Image: “La visita de la vieja dama”, en el María Guerrero

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Teatro

“La visita de la vieja dama”, en el María Guerrero

La fiebre del rencor

5 marzo, 2000 01:00

Una historia de odio y rencor en torno al precio de la Justicia es la que sucede en La visita de la vieja dama, obra del suizo Friedrich Dörrenmatt que se estrena el próximo jueves en el María Guerrero de Madrid. Dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente, en versión de Juan Mayorga, cuenta con una atrevida María Jesús Valdés que resiste gloriosamente la prueba de su destape y que encabeza un reparto de medio centenar de actores. Desnudo aparte, el montaje se anuncia provocador y heterodoxo, entre otras razones, por la actualidad de su temática.

Claire Zachanasian escuchó las protestas de sus paisanos, un coro de dignidad ofendida, y dijo sencillamente: esperaré. El futuro siempre fue terrible en boca de Claire Zachanasian; hacía muchísimos años, embarazada, sin marido y con trenzas, había profetizado: volveré. Y volvió. Forrada de millones, dueña de Gullen y de medio mundo, con el rencor más fiero y más hermoso que nunca: "quiero comprar la Justicia". Y los gulenses supieron entonces que la Justicia no tenía escapatoria y que sería comprada. Lo supieron antes incluso de que ofreciera mil millones por la muerte de un "justo" que la empujó a la ruina y el deshonor. Mil millones para la prosperidad y recuperación del pueblo que la arrojó a las tinieblas exteriores. Sin piedad. Lo sabían quizá desde que pisó el andén de la estación con su cohorte de siervos y guardaespaldas, de servidores y de eunucos ciegos. Entonces, acaso, el pueblo de Gullen supo que había llegado el tiempo de la venganza y que la promesa de vida y de progreso que Claire Zachanasian venía derramando tenía la contrapartida de la muerte. De Gullen hace muchos años salió una inocencia mancillada por el desprecio y ahora vuelve el poder absoluto pervertido por el odio.
Esta es la línea argumental de este memorable texto de Dörrenmatt y esta es la línea que ha elegido Juan Carlos Pérez de la Fuente para un espectáculo que ya, desde los umbrales inmediatos del estreno, se preanuncia como provocador y heterodoxo. Pérez de la Fuente lleva su audacia a desnudar en escena a María Jesús Valdés, cuyo cuerpo resiste gloriosamente una prueba, para ella, aterradora. Prueba a la que nunca, nunca, pensó que se vería sometida.

Estética del absurdo

Juan Carlos Pérez de la Fuente le ha metido ritmo de rock a algunos pasajes de esta vieja dama, hiriente farsa en otros, y, a menudo, algún toque de la estética y la sinrazón del absurdo. Y un olor a incienso, a procesiones y a andas mecidas por costaleros irreverentes. Lo que salga de esta fiebre y de esta locura, Dios dirá. Y se verá el jueves.

Claire Zachanasian, la vieja dama del rencor, está a punto de arribar al apeadero del Centro Dramático Nacional (CDN), gran estación de los expresos europeos cuando Gullen era Gullen; o sea, el esplendor. Es una cita que Pérez de la Fuente venía aplazando desde hace 25 años, que fue cuando, aprendiz de director, conoció este texto en el corrillo de la librería La avispa de Madrid, discreto mentidero en el que Julia Verdugo y Joaquín Solanas han regalado siempre su paternal magisterio. 20 años de espera han puesto a Pérez de la Fuente como una moto que arrastra vertiginosamente al medio centenar de intérpretes y al equipo técnico de la función. Y han convertido a Claire Zachanasian en una obsesión y a Ill, el tendero perjuro que preñó a su novia y enlodazó su amor, en un Cristo inmolado por la fuerza. Ill es una víctima propiciatoria, aunque no inocente. Cuando la venganza justiciera alcanza el poder absoluto, aparece la muerte como coronario indispensable.

Un pueblo decrépito

Por lo visto, y por lo imaginado, Pérez de la Fuente hace en esta función que, sobre el realismo de un pueblo decrépito dominado por la pobreza y la desolación, prevalezca la ceremonia sacrificial. Y lo visto es medio de centenar de intérpretes vestidos por Javier Artiñano que vuelve al María Guerrero tras sus lejanos encuentros y desencuentros con el difunto José Luis Alonso; y lo visto es una estación ideada por Llorenç Corbella e iluminada por Albert Faura, que bien pudiera parecer catedral o palacio. María Jesús Valdés es Claire Zachanasian, y anda aterrorizada con la inevitabilidad de su destape; y acaso en sueños, y clamando venganza, se le aparezca el fantasma de su esposo -un médico del Pardo que la arrancó del teatro- como a Hamlet se le aparecía el de su padre en los muros de Elsinor. Es un desnudamiento casi calvo lleno de correas, prótesis, coturnos: las heridas del amor y del odio, las heridas de la vida. Juan José Otegui es Till, Ill en la versión de Juan Mayorga, y no parece dispuesto a perder un tren irrecuperable, aunque sea el tren de Claire Zachanasian que le trae la muerte. Victoria Rodríguez es la mujer de Ill, rival ganadora de Claire en un tiempo de ignominia; Héctor Colomé es el alcalde, la doble moral y la doble amenaza; y Joaquín Notario, el maestro, la voz de una conciencia culpable ahogada en la botella. Del sonido se encarga un joven director ya con muchas credenciales y que dirigirá próximamente en este mismo lugar Los vivos y los muertos, de Ignacio García May.

La visita de la vieja dama la montó en el Español en 1959 José Tamayo con Irene López Heredia y Luis Prendes en los papeles estelares y Manuel Mampaso como escenógrafo. En el estreno, a la vieja dama le metieron pie escandaloso y duro. Y no parece que la culpa fuera de Tamayo, de Mampaso o de los intérpretes.

Levantar ampollas

Puede que entonces, como ahora, la propuesta indecente y por las bravas, mil millones para el pueblo a cambio de la Justicia y de la muerte, levantara ampollas en una sociedad postrada. Claire Zachanasian quiere comprar la Justicia que la sentenció, tras haber esclavizado al juez favorecedor de Ill y los testigos perjuros. Mil millones por la Justicia, aunque sea para reestablecer un equilibrio roto hace 50 años, ¿son muchos o son pocos? Terrible capacidad analógica y simbólica del buen teatro como este de Dörrenmatt. ¿Por cuánto o por qué se ha destrozado hasta el asesinato político y moral al juez Gómez de Liaño en estos tiempos? Y ¿cuál sería el precio de la venganza si un día, como Claire Zachanasian, Gómez de Liaño volviera al Gullen que dictó su destrucción? ¿Quién es el perjuro de esta historia de fin de siglo y con quién se ha amancebado? El teatro de siempre como el de Dörrenmatt tiene el privilegio de suscitar interrogantes actualísimos. Mil millones y me quedo con la Justicia, dijo la vieja dama que fue hermosa, que sigue siéndolo en esta función, con su vestido de novia, sus pamelas, sus plumas y sus prótesis ebúrneas. Imposible, somos gente incorrupta y de nobles ideales, clamaba el pueblo ante los mil millones puestos sobre la mesa. Y el Cristo culpable antes, empieza a estar sentenciado por escribas, sacerdotes y saduceos.

Mil millones no es mucho, es más, en todo caso, de lo que va a costar levantar este telón del rencor y del odio en el María Guerrero: unos 75 millones de pesetas. Cierto que los dineros del teatro público nunca deben estar sujetos al prejuicio de un balance hortera (repárese en que hortera quiere decir tendero) pero forman parte de ese misterio que es el milagro del arte. Organizar este caos es el milagro: gritos, sopletes soldando armaduras metálicas, ataúdes que pesan como si llevaran el muerto dentro antes de tiempo, escaleras que se atascan. E intérpretes desconcertados y dubitantes, y un director que anda como una moto repartiendo elogios de seda y denuestos jupiterinos. De aquí, de esta sala bombardeada y en escombros no puede salir nada: pero sale. Fiat lux, y la luz se hace. Y se hace la función, aunque parezca imposible. Es el teatro; hasta el de la más humilde compañía, que no es el caso naturalmente del CDN. El tocado de novia es como una joya de latón y terciopelo barroca y enrevesada de una princesa antigua. Aparece la diosa vengadora: "Me convirtieron en puta y he hecho de este mundo un burdel". Y la prótesis de la mano y la muñeca, terrible supervivencia de un descarrilamiento ferroviario, parece el brazo incorrupto de Santa Teresa.