incidir en ellos con ironía y humor porque, en su opinión, son más efectivos que la indignación y la abierta denuncia.

El teatro comprometido ha devenido en teatro político o teatro de ideas. Jerónimo López Mozo prefiere hablar de teatro crítico: "Yo sigo defendiendo un teatro de oposición, más aún en una democracia, en la que el intelectual debe ejercer de vigilante del poder, de conciencia crítica".

Plantear preguntas

En cualquier caso, los diversos epítetos ya no califican lo que antaño. Si antes el teatro comprometido estaba dispuesto a acosar y derribar al régimen, hoy se presenta como el que intenta intervenir en la configuración moral y política de la sociedad, abrir preguntas y desenmascarar posturas. Un teatro en el que caben desde tendencias existenciales a preocupaciones intelectuales o sociales. "El escritor comprometido no se plantea su actividad como puro divertimento, sino que desde la estética que sea quiere presentar una realidad compleja", señala Jordi Coca, que acaba de estrenar "Playa negra".

De aquellos autores subversivos sólo queda Alfonso Sastre, quien escribió en la revista Escena el pasado año: "Yo estaba y estoy ahora comprometido en el sentido de 'implicado' en las luchas sociales de nuestro tiempo: implicado, como se dice en términos policíacos o judiciales de alguien que es un presunto implicado en un hecho ilegal o incluso subversivo [...] sin que ello quiera decir que esa implicación tenga que ocupar la totalidad de nuestra obra".

Hoy no hay causas compartidas, hay parcelas sociales y políticas con las que algunos dramaturgos se muestran críticos. Por ejemplo, Noél Graig (Londres, 1944), con casi 50 títulos ("Brighton Combination", "As time goes by",..), que ha hecho de la causa gay argumento de su teatro. O como Emre Koyuncuglu, directora y autora turca que oscila entre obras de carácter feminista a proyectos en los que emplea el teatro como terapia para trabajar con niños víctimas del reciente terremoto. En cualquier caso, y según aconseja Peter Brook, es el público el auténtico comprometido: "El verdadero teatro político significa confiar en cada miembro individual del público para que alcance sus propias conclusiones".