Image: Un rockero llamado Kowalski

Image: Un rockero llamado Kowalski

Teatro

Un rockero llamado Kowalski

El Volksböhne presenta su versión de Un tranvía llamado deseo

14 noviembre, 2001 01:00

Llega por primera vez a Madrid, al teatro Pavón, una de las compañías berlinesas más atractivas de la década de los 90: la Volksböhne. Una ocasión para ver en qué consiste la estética de la demolición, como ha sido bautizado el estilo de su director, Frank Castorf. Presenta, del 15 al 18 de noviembre, Un tranvía llamado América.

Es la primera vez que Frank Castorf ha sido invitado a Madrid. Llega al Festival de Otoño con la compañía del Volksböhne, teatro que dirige desde 1992. Y presenta una adaptación de Un tranvía llamado deseo que ha titulado Endstation Amerika (Un tranvía llamado América). Así pues tenemos a un director desconocido en nuestro país pero que goza de gran reputación en el suyo, con estilo propio; un teatro que pasa hoy por ser la escena más renovada de Berlín con gran predicamento entre los jóvenes, que presume de hacer un teatro subversivo y provocador; y una gran obra, el clásico de Tenesse Williams, que ha sido interpretada en múltiples ocasiones.

Según las críticas francesas, por donde la obra ya ha pasado, esta versión tampoco defrauda. Castorf es dado a reinterpretar textos clásicos adaptándolos a nuestros días, incluyendo alusiones y citas a la actualidad.

Testigo de nuestro tiempo

En su anterior trabajo, Las manos sucias,de Sartre, planteaba la guerra de la ex Yugoslavia; en Los Demonios de Dostoievski, hablaba de la caída de las ideologías. Así, que si esta obra hubiera sido producida después del ataque del 11 S, seguramente el resultado sería otro que el de una crónica de la depresión capitalista, protagonizada por un Stanley Kowalski recién llegado a América procedente de Gdansk, que ha vivido las grandes horas de Lech Walesa al frente de Solidaridad y que ahora desea hacer realidad en América los sueños del sindicato. El problema es que no pasa de ser un rocker de bar que canta canciones de Lou Reed.

Todo esto viene arropado por la estética de Castorf, dura, cruel, provocativa, calificada como una estética de la demolición que no teme llegar a lo asqueroso. Al respecto, la intenciones del director están claras: "Detesto la psicología. Los nervios deben estar vivos. Para mí, la representación de un ser humano tiene siempre que ver con la vivisección y con lo fragmentario. El teatro tiene necesidad de desmesura".

Es esta forma de hacer teatro lo que ha hecho famoso a Castorf, un alemán nacido en la antigua RDA y asediado por la censura en los años del socialismo que accedió a dirigir el Volksböhne de Berlín tras peregrinar por importantes teatros alemanes. Situado geográficamente en la frontera que separaba los dos berlines, el teatro se ha alimentado del ambiente cultural que ha vivido la ciudad tras la caída del muro, formado por jóvenes, estudiantes e intelectuales (se ha dicho que Berlín es la única ciudad que no tiene burguesía, la mitad de ésta fue asesinada en Auschwitz, mientras la otra emigró a la RFA tras la construcción del muro).

Teatro político


Así que arropado por este público, y en franca batalla con otros teatros como el Berliner Ensemble y la Shauböhne, la Volksböhne se ha propuesto servir al teatro político: "Nosotros, las gentes del teatro, tenemos el deber de crear una comunicación con el ghetto para instalar un diálogo con los perdedores del capitalismo. Es preciso utilizar el teatro a fin de recordar los tiempos más lúcidos cuando todavía existían gentes rebeldes. Por ejemplo, Heiner Möller, era un buen subversivo", dice Castorf.

El repertorio de la compañía lo forman clásicos y autores del siglo XX (Shakespeare, Eurípides, Ibsen, Camus) y autores actuales que han generado "un teatro urbano" atractivo para los jóvenes. Además, tiene una división de danza e integra actividades de cine, vídeo, informática y música elctrónica. Es decir, toda una institución cultural que intenta conservar el carácter extraordinario de un medio anacrónico como es hoy el teatro.