Image: Vicios y virtudes del actor

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Teatro

Vicios y virtudes del actor

Francesc Orella cara a cara con Carlos Hipólito

22 mayo, 2003 02:00

Francesc Orella (Foto: Quique García) y Carlos Hipólito (Foto: Julia)

Carlos Hipólito, en El Burlador de Sevilla, y Francesc Orella, en La Caída de Camus, se han revelado junto con María Jesús Valdés como los actores más sobresalientes de la temporada. Mientras el primero, que el 22 de mayo actúa en Sevilla, volverá al Pavón de Madrid en septiembre, Orella -galardonado con el Max al mejor actor, entre otros premios- apura una gira que ya dura dos años. Ambos hablan con El Cultural sobre los pecados y virtudes de su profesión.

-El Burlador es un canalla que engaña a las mujeres y Jean-Baptiste Clamence desciende a los infiernos para encontrarse con lo peor de los hombres. ¿Qué vieron en estos papeles? ¿En qué punto se identifican con sus personajes?
-Francesc Orella: De Jean-Baptiste Clamence me atrapó el coraje con el que se enfrenta a sí mismo, a sus contradicciones, su duplicidad y sus miedos. La lucidez de esa reflexión es de una tremenda honestidad, y muy saludable. Me identifiqué con la necesidad de cuestionamiento de uno mismo y la sociedad que nos rodea, poniendo de relieve las miserias, la doble moral y las debilidades de nuestro tiempo. Tuve la necesidad de decir en escena esas acusaciones sobre el hombre actual que suscribo totalmente.
-Carlos Hipólito: El "burlador" de Tirso de Molina es un gran personaje, bien construido, lleno de claroscuros y con un texto hermoso. Eso me atrajo bastante, aunque en mi caso yo no me identifico en absoluto con él porque representa lo que yo más detesto en las personas. Nunca lo tendría como amigo.

-¿Les cuesta encontrar buenos papeles? ¿Qué nivel tiene la escritura dramática actual?
-C. H.: En el teatro actual faltan buenos personajes porque faltan buenos textos. El problema es que los autores están más preocupados por el lenguaje que por las situaciones dramáticas y eso repercute en unos personajes poco creíbles. Muchos textos tienen buenas situaciones de partida pero les falta carpintería teatral y los personajes se resuelven de un plumazo. Yo he tenido suerte con los que me van tocando, pero no es frecuente. Arte es un estupendo ejemplo de personajes hábilmente construidos sin ser obvios.
-F. O.: El teatro universal está lleno de personajes complejos, otra cosa es que te los ofrezcan, aunque personalmente no me quejo porque he podido interpretar personajes poliédricos como por ejemplo en El zoo de cristal, Roberto Zucco, ángeles en América y ahora en La caída. Los autores deben escribir libremente, al margen de los actores, intentando llenar de vida e interés dramático sus obras. El resto, dar cuerpo y alma a esos personajes, es trabajo del actor. Sin embargo, creo que los autores contemporáneos en nuestro país, en general, están más preocupados por el estilo que por el contenido, hay una tendencia a priorizar la estructura formal que repercute en lo que se quiere transcribir.

-¿Qué papel desempeña el director en su trabajo? ¿Quiénes han sido sus maestros y con qué directores les gustaría trabajar?
-F.O.: Su papel es fundamental. El director debe canalizar el trabajo del actor para sacar provecho de su talento. Para mí son imprescindibles en esa relación la confianza, la generosidad y entrega mutuas, la ductilidad y la voluntad de riesgo. Yo afortunadamente he trabajado con directores de los que he aprendido, como Mario Gas o recientemente Carles Alfaro. Flotats y Pasqual también han sido grandes maestros. Me gustaría trabajar con el director alemán Konrad Zriedrich -afincado en España- y con álex Rigola.
-C. H.: Yo busco siempre un director cómplice para contar el personaje juntos, para que me ayude a elegir entre los posibles caminos. Por suerte, la mayoría de mis directores han sido y son amigos: Narros, Plaza, Marsillach, Pilar Miró, Pasqual, Flotats... Aún no he podido trabajar con José Luis Gómez pero es un director con el que me gustaría hacer algo en el futuro.

-¿En qué situación se encuentra la profesión en España? ¿Qué nivel tienen las nuevas generaciones? ¿Los trabajos en televisión corrompen tanto como dicen?
-C. H.: En este trabajo hay mucha vanidad. El vedetismo de algunos directores es espectacular, desde luego, pero también hay mucho tonto entre los actores. De la gente más joven, que forman las nuevas generaciones, destacaría una mayor preparación y cierta confusión. Su problema es que, a causa de la televisión, tienen un rápido reconocimiento social que a veces no se corresponde con su categoría profesional. Esta profesión es una carrera de fondo, ser un sprinter es un error. Respecto a la televisión, se suele denostar este medio para glorificar el teatro y el cine, pero también hay televisión gloriosa y cine y teatro infumables.
-F.O.: Hay una imagen desde fuera de lo que es un actor que puede ser engañosa y que no responde a la realidad. A veces se frivoliza esta profesión. Estamos sometidos a un alto grado de exposición que se acepta pero que produce una autoexigencia muy fuerte. Respecto a la formación técnica actoral, creo que es aún deficiente. Los actores jóvenes se encuentran, en general, un poco desorientados en su proceso de formación, aunque existen escuelas que realizan una labor seria. La televisión es un camino más que hay que aceptar pero que tiene trampa: se trabaja muy deprisa y no se desarrolla la dirección actoral. Se busca una falsa naturalidad que hace que parezca que ser actor es muy fácil. Cada vez hay más talento en los jóvenes pero les falta aprendizaje técnico.

-¿Cuáles son los "pecados capitales" de su profesión y cuáles sus "virtudes"?
-F. O.: Pecados son la vanidad y la autocomplacencia. Virtudes: la generosidad de mostrarse uno mismo. Hay una cierta valentía muy sana en romper prejuicios y desnudarte ante el público.
-C. H.: Se tiende a la autocomplacencia, pero hay que luchar contra ella porque es la mayor enemiga de la creatividad. Creo que el actor debe tener humildad y paciencia grandes para no convertirse en un imbécil.

-¿Cuáles son sus próximos proyectos?
-C. H.: Estaré de gira por España con El burlador de Sevilla que dirige Miguel Narros hasta julio y volveremos al teatro Pavón de Madrid, con esta misma obra, en septiembre. Luego haré una función llamada Dakota de Jordi Galcerán. Mientras tanto, seguiré poniendo la voz al narrador de la serie Cuéntame.
-F. O.: Tengo a la vista un proyecto de una película en Francia con Sergi López y un nuevo montaje
teatral que, en principio, se ensayaría en Madrid. Pero lo más inminente es un cortometraje con guión y dirección mías que voy a rodar en Barcelona.

-Hemos visto que gran parte de la profesión se ha movilizado en contra de la guerra y por el Prestige. Ya que los actores acaban convirtiéndose en referentes sociales, lo quieran o no, ¿también tienen ciertas "obligaciones" sociales?
-F.O.: El actor debe pronunciarse como cualquier persona sensible y observadora. Yo creo que alguien como los actores, que juegan un papel activo en la sociedad, no deben ser indiferentes, deben tomar posturas, primero y sobre todo como ciudadanos, y luego como agentes culturales implicados en el pulso social. El derecho a discrepar de nuestros gobernantes y manifestarlo está en estos momentos en peligro. Se está criminalizando y descalificando el derecho a la libre expresión y debemos reaccionar ante eso y denunciarlo. Estamos volviendo a unos tiempos que creíamos pasados.
-C. H.: Me parece bastante petulante considerarse uno mismo un "referente social". Yo, como cualquiera, tengo la obligación y el derecho de denunciar lo que me parece injusto porque soy un ciudadano, no por ser actor. Cuando he hablado del Prestige o en contra de la guerra, me sentía un ciudadano enfadado. ¿Qué importa si soy actor o panadero?