Image: ¿El texto como pretexto?

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Teatro

¿El texto como pretexto?

Autores y directores reflexionan sobre la fidelidad a la obra escrita

28 noviembre, 2001 01:00





¿Es el texto un pretexto, un instrumento más al servicio de un equipo artístico para crear una obra colectiva? o ¿el director debe mantener una fidelidad absoluta a la obra, ser un mero transmisor de las intenciones del dramaturgo? La difícil relación entre el autor y el director de escena hace que cuando una obra no funciona, ambos entren en un cruce de acusaciones para justificar el fracaso. Claro, que para los directores siempre está el recurso a los clásicos, estos nunca protestan. José Luis Alonso de Santos, Sergi Belbel, Josep Maria Flotats, Angel Facio, Ignacio García May, Jerónimo López Mozo y Juan Carlos Pérez de la Fuente reflexionan sobre la competencia que se establece entre ambos creadores, si hay terrenos prohibidos que ninguno debe traspasar y cuáles son los límites a respetar para una pacífica convivencia.

Se dice que la relación entre el autor y el director de escena es siempre delicada y difícil, que cuando una obra no funciona, autores y directores suelen echarse los perros. Unos se indignan por la falta de respeto al texto, por desvirtuar su sentido; otros, por el contrario, se justifican diciendo que han mejorado la pieza con la puesta en escena, que la han hecho digerible para el público. Obviamente, este enfrentamiento ocurre con autores vivos, pero también las versiones y adaptaciones de clásicos suscitan indignación. Un ejemplo ha sido la versión de La vida es sueño, de Calixto Bieito, que a sus muchos admiradores tuvo que contrarrestar a detractores que le criticaron haber violado el espíritu de Calderón.

¿Es el texto un pretexto, un instrumento más al servicio de un equipo artístico para crear una obra colectiva? o por el contrario ¿hay que mantener una fidelidad absoluta a las acotaciones e instrucciones del autor? José Luis Alonso de Santos, dramaturgo y autor de varias versiones de autores clásicos, señala al respecto que "la importancia del texto en la historia del teatro está muy discutida. Para mí es un elemento esencial de la teatralidad y si un director dice que quiere tomar una obra mía como pretexto, se acabó la conversación. A la hora de dirigir, tampoco lo hago como pretexto, sino porque me gusta".

"¡Que aprendan a escribir!"

Muy claro lo tiene también el director y dramaturgo Sergi Belbel: "Me inquietan los directores que modifican literariamente el texto porque penetran en el terreno del autor. ¡Que aprendan a escribir! Lo importante es el grado de creación del director. El director es un lector privilegiado que sabe leer en una dirección determinada y que sabe manipular los elementos escénicos como nadie. El director tiene que tener fascinación por el texto, y si no es así, no tiene sentido dirigirlo. Yo, por ejemplo, dirijo textos de otros para perfeccionar mi labor como autor".

Una posición más beligerante es la del director y profesor Angel Facio: "Hay que diferenciar entre literatura dramática, el texto publicado, y teatro, que para mí es su representación. Por lo general, los autores no tienen ni idea de las necesidades de un escenario. El texto suele ser el punto de partida de un montaje, pero también hay muchas obras que se hacen sin texto, como por ejemplo los primeros montajes de Els Joglars. El asunto es que muchos siguen pensando que el que manda es el autor, pero hoy es difícil mantenerse simplemente como el portavoz de otro señor. Y a veces, si no se quiere aburrir al público, que es para quien trabaja el director, hay que eliminar muchas cosas del texto". Y más generoso se muestra el dramaturgo Jerónimo López Mozo: "Dejo modificar el texto porque habitualmente trabajo con directores que conocen bien mi obra y muchas incluso me las encargan. Yo no doy por terminada la creación hasta el momento de la representación y creo que si el director aporta cosas interesantes, es lícito que modifique el texto".

La figura del director de escena y su creciente protagonismo ha sido cosa del romanticismo, pues con anterioridad lo habitual era que el director y el autor fueran la misma persona, además de actor protagonista, con lo que la compenetración era absoluta. Molière encarna este modelo, Shakespeare solía dirigir sus obras y en nuestro Siglo de Oro al autor se le llamaba poeta (por algo escribía en verso) y existía el autor de comedia que a menudo era también actor principal y empresario. Sobre el asunto escribe José María Ruano de Haza:"Claramente, los poetas dejaban los detalles de la escenificación en manos del autor (de comedia), que en ocasiones los anotaba en los manuscritos copia que sacaba para la representación", mientras que la versión original se conservaba intacta en la caja o arca que formaba parte del hato de la compañía (La puesta en escena en los teatros comerciales del Siglo de Oro, editorial Castalia). También entonces los poetas tenían sus diferencias con los autores de comedias, o con los copistas, los censores. Agustín de Rojas echa la culpa del fracaso de una comedia a "los que enmiendan, los que tachan,/ los que pretenden volar / sin alas donde no alcanzan,/ los que quitan, los que ponen/ y no les contenta nada./".

Fueron las innovaciones tecnológicas que incorporaron los teatros a mediados del siglo XIX las que provocaron el nacimiento del director de escena. Desde entonces, su figura se ha hecho cada vez más imprescindible y ha entrado en competencia con la del autor. Sergi Belbel tiene una teoría: "A partir de 1960 la figura del autor entró en crisis, básicamente porque los autores se alejaron de los escenarios. Luego, claro, llegaban a ver la obra y se molestaban porque les habían cambiado frases". Belbel, sin embargo, augura el fin de esta situación: "Los nuevos autores vuelven a la práctica de los escenarios y en muchos casos suelen ser también directores e incluso actores".

Así lo entiende también Ignacio García May, dramaturgo de la generación de los años 80: "Hoy la relación ha variado, actor y director ya están en la misma guerra. Casi todos los directores de mis obras son amigos y nos entendemos incluso antes de hablar. Pero no me gustan los directores que llegan y te dicen, antes incluso de leer el texto: ‘¿se puede cambiar algo?’, automáticamente digo: no. Luego, en los ensayos, a los que me gusta asistir, cambio cosas con frecuencia. "

Retorno al escenario

No teman los directores de escena, porque el retorno del autor al escenario no significará su desaparición: "la puesta en escena es cada vez más especializada, tiene grandes complicaciones tecnológicas, y va a seguir necesitando de alguien que ponga orden", concluye Belbel.

Así que la fidelidad al texto seguirá siendo un asunto delicado, que distanciará o acercará a unos y otros.

Josep Maria Flotats no ha vivido enfrentamientos de calado (Yasmina Reza aplaudió su puesta en escena de Arte), pero tiene una opinión sobre el asunto: "Autor vivo o autor muerto, yo siempre he elegido textos que me emocionan, que me parecen de gran calidad, que vehiculan una estética o una filosofía que me interesa. Siento un enamoramiento por ellos. Pero claro el amor y la pasión significan respeto pero no temor. Hay que atreverse a declarar ese amor a un autor y ahí ha de empezar el diálogo, que puede ser el de un amante generoso o el de un amante salvaje".

Honestidad en el tratamiento

Como Flotats, el director del Centro Dramático Nacional, Juan Carlos Pérez de la Fuente, opina que "en la elección de una obra siempre encuentro una identificación ética o estética". O Belbel que es contundente: "Cuando dirijo un texto que no es mío, tiene que gustarme como texto, y basta que haya una escena que no me gusta para desestimarlo".

De partida, amor por el texto, pero ¿tiene límites un director a la hora de adaptar una obra a la escena? Para Flotats la labor de un director es la de "servir la obra lo más humildemente pero con pasión y esto no quiere decir tener una óptica conservadora, sino honesta, porque si lo que pretendemos es apoderarnos de la obra de otro, entonces mejor la escribimos". El director de Arte es partidario de modernidades o lecturas atrevidas que puedan derivarse de textos teatrales, "siempre que haya una lógica dramatúrgica y sean coherentes". Y añade que en arte no hay límites, "lo único que exige es gusto y criterio".

"Lo que tiene que hacer el director", dice Belbel, "es dar sentido contemporáneo a ese texto, enriquecerlo con la energía que ya tiene e ilustrar cuál es su punto de conexión con nuestra realidad". Por ello, Belbel considera que las revisiones deben mantener siempre el sentido esencial".

Pérez de la Fuente llevó a escena La Fundación de Buero Vallejo, uno de los autores con fama de ser muy exigente con la escenificación de su obra, y eliminó largos fragmentos de la pieza. "Yo retoqué el texto y Buero lo entendió", y añade que las claves de su trabajo fueron el "diálogo y la colaboración con el autor y honestidad con la obra. Creo que lo más importante de una obra es el espíritu, qué quiso contar. La provocación surge cuando tergiversas ese espíritu. Por eso, mi lectura nace siempre del texto, de su análisis, y así queda reflejado antes de comenzar los ensayos en mi cuaderno de dirección".

Para Alonso de Santos el arte tampoco tiene límites:"Acepto cambios de obras mías que se montan y creo que lo mismo haría Calderón si viera mis ensayos. Entiendo que el texto es algo muy estudiado por el autor, que sabe que sufrirá modificaciones cuando pase al escenario pero, si se cambia más del 60 por ciento de la obra, es mejor inventársela".

Sergi Belbel también sitúa el límite en el sentido del texto. "Cuando se modifica el sentido del texto, éste deja de pertenecer a su autor, es otra obra. Es preferible hacer otro texto y que conste que autorizo a los directores a que hagan lo que quieran con mis obras porque la primera representación siempre la dirijo yo".

El papel del director

Otro asunto que los directores subrayan es la autoría de la obra escenificada. Pérez de la Fuente reivindica el papel creativo del director, considera que toda puesta en escena "es una autoría más porque lo que hacemos los directores es crear la semiótica teatral. Es imprescindible que el director haga suyo el texto". Y añade: "En lo más hondo, lo que subyace es que el autor siempre ha querido ser el director de sus obras y a la inversa". Pero para otros no es comparable la labor creativa de ambos: "El autor parte de cero, el director no. Es como un director de orquesta y un compositor. Sin la partitura, el compositor estaría huérfano", comenta Belbel, y concluye: "Afortunadamente, creo que el teatro actual va por otros derroteros, es el actor y el texto frente a frente, mientras el director es un lector y un ilustrador".

En definitiva, dice Alonso de Santos "o el texto tira de todo el espectáculo, o no hay forma de que salga bien. Puede haber unos actores maravillosos, un director estupendo, pero como el texto no tenga motor, aquello es un fuego de artificio. Tampoco creo que haya que tomarse el texto como una cárcel. He visto obras mías muy fieles que eran espantosas y otras muy traicionadas que estaban muy bien. O sea, que se trata más de una cuestión de talento, trabajo y rigor, y no tanto de una cuestión de fidelidad".